El Melissa, otra batalla para sobrevivir y renacer

El huracán Melissa, que atravesó la región oriental desde el sur de Santiago hasta el norte de Holguín, es uno de los más poderosos que ha afectado a Cuba. La preservación de las vidas fue el mayor triunfo y la recuperación constituye el desafío inmediato.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
(Ilustración: Martirena)
Mónica Sardiña Molina
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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31 Octubre 2025

El nombre, de origen griego, basa su significado en la miel y las abejas, pero el Melissa que azotó el Caribe en los últimos días no supo de dulzura. Dejó en el paladar la sal del mar cálido que la alimentó, la amargura de la devastación en paisajes que no parecen reales y el sinsabor de la incertidumbre: cuándo y cómo volverá a levantarse todo lo que derribaron el viento, la lluvia y las olas.

La agresividad con que golpeó a la vecina Jamaica y la región oriental de Cuba no podría estar más lejos de la meticulosidad de esos insectos laboriosos al construir sus panales o el zumbido discreto que los delata mientras buscan el néctar entre las flores. No cupo la delicadeza en un evento meteorológico de proporciones inéditas, tanto para los ojos más añosos como para los que acaban de descubrir la furia de la naturaleza.

Llegó para demostrar que no se iría «en blanco» el mes de octubre de una temporada ciclónica que los expertos habían pronosticado activa, encendió las alarmas sobre su trayectoria incluso antes de tener nombre propio, pasó rápidamente de tormenta tropical a huracán de gran intensidad, con presión atmosférica y vientos máximos sostenidos que elevaron su poder de destrucción al grado superlativo. Fue mucho más que una conspiración física.

Cayó sobre una región donde permanecen visibles muchas heridas provocadas por el Sandy, hace 13 años, y abiertas aún las dejadas por el Oscar, en 2024. En algunas zonas llovió sobre lo mojado, literalmente, y sus habitantes tuvieron que esperar el fenómeno con suelos anegados, ríos crecidos, montañas escurriendo, embalses aliviando, daños en las infraestructuras, riesgos de deslaves; en viviendas vulnerables y carentes de lo imprescindible para prepararse.

Estremecen las primeras imágenes publicadas en las redes sociales digitales: ríos embravecidos cuyos cauces se adueñaron de las calles y se tragaron casas enteras, viejos árboles arrancados de raíz como si se tratase de tiernos brotes, techos y paredes torcidos, escombros esparcidos como migajas, personas buscando sus pertenencias bajo el agua turbia que inundó poblados completos, el Santuario de Nuestra Señora de la Virgen de la Caridad del Cobre sacudido por un desafío ciclónico a la Patrona de Cuba… Solo quienes lo vivieron saben cuánto ha quedado fuera de las fotos y los relatos.

Si algo de abejas y de miel trajo el huracán, fue el abrazo de fe y voluntades que se dieron los cubanos de aquí y de allá, en una petición colectiva para que menguara la fuerza del monstruo; el llamado unánime a proteger, primero, la vida; el ofrecimiento de refugio, agua, alimentos, un poquito de energía, las últimas noticias o un par de brazos fuertes para preservar los bienes de los vecinos más necesitados; la disposición a seguir compartiendo lo poco que quedó después del desastre; la actuación exitosa de rescatistas —en su mayoría jóvenes— prestos a salvar lo más preciado bajo condiciones muy hostiles; la experticia de los meteorólogos entregados a la tarea de convertir datos en pronósticos y llevar a cada intervención la alerta de un científico, la calma de un psicólogo y la cercanía de un familiar preocupado por el bienestar de los suyos; la heroicidad anónima de todos los trabajadores que dejan la comodidad de sus hogares y rutinas para agilizar la recuperación.

Queda mucho daño por evaluar y resarcir, mucha ayuda por enviar en valijas donde se aprietan artículos que resultarán valiosísimos para quienes nada tienen, juguetes sacrificados para alegrar a los niños de oriente y cartas infantiles capaces de consolar a destinatarios de todas las edades.

Un pedazo de Cuba yace en carne viva y, como en cualquier organismo, todas las células que conformamos este Caimán tenemos la responsabilidad de contribuir a que sane en el menor tiempo posible, con trabajo, solidaridad, humanismo, respeto, coherencia, empatía y modestia. No son tiempos para egos, trifulcas ni equivocaciones, sino para sembrar la esperanza en todos los rincones donde este ciclón con nombre dulce dejó un recuerdo agrio.

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