La diferencia

La virtud de un paí­s se reconoce en la disposición social de abrir el corazón porque, quizás, ello sea lo único seguro en tiempos difí­ciles.

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Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
6109
18 Septiembre 2019

Cuando Rosa presiente que llegará tarde a la casa, la angustia se le clava en el pecho, como un dolor hondo y tibio. A sus 58 años se siente tan vulnerable que los ojos se le empapan. Después de ocho horas y media atendiendo a docenas de niños enfermos, impartiendo clases y dividiendo su jornada entre los necesitados que llegan y las obligaciones con el hospital, a Rosa apenas le sobran unos minutos para almorzar. Al final del dí­a, bajará las escaleras con un único pensamiento en la cabeza: «que me pueda ir pronto, que me pueda ir pronto ». Sin embargo, la fila en la piquera de motonetas serpentea, interminable, y en la parada de ómnibus la tensión colectiva se siente densa, casi viscosa.

Solidaridad en las carreteras Rosa guarda en el bolso unos tenis que calza cada vez que decide irse a pie.   Pero está tan cansada… « ¡Venga doctora! ». Cinco o seis doctoras más giran la cara suplicando, en silencio, que el auto azul que frenó en seco y la voz amigable que sale de su interior estén allí­ por ellas. El chofer llama a Rosa con la mano: «Suba, que está haciendo tremendo calor, y si se aprietan un poquito, me llevo a dos más ».

Rosa padece el mal de la «desmemoria ». Por cada paciente conoce, al menos, a dos o tres familiares. Este señor la llama por su nombre e, incluso, le preguntó por su nieto, pero no logra ubicarlo en una época exacta. No obstante, el hombre no paró de hablar: que si su tratamiento funcionó de maravillas, que si gracias a las vacunas nunca más ha tenido un catarro… «Si lo ve, es otro niño. Dios la puso en nuestro camino para que nos salvara la vida ».

Veinte minutos después, la dejó a un par de cuadras de la casa. Para variar, esta vez fue Rosa la salvada.

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Octavio y sus dos mundos. El de Santa Clara, con su empresa y su novia; y el de Caibarién, donde deja un pedazo de alma cada vez que sale en las mañanas y se despide de la abuela. Noventa y tres años, y todaví­a le plancha los uniformes y se levanta antes de las seis para calentarle el almuerzo: «mi comida es más sabrosa y así­ te ahorras ese dinerito ». Octavio le paga a una vecina para que la ayude en la casa y no la deje sola hasta que él llegue. Le paga al mensajero porque el único pan que le gusta a la abuela «son las bolitas de la bodega »; paga máquinas, ómnibus o microbuses con tal de regresar temprano. Pero a Octavio que no falta un solo dí­a al trabajo para que no le «toquen » la divisa, se le han estrechado las opciones.

Un botero le pidió 20 CUC por un viaje sin escalas hasta Caibarién, y Octavio se mordió la lengua para evitar un contraataque violento.

La camisa empapada contra la espalda, el bolso con la laptop y una jaba con malangas y gelatina, porque la abuela anda enferma y se niega a comer. Tristeza. Pasaron de largo un par de automóviles estatales con apenas uno o dos pasajeros. Ninguno miró al punto de recogida.

¡Yutong en el horizonte! «Estos se van a poner las botas cobrando lo que les dé la gana ». Sin embargo, la mole azul abrió la puerta y un conductor de bigote oscuro y ojos pequeños les sonrió con bondad. « ¡Arriba pueblo!, que esta gente tiene que llegar temprano al cayo ». Cinco pesos hasta la Villa Blanca. Los trabajadores, que antes protestaban si les llenaban la guagua porque «los de la calle » no los dejaban descansar, llevaron paquetes sobre las rodillas, cargaron niños y le reclamaron al chofer que montara a otro, y a otro, y a otro más.

Octavio le preparó un puré a la abuela y, mientras se lo daba con su propia mano, le comentó su dí­a. «El cubano hijo, el cubano ». Y todo quedó dicho.

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La virtud de un paí­s no está en su tierra ni en el orgullo individual de quienes lo dirigen.  No es solo el sistema y sus méritos, buenas estadí­sticas o gente docta que hable de logros, aplausos, proezas….

La virtud de un paí­s se reconoce en la disposición social de abrir el corazón porque, quizás, ello sea lo único seguro en tiempos difí­ciles.

Digan lo que digan: Cuba es cuna de virtuosos; anónimos, «comunes », hijos del pueblo que, no obstante,  marcan la diferencia en nombre de la dignidad colectiva.

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