Varias personas se quejan, y con razón, de la mala atención recibida en la bodega El Macabí, del reparto Virginia. «No podemos hacerle una pregunta sin que se moleste y responda con una grosería », manifiestan los consumidores.
En una oportunidad le escucharon decir que le caía muy mal el día de despachar los mandados, pues se hacía mucha cola y eso la agobiaba. ¡Vaya situación! ¿Por qué molestarse a la hora de atender a la población?
Muchos clientes manifiestan en el establecimiento El Bimbo su descontento con la atención que les brindan en «El Macabí », sitio donde vale aclarar también funciona la carnicería, y el único con buen carácter, vale reiterarlo, es el carnicero. ¿Cuál será la razón?
Respecto al tema ya hemos escrito reiteradamente en las páginas de Vanguardia. Pero nunca está de más volver sobre lo mismo. Día a día, muchas entidades públicas y privadas, empresas y negocios de toda índole, además de personas independientes, desarrollan actividades relacionadas con la atención al público.
Y es sobre este servicio que las quejas son interminables obviamente sin generalizar a todos, pues pareciera que acudiendo a uno u otro lugar estuviésemos condenados a toparnos con actitudes variables del empleado o vendedor que nos va a atender (apatía, indiferencia, mal humor, intolerancia, indolencia, entre otros). Mucho peor, no siendo suficiente el trato displicente de secretarias, cajeros de bancos, recepcionistas, funcionarios públicos, etc., también debemos soportar a diario el mal genio y hasta las reprimendas de algunas vendedoras a las que tenemos prohibido preguntarles, pues debemos comprar.
Para empezar, reconozcamos que, a veces, el mal trato no parte de un solo lado, pues también existen personas que aprovechan cualquier oportunidad para desahogar el estrés acumulado.
Y ayudaría bastante el hecho de asimilar que en cualquier actividad de trato con el público el favor es mutuo: uno por requerir un servicio y el otro por proporcionárselo.
Volviendo a los factores que alientan la desidia en el personal de las oficinas o centros de atención, se observa allí la falta de motivación laboral, pues pareciera que no les gusta su trabajo o lo hacen por obligación. Lo lamentable de esto, y favorable para ellos, es que un servicio no puede ser supervisado rigurosamente, como ocurre, por ejemplo, con un producto.
El caso de «El Macabí » aquí esgrimido es solo un botón de muestra. Corresponderá a las administraciones tomar cartas en el asunto y aplicar las medidas correspondientes para que los dependientes traten mejor a los consumidores. Existen reglamentos que lo estipulan.