

Tal vez sabiendo que algún día se iría sin decir adiós, abuela me inculcó a tiempo que mi gente es mi patria cubana: los de aquí, allá y acuyá. También los de antes, aquella pareja de la foto coloreada a plumilla que plantaron en mi pasillo los lirios de invierno.
Por eso nunca entendió la frase de una gran amiga: «Puedo irme para el fin del mundo, de puerta en puerta, de casa en casa. Nada me ata ». Desarraigo, diría abuela. Y así fue: jamás reapareció por estos parajes que aún guardan recelosos sus aires de juventud. Por Camagí¼ey, Santiago u Holguín tal vez ande trazando su ruta paranoica de mudanzas.
« ¿Cubana yo? Si nací en el Saint Mary Hospital de la Florida, entre los gringos », comenta orgullosa una joven y su tono burlesco colapsa la comunicación como castigo. Desmemoria, diría abuela. No sé quién olvidaría la harina caliente y los huevos fritos; o una buena cantata de los chiquillos del barrio, premiada con pirulíesde azúcar prieta en los más «especiales » apagones de la infancia.
Así somos: crecemos amarrados a la historia de otros, y estos, a su vez, cultivan las suyas amarradas a las nuestras. Es natural y humano. Solo que ese lazo, por imprevisto o insana maduración, a veces se corta rotundamente y ofrece un engañoso consejo: «Avanza, camina recto y no mires hacia atrás ».
¡Oh!, la memoria, esa precursora de la empatía colectiva, que define y redefine nuestras identidades, nuestra conexión con la patria y las raíces. Hay quienes se enajenan en su propia tierra a tales niveles que creen haber salido de un cascarón. No hace falta montar el avión y ver como se difumina la imagen de esta isla desde las alturas.
Pero, ¿qué sería de nosotros si cada uno viviese la vida olvidando? ¿Cuánto hubiera perdido la historia de este país si hubiera negado la memoria de aquí, allá y acuyá; de ahora y de antes? ¿Cómo agradecer a nuestros antepasados, que aplatanados en esta tierra echaron frutos? ¿Cuánta deuda con los emigrados cubanos que, palmo a palmo, junto a Martí, privaron de pan la boca de sus hijos para alimentar a la Patria? En esta historia, la cubana, contamos todos.
No puede permitirse que la indiferencia a la memoria crezca y crezca, alentada por la tendencia robótica y el ejercicio cotidiano del olvido.
Recuerdo esta anécdota reciente: En fin de año, una familia desconocida desembarcó en mi cuadra. La de más edad traía a su prole «extranjera » a cuestas. Observaba la otrora casa colonial y esplendorosa que la vio crecer, ahora desfigurada por el paso del tiempo. Buscaba impaciente a la gente, su gente, mientras conmocionada mostraba a sus hijos y nietos, por primera vez, la génesis familiar. Elogio a la memoria, diría abuela.
Por estos días, a raíz del tornado que levantó en peso a miles de familias habaneras, he sentido el ardor de muchos cubanos, de adentro y de afuera, más vivo que nunca. Su apoyo ha sido bálsamo al desastre y demostrado que aún hay quienes confían en aquella frase de mi gente también es mi patria.
Por eso jamás podría entender que tantos paisanos nuestros, como aquella amiga trotamundos de abuela, anden por ahí, avergonzados de quienes son, jactándose de vivir una vida sin pasado. O, lo que es peor, inventándoselo.