De niña aprendí que en cuestiones de elegancia en el vestir, la sobriedad debía permear mis conjuntos, que apostaría por lo bello y sencillo; y que mis faldas serían más largas que anchas: trucos de la abuela que se quedaron tatuados en mí.
Quizá por ello nunca fui un ícono de la moda, ni descollé por extrovertida e irreverente si de imagen personal se refiere; a los estilos radicales siempre les di la espalda y preferí vestirme un tanto vintage, con prendas clásicas, estampados pequeños, colores pasteles y sin acumular muchos accesorios.
Con esta estrategia nutrí mis guardarropas y llevé oronda el uniforme escolar, ese que me acompañó durante 12 años y me hizo sentirme parte del grupo, diferente, pero igual: blusas ni apretadas ni anchas y con las mangas superando por tres milímetros el punto medio del brazo; sayas a 14 centímetros sobre la rótula y, en el caso de los varones, pantalones que pudieran subirse con facilidad hasta media pierna y con dobladillo suficiente para alargarlo el próximo curso.
Sí, también aprendí que el uniforme escolar es una importante prenda de vestir que no precisa adornos extra, y que padres y educandos deben apostar por su durabilidad y hacerle solo los ajustes necesarios.
Establece el reglamento escolar que se prohíbe la modificación parcial o total del uniforme y la utilización de prendas, adornos, accesorios; así como tintes de varios colores, peinados extravagantes, maquillajes excesivos, barbas prominentes y pelo largo para el género masculino.
Innovar en cuanto al diseño del uniforme escolar está definitivamente errado y constituye una indisciplina injustificable por una afición por la moda o el fanatismo a determinado artista.
El Ministerio de Educación en Cuba garantiza esos conjuntos estandarizados de ropa. Aunque previamente al inicio del curso escolar 2019-2020 se ha dificultado el expendio de estos por problemas relativos a la materia prima, al menos quienes inician nuevas enseñanzas ya los tienen en sus manos, gracias al gran esfuerzo de los que los gestionan, confeccionan, distribuyen y venden.
Ahora toca cuidar lo que se posee y respetar las pautas de corte y confección de las piezas textiles: curva de tiro, ancho acorde con el tipo de tela y la actividad para la que se elabora, entre otras. Ello nos permitirá ganar en estética y extender la vida útil del uniforme. Los cintillos con orejitas de gato, las felpas y cintas con pompones y flores que cubren prácticamente toda la cabeza, los labiales rojos, los aretes de péndulo, los pelados con figuras y letras; de conjunto con blusas tan ajustadas que enseñen el sostén, sayas cortísimas y con la tapeta mucho más larga que el dobladillo o los pantalones pitillo que demandan de lo que resbale una javita de nailon, como media en el pie, para ponerlos o quitarlos, constituyen tendencias incómodas y para nada agradables a la vista.
Los diversos estilos que pujan por un espacio en la sociedad cubana no deben invadir los predios escolares ni mancillar el uniforme. Presumir es inherente a la juventud, mas la elegancia, el respeto, la sensatez y el buen gusto deben acompañarnos siempre.