Mi edén veraniego

Cuando irrumpieron en mi vida la adolescencia, la universidad y, finalmente, la complicada vida laboral, me recordaron que aquellos históricos días de verano no volverán. 

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
(Ilustración: Alfredo Martirena)
Nileyam Pérez Franco
Nileyam Pérez Franco
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27 Julio 2023

 Mi adicción a la coladita de café recién hecho tiene su origen en la infancia. El aroma de la codiciada cafeína me recuerda aquellas inolvidables vacaciones, junto a todos los primos, en la casa de campo de los abuelos. El pequeño hogar de tablas y tejas en la recóndita Cotica, asentamiento del consejo popular Sagua la Chica y mi primer Macondo, era para nosotros el hotel más lujoso del Caribe, con caprichos incluidos y un servicio cinco estrellas.

El canto del gallo nos despertaba cada mañana. Mis primos corrían para tomar la leche que la abuela les tenía encima de la mesa, mientras en mi esquina ponía un vaso de sambumbia, porque las preferencias de los nietos las llevaba anotadas con claridad. Correteábamos de un lugar a otro y no quedaba una mata por la cual subir. La hamaca rústica en el portal fue el parque de atracciones que conocimos y donde imaginamos volar hasta el infinito con los empujones que nos dábamos unos a los otros.

Los cuentos del cocodrilo gigante de la viejuca nunca lograron mitigar nuestros deseos del chapuzón en las tardes en el cristalino río Sagua la Chica. Cuando llegaba el abuelo, quien atendía los caprichos con gozo, arrancaba con la «tribu» para el afluente y lograba sacarnos con el pretexto de que nos convertiríamos en tilapias de seguir en el agua. El día concluía con un tremendo partido de dominó o parchís en el piso de la sala, además de la merienda nocturna; tras la cual nos metíamos debajo del mosquitero en fila india.

En el 2007 los abuelos vendieron nuestro hotel con el objetivo de estar cerca de la familia en el pueblo. Ese fue mi último verano feliz y, desde entonces, no he podido reunirme con todos los primos. Sin embargo, la etapa veraniega siguió con los viajes a la playa. Gracias a los privilegios de «sobrina preferida y consentida» memoricé la ruta Vueltas-Caibarién y me sumergí en cada espacio de la pedregosa costa.

La serie de sucesos con efecto de fichas de dominó pusieron un precipitado punto final a mi infancia, y, por ende, a las añoradas vacaciones. Una enfermedad y sus limitaciones me quitaron la arena de los pies, borraron de mi memoria los atardeceres en la playa y transformaron julio y agosto en meses comunes del monótono calendario. Irrumpieron en mi vida la adolescencia, los novios, la universidad y, finalmente, la complicada vida laboral, para recordarme que aquellos históricos días de verano no volverán.

En esta nueva etapa disfruté del litoral sur y las maravillas escondidas en las empedradas y antiguas calles de Trinidad. Recorrí el famoso Valle de los Ingenios a través de un cable colgante. Admiré la belleza sin límites de Varadero, y conocí el «paraíso azul» más allá de Caibarién y el pedraplén. 

Tal vez las fotos que inmortalizan estos momentos muestran unas vacaciones perfectas, mas nunca serán mis preferidas. La aurora de los meses de verano tiene un sabor amargo desde que dejé de reunirme con los primos, y aprendí a sobrellevar la ausencia de la tía y el abuelo. Podrán hablar de innumerables edenes veraniegos, pero el mío siempre estará escondido detrás de dos resplandecientes estrellas del cielo y en las ruinas de la apartada Cotica.    

           

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Saray

Viernes, 25 Agosto 2023 10:24

Muy cierto,asi pasa,no somos contemporaneas mas el cuadro es similar,como las vacaciones de la infancia no se recuerdan otras,y lo triste es que en la actualidad muchos niños solo se sumergen en pantallas.