Domingo por la tarde en cualquier barrio de Cuba: los tirones de las fichas de dominó hacen estragos en una mesa vieja, bendecida por el trago de ron de cada fin de semana.
Un reggaeton a todo volumen pone ritmo a la escoba de Gloria, mientras baldea la acera y promete inyecciones a los muchachos que vienen a mojarse en los charcos de la calle.
¡Goooooooooollllllllll! Gritan los aficionados del fútbol, y salpican la tarde con unas cuantas de esas palabras con significados controversiales.

A lo lejos, una figura delgada. Descalabrado y con fatigas llega el viejito Aurelio, cual Quijote sin Rocinante. Protesta por la cola, pero viene orgulloso, porque los niños de tres casas tendrán pan para la merienda de mañana.
Lucía le brinda café en tanto recoge las sábanas blancas que tendió antes del amanecer y mira con curiosidad a la casa de la vecina, cerrada desde hace dos días.
El barrio cubano es la más viva expresión de lo Real Maravilloso. Un lugar donde lo tradicional y lo insólito sazonan ese ajiaco tan criollo que describió Don Fernando Ortiz.
Los barrios de Cuba, tan diversos como su gente, se igualaron ante el Comandante en Jefe hace 58 años, para mantener las conquistas de la Revolución desde todas las cuadras.
Con casi seis décadas, los CDR constituyen la mayor organización de masas del país. Y, si bien no olvidan sus arrugas y sus canas, tienen el reto diario de adaptarse a la dinámica social de hoy.
La estructura cederista no desaparecerá. Antes, tendría que dejar de existir la vida en el vecindario. Sin embargo, se impone una renovación profunda de sus bases, consistente en la autenticidad de los planes de actividades, en correspondencia con las características de cada localidad.
Resulta necesario cumplir con las necesidades locales más que con las emulaciones frías; hacer de las reuniones un espacio ameno de intercambio, donde los cederistas participen en la toma de decisiones; atender a las iniciativas de los líderes naturales, y acercarse a los ancianos, las embarazadas, las amas de casa, los trabajadores, los niños, los adolescentes y jóvenes, para abordar sus preocupaciones e inquietudes.
El CDR no puede limitarse a la cotización y a la caldosa del 28 de septiembre. Debe vestirse de cubanía, honradez, laboriosidad, modestia, solidaridad, humanismo, justicia, humildad y convicción revolucionaria, valores quecaracterizan el devenir histórico de nuestro pueblo.
La familia constituye la primera escuela del ciudadano y el barrio representa su patria más chica, el primer contacto con la sociedad. Si cada cubano no aprende a respetar y a querer su vecindario, no podrá integrarse a una sociedad civil auténtica.