La falta de semillas de cultivos varios desfasó programas de plantaciones y la solvencia de acopios. Producir constituye una necesidad ante los desafíos que impone la ausencia de insumos químicos.
El aprovechamiento de las áreas, a pesar de las limitaciones de insumos, contribuye a incrementos de las cosechas. (Foto: Luis Machado Ordetx)
Luis Machado Ordetx
@MOrdetx
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11 Julio 2023
11 Julio 2023
hace 1 año
«¡La semilla, oh misterio…! Año duro, ni sé qué sucedió... Cierto fue que apareció un poco por aquí sin importar a veces la calidad», comentó un cosechero en conversación informal. No esperaba otra respuesta ya advertida con anterioridad.
Era como un asombro en un año que la sequía resultó más agresiva que en otros tiempos, y las viandas —otra opción inmediata de alimento—, representaba un paliativo ante la ausencia abundante de arroz, harina de maíz y frijol.
El tradicional y socorrido ajiaco, y tal vez la sencilla caldosa —símbolo de identidad y alimento—, se erigió en absurdo. De típica y rápida comida todo se trasmutó en utopía de franca ilusión. Los principales ingredientes —viandas, verduras y cárnicos que marcan la cocción de ese plato de la cocina criolla—, apenas se alcanzan en discreta solvencia dados los abultados precios en las ofertas.
¿Cómo recordar aquel Nuevo manual de la cocina catalana y cubana (1958), de Juan Cabrisas, y más recientemente La yuca. Perla peregrina (2017), de José Ignacio Fleites Adán? Son recetarios culinarios publicados, entre otros, por editoriales nacionales. Entronco con lo expuesto por el campesino y el afán, junto a los hombres pegados al surco, por localizar simientes —donde aparecieran—, para sembrar y sembrar sin importar la ausencia de lluvias, insumos químicos y hasta maquinaria agrícola.
Pienso, incluso, ¿dónde estará aquella cacareada escalera de plantaciones de yuca, de sistemáticas producciones, con existencia de una caballería (13.42 hectárea) por cada mil habitantes? Sencillamente, creo que solo existió en informes y números cuantificados en reuniones.
En octubre de 2020, no hace todavía tres años, en Villa Clara se comentó la introducción de cultivos de altos potenciales (productivos y nutricionales) de viandas y hortalizas. Eso permitió, relata un informe, la obtención de semilla para la siembra de 480 hectáreas de calabaza, 750 de boniato, 415 de yuca y 89 de pepino. ¿Cómo es posible que las simientes se perdieran de la noche a la mañana? ¡Algo extraño!
De agrónomo ilusionista y cosechero empírico, un número salta a la vista: una hectárea de semilla de yuca, según el coeficiente de multiplicación, cubriría una superficie aproximada de otras 10, y con un tentativo rendimiento de 12 t/ha la vianda estaría «arrollada» en los mercados. Tal vez, al menos, no sería prohibitiva en precios que oscilan entre 30 y 50 pesos/libra. Similar suerte corre el boniato, y qué decir de la malanga sin distinguir el tamaño que ostente. El primero constituye un cultivo que, como mínimo reclama más de seis meses bajo tierra y el segundo unos 120 días y el último un año.
Pienso, incluso, en fallas necesarias de corregir en las olvidadas fincas de producción de semillas, tanto botánicas (pepino, tomate, habichuela y…), hasta las agámicas, con yuca, boniato, plátano, en lo fundamental. Al no existir simientes idóneas, certificadas, se escoge cualquier tipo de material de siembra y a la postre los rendimientos pasan la debida factura en momentos en los cuales todo transcurre en plantaciones al natural, sin fertilización y protección fitosanitaria carentes de componentes químicos.
Llueve con insistencia, y la yuca no se pudre. ¡Claro!, la mayoría de las plantaciones, aunque compitan en alimentos humano y animal, están en fomento.
Semanas atrás, en el Mercado 500 Aniversario —creo así se nombra—, en Remedios, «corrieron una voz»: calabaza a 12 pesos, yuca a 14, y boniato a 20, y pensé en la cantidad de acopios. A muchos dio deseos de salir corriendo para allá. Son precios de bonanzas jamás vistos en otros lugares aunque existan los topes de «oferta-demanda» y los vendedores privados impongan mala cara al bolsillo ajeno.
Los alimentos desde un tiempo atrás son tan lucrativos como las flores: el que compra, por lo general, no mira la calidad y aboga por la discreta cantidad. Va al menudeo de las ofertas porque gasta dinero y llega a la casa con la jaba medio vacía.
Iluso sería negar que la alimentación humana y animal se encarezca por días. Tiene orígenes que van desde ausencias de insumos para incrementar los rendimientos agrícolas, hasta la falta de fuerza de trabajo en muchos lugares, así como el impacto del cambio climático, las imposibilidades económicas de importación y la imposición especulativa de los revendedores. No queda otra opción que sembrar aunque sea en rangos de subsistencia y emplear espacios de suelos desaprovechados para transformar la comercialización agropecuaria.
En mayo último un informe precisó que Villa Clara se propuso alcanzar unas 28 717 ha de cultivos rústicos en existencia y garantizar una parte esencial del autoabastecimiento territorial. De esa superficie el 46.5 % son plantaciones de boniato, yuca y plátano. La producción total —con otras cosechas de ñame y malanga—, incrementaría en unas 20 800 toneladas los acopios de viandas.
La obtención de alimentos, en tanto llegan esos y otras recolecciones, impone desafíos a los cultivos y al agricultor para conseguir mayores producciones —como freno al carácter leonino de la comercialización minorista—, y desterrar cierto espejismo viandero que impera en el más insospechado de los sitios. Hasta entonces la receta vegetariana del ajiaco cubano andará casi en ausencia de nuestras cocinas hogareñas.