Dame chocolate…, pero con detalle

La calidad del servicio en instituciones gastronómicas y de comercio se halla en la cultura del detalle.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
(Ilustración : Alfredo Martirena)
Francisnet Dí­az Rondón
Francisnet Dí­az Rondón
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12 Septiembre 2019

La bolsa de Chocolatí­n yací­a sobre el mostrador. El color blanco del nailon habí­a desaparecido bajo una fina capa del polvo carmelita. La observé detenidamente por unos segundos, y reclamé a las dependientas.

«Es que vení­a dentro del saco y se embarró con algún paquete abierto », se justificaron. « ¿Y no podí­an haber tomado un paño y limpiarlo antes de despachar?, alegué. La que me habí­a atendido puso cara inquisidora ante tal «atrevimiento » porque, al parecer, ella no admite cuestionamientos.

Solo el simple gesto de limpiar las bolsas con un paño antes de entregarla a los clientes, marcaba una enorme diferencia entre un buen o mal servicio. ¿Acaso era tan difí­cil sacar del saco los paquetes, separar los rotos y sacudir el resto? ¿Por qué el culto a la chapucerí­a?

Luego de que en este tipo de mercados no se entregan los productos en cartuchos o jabas, también hay que llevárselos sucios o embarrados de cualquier cosa. Nada más porque para las dependientas esa «boberí­a » no tiene importancia.

Cultura del detalle, he ahí­ la clave. Si todos asumieran esa filosofí­a en su labor cotidiana, la vida serí­a mucho más llevadera. Cuánto cambia,  para mal, la imagen de un dependiente con porte y aspecto inadecuados, sin sonreí­r ni saludar; cuánto se transfigura un local con un papelito en el piso, una cortina con huecos o un cartel escrito a mano de manera chapucera y con faltas de ortografí­a.

Al contrario de esta anécdota, recientemente estuve en la capital y entré al mercado agropecuario ubicado en la calle Egido, en el municipio Habana Vieja. En la tarima de alimentos en conserva el dependiente lustraba las latas y pomos para exhibirlas al público. Un detalle pequeño, sencillo, casi insignificante, pero que otorgaba aquel lugar una imagen grandemente placentera.  

Para prestar un buen servicio no se necesita de inversiones millonarias ni glamour desmedido. Solo sentido de pertenencia, amor al trabajo y respeto al público.  

Tomé mi bolsa de Chocolatí­n embarrada de polvo carmelita. Miré a las dependientas y no dije nada más. Mientras me alejaba, de manera extraña comenzó a sonar en mi cabeza la melodí­a del clásico tema El Bodeguero, que inmortalizara la Orquesta Aragón.

«Toma chocolate, paga lo que debes », musitaba una y otra vez en voz baja, para así­ dejar atrás tan incómodo momento y alegrarme un poco con el sabroso ritmo del chachachá.    

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