En el lugar correcto

Les queda a los jóvenes crear una relación más sana con las redes sociales, una de mayor responsabilidad, alejada de mensajes de odio, donde la forma de vida de otros no sea motivo de ansiedad u objetivo a seguir.

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Carlos Daniel Quiroga Morejón
Carlos Daniel Quiroga Morejón
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25 Mayo 2023
(Ilustración: Martirena)

Las redes sociales han mutado en una parte indisoluble de la cotidianidad de jóvenes y adolescentes. Los muros y feeds de Instagram, Facebook y Twitter, así como la interacción a través de WhatsApp o Telegram, reconfiguran y condicionan nuestro universo cultural e influyen en la forma de comunicarnos. El algoritmo nos acerca a contenidos de nuestra preferencia y nos sugieren nuevos temas; los influencers exhiben realidades idílicas debidamente curadas y empaquetadas; los memes fungen, de igual manera, como chistes, agentes ideológicos o ingeniosos comentarios sociopolíticos, y un «visto o «entregado» en una app de mensajería puede ser motivo de ansiedad y frustración.

«En el futuro, todos tendrán sus 15 minutos de fama», profetizó Andy Warhol. Sin embargo, las dinámicas de YouTube o Instagram establecen una paradoja donde, a pesar de que todos tengamos acceso a la libre exposición de nuestras ideas, vida privada o contenidos, la cacofonía de voces también nos despersonaliza e invisibiliza. Así, el ágora de las redes se convierte en una competencia de ruidos y gritos donde todos buscan atención a cambio de la inyección de dopamina que genera otro like. La carrera por ganar miradas y distinguirse entre el bombardeo de información moldea los ideales de éxito de muchos jóvenes.

A pesar de que no faltan los enjuiciamientos al respecto, las redes sociales poseen innumerables aristas positivas, y no hay nada inherentemente pernicioso en querer compartir experiencias, opiniones y creaciones de forma pública. Lo nocivo radica en no interiorizar el carácter parasocial de las redes: reproducen formas distorsionadas de la realidad y la interacción humana. Por muy ostentosa que parezca la vida de la chica instagramer del momento, promocionando el enésimo bar temático o sonriendo en todas sus fotos, esa es solo la parte de su día a día que nos permite conocer.

No obstante, no son pocos los que consideran como cierta toda la positividad extrema y la impostura que le cabe a un perfil de usuario. Y cuando un individuo asume como deseable este tipo de narrativas, modifica por completo su sistema de referencias. Las rutas de la autorrealización cambian sus coordenadas hacia la trascendencia efímera de un reel viral, en lugar de aprovechar estas plataformas para crear lazos más significativos o como medios para expresiones más honestas de nuestra individualidad. Un joven cubano que se halle inmerso en este juego de espejos puede notar como insalvable la brecha entre lo que es y lo que le gustaría ser.

El acceso a internet en nuestro país ha traído muchas experiencias positivas; pero, al mismo tiempo, nos arrastra hacia la vertiginosa cadencia de la sociedad de la información. La prisa y el FOMO —de las siglas en inglés Fear of Missing Out o miedo a perderse algo─ caracterizan a los millenials y centenials. Tememos a la exclusión y a no encontrar nuestro lugar en medio de la vorágine. Por ello, la depresión, la ansiedad, el estrés y el miedo al fracaso son las enfermedades de nuestro siglo.

Para los cubanos, el contexto socioeconómico resulta determinante a la hora de tomar decisiones con respecto a nuestro futuro. Si a la crisis se le suma todo el fenómeno de internet y el consumo cultural, ¿cómo pedirle a un adolescente que no aspire a un futuro distinto al de sus padres o abuelos? Para muchos, estudiar una carrera universitaria ya no es una opción tan atractiva como lo fuera antaño; la búsqueda de una mejor remuneración económica a través del trabajo en el sector privado es una tendencia cada vez mayor, y no constituye una cifra despreciable la de aquellos que planean una vida fuera de las fronteras cubanas. Todas son posturas que merecen comprensión y respeto. Sin embargo, cualquiera que sea el proyecto de vida, preocupa cómo se obvia el término «felicidad» en la ecuación.

Institucionalmente, está la asignatura pendiente de implicar más a la juventud con su contexto; crear estrategias, iniciativas o productos culturales que partan desde ella y no repliquen miradas superficiales sobre los problemas que la aquejan. Al mismo tiempo, resulta clave hablar en términos de prosperidad y bienestar, en lugar de éxito o solvencia económica. 

Le queda a este grupo etario crear una relación más sana con las redes, una de mayor responsabilidad, alejada de mensajes de odio, donde la forma de vida de otros no sea motivo de ansiedad u objetivo a seguir. No necesitamos más referentes que a nosotros mismos, y cualquier decisión que tomemos con respecto a nuestro futuro estará bien siempre que la pensemos con la cabeza, y con el corazón en el lugar correcto.

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Juan ...

Viernes, 26 Mayo 2023 18:50

Si les preoupa hacer visibles los escritos de un ciudadano común que ya no confía en el futuro de su nación ni en muchos de sus dirigentes y que sigue desenmascarando a esos oportunistas y corruptos que le hacen la vida imposible al pueblo para vivir de los beneficios que les dejan los cargos que ocupan los invito a qu lean en Vanguardia Digital sobre estos teman y a que dejen ver lo que escribimos los Cubanos que queremos un futuro mejor para los que no logren abandonar el país porque todos tenemos una sola vida y no queremos vivirla escuchando mentiras ni promesas que no se hacen realidad:

https://www.vanguardia.cu/de-cuba/26182-ley-de-comunicacion-social-un-primer-paso-hacia-un-proceso-comunicacional-mas-organizado

Eso significa, dijo Díaz-Canel, que necesariamente deberá seguir articulándose y desarrollándose, incluir aspectos relacionados con la comunicación institucional y comunitaria, y no solo mediática, o asociada específicamente a la prensa.

Apuntó que uno de los grandes desafíos que nos impone ahora mismo la nueva Ley se deriva de las concepciones e interpretación de la comunicación en el ámbito digital y su integración con el resto del sistema, por la complejidad de un escenario que evoluciona a una velocidad sin precedentes.

Resaltó el mandatario la importancia de reconocer e incluir el papel de las personas en los ámbitos organizacional y mediático, pues todos los que participan en los procesos comunicacionales inciden, interactúan, se relacionan, tienen niveles de influencia y deciden, en algún grado, la eficacia de la comunicación.

Por otra parte, añadió, estos ámbitos solo ganan sentido en su interrelación con las personas, desde las acciones que se diseñan para ellas, con ellas o teniendo en cuenta sus características y/o necesidades.

Por ello, Díaz-Canel destacó que es fundamental y necesario que junto con esta Ley, y a favor de su implementación más efectiva, se promueva e impulsen la educación para la comunicación y la alfabetización mediática de las personas en nuestro país, como una necesidad de dotar a la población de conocimientos, capacidades y herramientas para una comprensión y valoración crítica de las lógicas de funcionamiento de los medios, además de potenciar y facilitar el acceso a ellos y a las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC).

Es imprescindible comprender cuánto ha impactado el desarrollo de las TIC en el rol de los sujetos que intervienen en esos procesos: ya no se trata de la simple fórmula emisor-mensaje-receptor. «Presencia no garantiza visibilidad», enfatizó.

Destacó que este nivel de concentración del consumo en plataformas que no son de propiedad pública, y que establece restricciones a la práctica de los usuarios en función de sus intereses, aunque en el discurso digan lo contrario, así como los mecanismos de filtrado de información a partir de algoritmos, hacen que el acceso a la información y las posibilidades de comunicación sean, en apretada síntesis, cada vez menos de dominio de uso público y cada vez menos democráticos.