La calidad de vida en una ciudad no se explica exclusivamente por el desempeño del gobierno local y organizaciones e instituciones que desde su labor impactan en la vida de la gente. La responsabilidad ciudadana, el cuidado del espacio y los bienes públicos, el respeto comunitario, constituyen un componente vital para mejorar nuestra existencia.
Fuera de mi patio, el mundo me asusta y pone en alerta. Si llevo a mis hijos de la mano me yergo coraza, espada, fiera. Me niego a que incorporen actitudes inadmisibles y de extrema irresponsabilidad social, vistas como «normales» en los códigos de la vida moderna.
Una mirada rápida a mi entorno, donde quiera que esté, me permite advertir numerosos atentados a la propiedad social; sobre todo, en los lugares patrimoniales y públicos como el parque Vidal, la Audiencia, la Loma del Capiro; entre otros, víctimas de agresión e impunidad.
En las paradas de ómnibus o puntos de recogida, en los asientos de las guaguas, farmacias e instituciones de salud, el vandalismo gráfico resulta avasallador. Otros locales constituyen verdaderos baños públicos con una mezcla de excreciones y sus deplorables olores en cada recoveco.
Desde una motoneta, una muchacha vestida de secundaria lanza el cartoncito con que tomaba la pizza para no quemarse las manos, dentro del hospital Arnaldo Milián, alguien echa los restos del almuerzo por el lavamanos o la taza del baño, que inmediatamente se tupe.
Por desgracia, anécdotas como estas tenemos como para llenar cientos de cuartillas. La desidia, la falta de cuidado y pertenencia, la apatía e individualismo nos consumen cual enfermedad terminal.
La calidad de vida en una ciudad no se explica exclusivamente por el desempeño del gobierno local y organizaciones e instituciones que desde su labor impactan en la vida de la gente. La responsabilidad ciudadana, el cuidado del espacio y los bienes públicos, el respeto comunitario, constituyen un componente vital para mejorar nuestra existencia.
Los ciudadanos tenemos que exigir a las autoridades que nuestros derechos se respeten, pero al mismo tiempo nos toca cumplir con deberes y responsabilidades para permitir una mejor convivencia.
La responsabilidad constituye un valor propio de la persona que le permite reflexionar, administrar, ubicar y valorar las consecuencias de sus actos, siempre en el plano moral. Si añadimos el adjetivo ciudadana supone orientar ese valor hacia el campo de las actitudes y los comportamientos cívicos.
El cambio comienza en la casa; y se deben aunar lazos con la escuela y otras instituciones de formación en aras de gestar ciudadanos socialmente responsables. Tajar ese «canibalismo social» que hemos instaurado, consciente o inconscientemente, resulta sumamente necesario y sólo posible, si cada cuál cultiva el amor comunitario y las buenas acciones.