
«La austeridad no está de moda », parecen vociferarnos a todo pulmón las leyes del consumismo, que simulan evadir la realidad global. Incluso en Cuba, como en cualquier parte del mundo, el ritmo tecnológico y los gritos de la novedad mercantil zarandean los bolsillos de los más jóvenes… y de sus padres.
Recientemente, alguien comentaba su inquietud porque el «niño » de la casa en realidad un adolescente era el único de la clase que no tenía celular. De ahí que saliera «a todo galope » para haciendo malabares con la economía impedir que su hijo fuese la nota discordante del aula, el fantasma de los nuevos mundos virtuales de la escuela.

El quid del asunto en estos tiempos es que el materialismo escala la cima del éxito: «tener o no tener », ahí está el problema. El pragmatismo escamotea el sentido ciudadano e invisibiliza las realidades familiares a escala mundial. Entonces, el gimnasio, los bares o las discotecas; la subasta de imágenes privadas en las redes sociales; los últimos escándalos de los artistas del momento, acaparan la atención de muchos jóvenes, y no tan jóvenes.
Móviles similares impulsaron a Laura a cortarse tres cuartas del pelo, que vendió para ponerse uñas y pestañas. Si quería empastar con el grupúsculo de la popularidad pese a su incapacidad de costear antojos tenía que ser igual a aquellas de labios rojos, las de la pasarela matutina, clones perfectos unas de otras. «Son muchachitas de esta época. La metamorfosis me parece normal », justifica la hermana mayor.
Así, cegados por el amor familiar, aceptamos la superficialidad a tales niveles que llega a sonar lógica, natural, sinónimo de «inexperiencia ». Así, por no perder cualidades de «atemperados » y «modernos », dejamos que las indisciplinas y la crisis de ética declaren estado de sitio al futuro del hogar, cuna del futuro de la patria.
Por eso, no es de dudar que cuando se imponen la exigencia y el carácter, muchas personas dignas salgan heridas. Sucedió hace bastante tiempo, cuando un profesor logró una declaración de guerra por parte de sus alumnos. El único talón de Aquiles encontrado al joven educador fueron sus pocas mudas de ropa, siempre impecables. Pero con el objetivo de rebajar su autoestima y «flexibilizar » la materia, comenzaron a aparecer en el buró soberbias burlas entre ellas zapatos viejos, rotos y mal olientes para que, al decir estudiantil, «mejorara su escaparate ». Esta acción arrogante pasó por la historia escolar con menos penas que glorias. Jamás la olvido.
Recientemente un grupo de jóvenes me contó caso similar. Casper como el fantasmita animado llamaban a ciertos compañeros que no podían seguirle el ritmo a la dura y pura economía cubana. ¿Adónde se escondieron los llamados valores humanos que, por más que busco, no logro encontrarlos?
A propósito del tema, una amiga me comentaba con dolor que a su hijo le estaban rechazando en la escuela por anticuado. Y se autorreprochaba:
«Lo enseñé a dar los buenos días, las gracias, a ceder el asiento; le inculqué austeridad, nobleza y respeto. Lo instruí para que no se fijara en las pruebas, para que supiera escoger qué libro leer, qué música escuchar. Es más, le grabé que las cosas esenciales son invisibles a los ojos. ¿Y ahora qué le digo? ¿Que yo tengo la culpa? ».