La proximidad Día de las Madres nos invita a expresar nuestra admiración y agradecimiento a las abuelas que asumen la crianza de sus nietos, con todo el esfuerzo y la responsabilidad que conlleva una segunda maternidad.
Silenció la alarma de mala gana, porque después de varios años jubilada le costaba madrugar. Un apagón le dio los «buenos días» de manera irónica y salió directamente al patio para encender la hornilla de carbón. Mientras burbujeaba en la cafetera la primera colada, llegó su esposo con la leche y el pan para preparar el desayuno de los muchachos.
«Los muchachos», dijo para sí misma y suspiró con incredulidad. Hacía décadas que no alistaba uniformes ni meriendas escolares y le costaba un poco retomar esos trajines. «¿Me estaré poniendo vieja?», preguntó retórica, y las articulaciones doloridas le respondieron que, al menos, estaba cansada. Lo comprobó cuando el más pequeño de la casa la mantuvo casi toda una madrugada en vela, por una fiebre que ahora la asustaba más que antes y le costaba el doble bajar.
Con un beso fugaz, él la sacó de sus cavilaciones y le anunció que se regresaba ya para la finca o lo castigaría mucho el sol cuando avanzara la mañana. También envejecía, aunque lo disimulaba, y anteponía a sus achaques la disposición de buscar el sustento para un núcleo familiar repentinamente numeroso.
Ella entró en la casa, decidida a levantar de las camas a tres cuerpos remolones, de 6, 10 y 15 años. La noche anterior, los dos menores esperaron a que sus padres terminaran de trabajar y alargaron la videollamada hasta muy tarde, y con la adolescente ya no resultaba tan fácil negociar los horarios. Los contempló sonriente durante los últimos minutos de sueño, antes de asumir la actitud de mayoral, si quería que llegaran temprano a la escuela.
No le gustaba ponerse seria con ellos, disfrutaba más el rol de abuela consentidora, cuidadora ocasional y anfitriona de visitas esporádicas y bulliciosas, siempre en días felices. Sin embargo, un mes atrás, cambió el panorama.
Después de varios años «allá», su hijo gestionó el viaje de la esposa, pero el trámite de salida del país para los niños tardaría un poco más. «Solo demorará un par de meses, mami. Con nadie estarán tan bien como con ustedes, así los alegran un poco, que están muy solos», le aseguró por teléfono, y aun con la lista de los pros y los contras en mente, ella no dudó en aceptar. Cómo cortarle las alas ahora, si tanto insistió en que aprendiera a volar solo, aunque la desgarraba el vuelo con un mar de por medio, y no compartiera la idea de trasladar a dos pichones de nido sin certeza de un encuentro inmediato.
Una semana después, llegó la otra nieta, animada por la convivencia con los primos y segura de que los abuelos le prestarían más atención que su mamá, demasiado ocupada en un trabajo absorbente y el inicio de la convivencia con un novio nuevo, cuyas miradas no acababan de gustarle. Hay muchas maneras de estar lejos.
Y así se veía ella, con más años de los que le gustaría y menos de los que sentía tener, agotada física y emocionalmente, compartiendo con otro anciano el peso de la crianza de tres, árbitro de querellas infantiles, muro de contención de añoranzas, pendiente de turnos médicos, trámites migratorios, reuniones de padres y tareas escolares; estirando la ayuda que entraba de vez en cuando a una tarjeta magnética, en el saldo del móvil o en uno de esos combos llevados hasta la casa.
Con la sonrisa y el «estamos bien» dejaba atrás preocupaciones, cansancios y temores, no para camuflar disgustos, sino para encarar la vida con la mejor actitud posible. ¿Le pesaba? Ni un poco, porque al bienestar de los suyos daba mucha más importancia que a su propia tranquilidad. Ya tendría tiempo para el descanso cuando le llegara la hora, la definitiva, que se percibe más próxima desde la vejez; sin embargo, rezaba para que no la sorprendiera con la casa llena de muchachos.
Otra vez la asaltaba esa punzada tan familiar y aún no identificaba si en el cuerpo o en el alma. La sufría cuando recordaba la cuenta regresiva que había comenzado en cuanto llegaron los tres convivientes, pues la sucesión de quehaceres y urgencias de su segunda maternidad no impedía que se preparara para otro nido vacío, quizá más doloroso que el de años atrás. «Definitivamente, me estoy poniendo vieja», concluyó mientras inventaba una nueva forma cariñosa y firme de despertar a la tropa que la llenaba de alegría.