La pregunta

Comienza un verano repleto de increíbles preguntas y asombrosas respuestas con un niña que está en la edad de descubrir hasta las cosas más simples.

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Leslie Díaz Monserrat
Leslie Dí­az Monserrat
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28 Junio 2023

«Mamá, ¿ya eres mayor», me espeta mi hija de tres años mientras le peino su par de trenzas largas y delgadas, y me deja en shock.

Quizá porque el tema de la edad se ha convertido en un asunto sensible, ahora cuando me acerco a los 35 y me siento a un paso del inicio de la vejez, y busco a toda costa sentir que me mantengo lozana como una veinteañera.

Sin embargo, el mayor reto radica en explicarle a una pequeña de ojos verdes cuál es el verdadero sentido de «ser mayor», pues cómo hago para que entienda los inmensos desafíos de esta que ya no es aquella edad.

Hasta el momento pensaba que había ganado experiencia luego de descifrar por qué la rosa es blanca y qué pasa si un sapo muerde a una flor; pero esas eran sólo nimiedades ante la hondura de este cuestionamiento que lanzó como un dardo y sin avisar.

Ilustración de Alfredo Martirena sobre los niños y las interrogantes sobre la edad.
(Ilustración Alfredo Martirena)

Podría decirle muchas cosas sobre ser mayor. Hablarle de aquellos sueños que ya no voy a cumplir, de la frustración que me roza de vez en cuando la punta del vestido y que espanto con total actitud. Debería contarle lo que significa tener una mesa sin abuelos y ver cómo mis padres son besados por el tiempo. Tendría que confesarle el cansancio que me cae, de un tirón, a las ocho de la noche, la sensación de ahogo que me provoca llegar sin dinero a fin de mes y enseñarle que me brinca el ojo izquierdo del estrés.

Por un momento me asomo al espejo en busca de alguna cana y respiro aliviada. «Sólo tienes la crisis de los 35», me digo a mí misma y me doy miles de razones psicológicas para disipar mis miedos.

En lo que busco una respuesta para mi pequeña, que todavía espera por mí con expresión inquisidora, recuerdo mi infancia, los dos largos meses de vacaciones, y concluyo que ser mayor es saber que ya no pasarás julio y agosto pegada al televisor, a la espera de los muñes del momento, porque tendrás que trabajar y, además, deberás asumir que nunca, pero nunca, el color del pelo será el mismo del de la modelo de la foto de la caja; lo sabes después de haberte cambiado el tono y el pelado tres veces en un año, y piensas en ello con resignación mientras guardas un envase de tinte repleto de ligas y felpas de pelo.

«Ser mayor es comer mucho para ponerte grande y fuerte», le digo a mi Milena para salir del paso, y ella, con cara de desconcierto, sale disparada como una flecha, busca su orinal verde, se baja el blúmer y se sienta. Desde donde estoy escucho el chorro vigoroso y abundante.

Al momento me trae la vasija y me la entrega con orgullo. «¿Viste, mamá?, ya hago pipi sola. Soy mayor», me dijo en tono de victoria. En ese instante supe que estos meses de verano prometen y recordé a su personaje favorito de dibujos animados. Añoré, por unos instantes, que mi vida fuera tan hermosa y sencilla como la de Pocoyó.

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