Desde el 3 de febrero de 1962, todos los cubanos hemos vivido sometidos a una guerra económica feroz. Bloqueo lo llamamos nosotros; embargo, la potencia que lo impone. Un cerco, al fin y al cabo, que niega el desarrollo a un país, asfixia a su pueblo con privaciones de todo tipo, distancia a las familias, mina la estabilidad de la sociedad, la credibilidad de la Revolución y el éxito del sistema socialista, históricamente obligado a jugar con las peores cartas.
Según el informe presentado la pasada semana por el ministro de Relaciones Exteriores, Bruno Rodríguez Parrilla, el asedio más sólido y prolongado ejercido contra una nación le ocasionó a Cuba un daño económico superior a los 5000 millones de dólares, entre marzo de 2023 y febrero de 2024 —más de 575 000 dólares por cada hora—, y un costo humanitario imposible de cuantificar, aunque se siente más.
Negar su existencia o el impacto negativo de esta política sobre la isla resulta tan inadmisible como escudarse en ella para justificar ineficiencias y conveniencias internas, que tampoco faltan.
Si el bloqueo económico, comercial y financiero no representa un obstáculo real para el desarrollo de Cuba, ¿por qué el gobierno de Estados Unidos se ha tomado tantas molestias en instaurarlo, convertirlo en ley, heredarlo de una administración a la siguiente, aplicarlo y reforzarlo durante más de seis décadas? ¿Por qué el mundo, desde las más diversas posiciones políticas, respalda cada año las votaciones que la mayor de las Antillas gana por nocaut? ¿Por qué no quitarlo y comprobar si el Estado cubano es más fallido que las doctrinas imperialistas del siglo XIX recicladas en el XXI?
Aunque ciertos autorizos excepcionales permiten importar algunos alimentos desde Estados Unidos, pagados en efectivo y por adelantado, el grueso de las medidas coercitivas permanece inamovible, y solo en cuatro meses le cuesta al país lo necesario para garantizar durante un año la canasta familiar normada a la población.
En materia de salud, cada minuto decide sobre la vida o la muerte de una persona. En 25 días sin bloqueo podrían cubrirse las necesidades anuales del Cuadro básico de medicamentos. No obstante, persisten los estantes vacíos en las farmacias, el mercado ilegal detrás de la libre importación de medicamentos sin fines comerciales —«¡Y menos mal!», decimos muchos—, el deterioro progresivo de quienes no pueden adquirirlos y los riesgos de la venta de fármacos adulterados.
Cada 21 horas, el embargo priva de la insulina a los pacientes que durante un año la necesitan, y con el costo de nueve días podrían importarse reactivos, algodón, gasa, jeringuillas, agujas, suturas, catéteres, equipos de suero, entre otros insumos médicos indispensables para el sistema de Salud en 12 meses.
Mientras tanto, por estas y otras muchas limitaciones, la lista de espera quirúrgica, al cierre de febrero de 2024, era de 86 141 pacientes, 9000 de ellos en edades pediátricas.
Si el Congreso norteamericano «tumba» el bloqueo, a las ocho horas Cuba contaría con el dinero para adquirir los juguetes y medios didácticos para todos los círculos infantiles; a las 38 horas, de la base material de estudio para un curso, y a las 44 horas, del financiamiento necesario para garantizar las computadoras en los centros educativos del país.
En ejercicio de la macabra potestad de decidir sobre la calidad de vida y los derechos más elementales de las personas en situación de discapacidad, quienes mantienen la coerción económica impiden la adquisición, en 15 minutos, de las prótesis auditivas, y en media hora, de las sillas de ruedas eléctricas y convencionales que requieren los niños y adolescentes de la enseñanza especial.
La llaga de la necesidad de transportación insatisfecha recibe a diario el aguijonazo de sanciones y escaseces. Sin embargo, tres días sin bloqueo asegurarían el costo del mantenimiento anual del transporte público del país, y ocho meses, el monto de la inversión para comprar 14 380 ómnibus y 12 250 autos o microbuses.
Otra demanda enquistada en la sociedad cubana podría solucionarse en nueve meses libres de embargo, lapso en el que se dispondría del financiamiento necesario para la construcción de nuevas viviendas en el país.
La lista es tan amplia como las penurias acumuladas y las historias de quienes sufren las limitaciones en carne propia cada vez que el nombre de Cuba salta como alarma ante la entidad financiera a la cual se le solicita un crédito, la empresa proveedora de productos con componentes estadounidenses, los buques amenazados con no poder atracar en los puertos de la mayor potencia del mundo después de hacerlo en costas cubanas, y las empresas que no quieren enojar al Tío Sam ni asumir el riesgo de comerciar con un país supuestamente patrocinador del terrorismo.
El bloqueo duele, frustra, desespera, burla derechos, consume esperanzas, envenena aspiraciones y arrebata, también, la paz.