
Los pasajeros de una guagua local de Santa Clara nos dirigíamos tranquilamente a nuestros destinos, la noche del miércoles 23 de enero. La «Diana »proveniente de la zona hospitalaria con recorrido por doble vía, Carretera Central, parque Leoncio Vidal hasta el reparto José Martí cumplía sin contratiempos su itinerario habitual.
Luego de recoger personal en la parada aledaña al doce plantas del Sandino, apenas unos metros delante un grupo de adolescentes, entre diez y doce años, caminaban inquietos por el contén. Uno de ellos tomó un puñado de tierra y lo lanzó contra el ómnibus, con tan «buena » puntería que entró por una ventanilla.

La tierra impactó en varias personas que quedaron sorprendidas ante el inesperado «ataque ». De pronto, alguien reparó en un joven que comenzó a sangrar por la nariz, pues había sido golpeado en pleno rostro.
Varios pasajeros acudimos a prestar auxilio al muchacho, quien luego supimos se dirigía a visitar a su novia. En apenas segundos, sus nobles planes fueron destrozados por la indisciplina de un grupo de chiquillos.
De manera espontánea algunos viajeros sugirieron al chofer trasladar al herido hasta la policlínica Santa Clara, que se encontraba cerca. Todos no preocupamos por su salud, y condenamos la actitud de aquellos imberbes. ¿Sabrían los padres qué harían sus hijos a esas horas de la noche? ¿Qué hubiese sucedido si herían gravemente a alguien?
El personal médico de guardia atendió al joven de inmediato. La doctora y enfermeras le aconsejaron llamar a su madre para que viniera a acompañarlo y llevarlo a casa. El chofer, también preocupado, esperó el tiempo necesario. Solo reanudó la marcha cuando supimos que el muchacho estaría en buenas manos.
Disímiles comentarios sobre lo sucedido afloraron durante el trayecto. La situación de las indisciplinas sociales, la desatención de los hijos por parte de algunos padres y cómo hechos de este tipo laceran a la sociedad cubana actual, fueron los principales temas de las opiniones.
Entre los pasajeros no solo se percibía disgusto, también la preocupación de que actitudes como la de aquellos niños continúen sucediendo impunemente. Como padres, abuelos, tíos o hermanos mayores, nos estremecía el hecho de que nuestros pequeños tomaran caminos torcidos.
A pesar de ello, sin que nadie lo mencionara, sentíamos que no todo estaba perdido de mantenerse el humanismo, la solidaridad, la bondad y los buenos sentimientos, cualidades propias e intrínsecas del pueblo cubano.
Pensar que la indisciplina social puede superar la buena educación, la solidaridad y los mejores sentimientos, significa retroceder en la batalla. Este es un asunto de todos, de cada vecino o ciudadano que habite en el lugar más lejano de esta isla. Un isla que soñamos y luchamos porque sea más hermosa y humana.