Ahora más que nunca se necesita de la sensibilidad, pues son tiempos difíciles, en los cuales una sonrisa, un gesto amable y unos buenos días se agradecen de manera infinita.
Son muchos los ejemplos de ese accionar humano, como cuando al anciano se le llevan los alimentos a la casa o se le traen las medicinas al hogar para evitar salga a la calle ante el peligro real del contagio.
Con los médicos también existen esos actos que enaltecen a quienes los practican, cuando se le da facilidades en las colas y otros lugares públicos, a sabiendas que su labor de salvar vidas les resta tiempo para otras gestiones.
Por eso, cuando sucede lo contrario y la indiferencia predomina por encima del altruismo, hay dolor y hasta cierto grado de frustración en aquellos de los que tanto dependemos para seguir vivos cuando todo pase.
Cada cual pudiera tener su propio ejemplo negativo. Ese que tanto lacera. Aunque, por suerte, sean los menos, pues entre los villaclareños predomina la solidaridad por encima de otros bajos sentimientos.
No existe ningún reglamento que regule esas actitudes de ayudar al prójimo. Ni creo sea necesario. Pero son tiempos duros, distintos a cualquier otro, y hasta un gramo de sensibilidad se agradece.
Tal vez, cuando a nuestros médicos o algún otro personal, como esos profesores universitarios y demás docentes que trabajan en los centros de aislamiento, se les niegue esa posibilidad, ya sea por la dependienta o la cola misma, debiéramos pensar en cuánto de grande y bueno aportan para vencer a la peligrosa COVID-19. Estoy seguro de que otra sería la reacción, pues en esos valores nos educaron.
Los aplausos de las 9:00 de la noche siguen siendo necesarios, pero tampoco debe faltar mayor apoyo a nuestros profesionales de la Salud en acciones cotidianas, que poco cuestan y mucho de alegría dan.
Hace poco un amigo cumplió años y la hija le escribió bellas palabras al padre amoroso. Ese amigo, con la vista empañada, me comentó que ni en día tan especial podía compartir con ella, pues padecía de una enfermedad autoinmune y tenía que protegerla.
Ese amigo lleva un mes sin poder abrazarla, siendo, quizás, lo que más desea. Ese amigo trabaja incansablemente por el bienestar de los demás, y si llegara a una cola donde estuviese haría todo a mi alcance para permitirle acceder al producto.
Recuerdo ahora la canción de Silvio Rodríguez, Cita con ángeles, y su última estrofa, escrita para momentos como estos:
«Pobres los ángeles urgentes que nunca llegan a salvarnos
¿Será que son incompetentes o que no hay forma de ayudarnos?
Para evitarles más dolores y cuentas del psicoanalista,
seamos un tilín mejores y mucho menos egoístas ».