
Elaborar la Constitución de un país es como hilar el más fino de los pañales para esperar el hijo primogénito. Se trata del documento más importante de la nación y nada puede dejarse a la espontaneidad. Mucho menos a la improvisación.
La Patria está inmersa en esa labor y 33 miembros que representan a toda la sociedad cubana trabajan en un anteproyecto constitucional que se someterá a una consulta de pueblo para la aprobación definitiva de nuestra Carta Magna, en aras de actualizar lo refrendado en la Constitución socialista de 1976.

Nuestro país tiene sobrada experiencia constitucionalista. Incluso desde antes de ser independientes, pues junto al machete mambí y el grito redentor de ¡Viva Cuba Libre!, anduvo la ley de leyes.
Fruto de esos sueños libertarios de forjar una Patria alejada del dominio despótico del coloniaje español, nacieron las cuatro constituciones mambisas. Un camino legislativo que inició la Constitución de Guáimaro en 1869; le secundó la de Baraguá en 1878; le continuó la de Jimaguayú en 1895, y cerró la de la Yaya en 1897.
Hechas todas con acendrado patriotismo y condicionadas por las circunstancias históricas de una guerra a muerte contra España, la de Guáimaro, junto con la independencia de Cuba, refrendó la abolición de la esclavitud; la de Baraguá, de apenas cuatro artículos, ratificó la disposición cubana de continuar la lucha en oposición al Pacto del Zanjón, y la de Jimaguayú reflejó en su contenido, hasta donde fue posible, el sueño inconcluso de José Martí de crear una República «con todos y para el bien de todos ».
La Yaya, última constitución mambisa, fue continuidad de su predecesora y dejó explicito que solo con la independencia de la Isla concluiría la guerra a muerte contra la Metrópoli española, aspiración lamentablemente frustrada con la intervención norteamericana en el conflicto bélico.
Luego, en los 56 años de neocolonia tendríamos otras dos constituciones: la de 1901, condicionada con la aprobación de un apéndice que lastraba todo vestigio de soberanía: la Enmienda Platt, y la de 1940, la más democrática y avanzada del continente americano para su época, un fruto tardío de la Revolución de los años 30, convertida en letra muerta desde su propia aprobación y pisoteada finalmente por el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 de Fulgencio Batista, cuyo gobierno de facto hizo caso omiso a la pragmática constitucionalista.
Ahora se trata de fijar en nuestra Carta Magna todo el proceso de actualización del modelo económico y social de desarrollo que el país lleva adelante y establecer las pautas legales para un futuro mediato e inmediato que deberá asegurar la prosperidad de los cubanos. Todo ello sin poner en riesgo nuestro socialismo, libertad y soberanía, principios irrenunciables que estarán presentes en el anteproyecto que se elabora con celo y precisión.
Reconocer la existencia de diversos tipos de propiedad, los nuevos actores en el dinámico escenario económico actual y los pasos que se dan en el perfeccionamiento de nuestra democracia serán cambios necesarios que se deberán refrendar constitucionalmente, y se harán.
Sin que ello signifique renunciar, tal y como sueñan nuestros enemigos, al camino escogido desde el 1ro de Enero de 1959 y a los principios humanistas y de justicia social que configuran nuestro sistema político. Tampoco se renunciará -pues sería de ilusos hacerlo- al sistema socialista que soberanamente adoptó nuestro pueblo n al papel rector del Partido Comunista de Cuba, vanguardia organizada y fuerza dirigente superior de la sociedad y el Estado.
Esos «son pilares inconmovibles », reafirmó el presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, al presentar la comisión para la redacción del anteproyecto constitucional.
En adelante, la comisión presidida por el General de Ejército y primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, Raúl Castro Ruz, trabajará de manera acelerada para elaborar el anteproyecto de Constitución de la República de Cuba en el menor plazo posible.
Y, de nuevo, como sucedió en 1975, será sometido a consulta pública. Entonces participaron en su discusión más de seis millones de personas, y se formularon propuestas que llevaron a modificar 60 artículos, antes de que el 15 de febrero de 1976 quedara aprobada la Constitución, con el voto favorable del 97,7 % de los cubanos participantes en aquel referendo.
Será heredera de toda esa rica tradición constitucionalista y reflejará la aspiración martiana de una República cuya ley primera «sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre ». Y refrendará los sueños de Fidel en su concepto de Revolución de «luchar por nuestros sueños de justicia para Cuba y para el mundo, que es la base de nuestro patriotismo, nuestro socialismo y nuestro internacionalismo ».