El próximo martes 5 de noviembre, el mundo asistirá expectante a otras elecciones presidenciales en Estados Unidos, porque —nos guste o no— la gestión del 47.º inquilino de la Casa Blanca también tendrá implicaciones globales.
En este duelo, que muchos han calificado como una encrucijada entre lo malo y lo peor, se baten, por el partido demócrata, la vicepresidenta Kamala Harris, junto al actual gobernador del estado de Minnesota, Tim Walz, y, desde el bando republicano, el expresidente Donald Trump, acompañado por el senador J. D. Vance.
Como rasgo histórico del sistema norteamericano, no ganará los comicios el candidato que más votos populares obtenga —así lo demostraron las victorias de George W. Bush en el 2000 y del propio Trump en 2016—, sino quien alcance la mayoría mínima de 270 votos electorales, de los 538 distribuidos de manera proporcional entre los 50 estados y el Distrito de Columbia, en correspondencia con la población de cada uno.
La mayoría de los votantes, con una sólida afiliación republicana o demócrata, tiñen sus boletas de rojo o de azul independientemente de los nombres que aparezcan. Por ello, los esfuerzos de cada campaña para convocar y conquistar se concentran en los independientes, los indecisos, los jóvenes, las minorías étnicas y los habitantes de los estados péndulo, que suman 93 votos electorales definitorios: Pennsylvania (19), Carolina del Norte (16), Georgia (16), Michigan (15), Arizona (11), Wisconsin (10) y Nevada (6).
Aunque algunos expertos han vaticinado ganador, lo reñidas que marchan las encuestas, lo poco fiables que resultan estos datos, y lo juguetona y voluble que se vuelve la democracia ante una mínima alteración de las circunstancias, incitan a esperar los resultados oficiales en vez de aventurarse con especulaciones.
La economía constituye la guía fundamental de la intención de voto, con una percepción arraigada de que el exmandatario sabrá manejarla mejor que su oponente, a pesar de que especialistas han corroborado una mejoría de la situación económica en la actual administración.
La respuesta a la situación migratoria y la seguridad en la frontera también deviene tema crucial en la elección, e históricamente los estadounidenses han apreciado una gestión más favorable de estos asuntos por parte de los republicanos. En menor medida, inciden el manejo del conflicto entre Israel y Palestina, los derechos reproductivos de las mujeres, las proyecciones sobre el cambio climático, entre otras cuestiones.
Como particularidades de esta carrera por los próximos cuatro años de mandato desde el Despacho Oval, profesionales del Centro de Investigaciones de Política Internacional (CIPI) y otros analistas cubanos y extranjeros señalan la escasa competencia en las primarias dentro de los dos principales partidos, la decisión del presidente Biden de renunciar a la reelección y ofrecer su apoyo a la vicepresidenta a escasas semanas de la Convención, y el atentado que le vino como anillo al dedo a Donald Trump durante un evento de campaña, y cuyos detalles no se han esclarecido.
Además, la negativa del magnate a reconocer la derrota en 2020, su implicación en el asalto al Capitolio y los cargos judiciales que enfrenta, lejos de restarle credibilidad y poder en el seno del partido, han consolidado su posición, así como su popularidad entre los electores, porque «sus seguidores aprendieron a adorar la irracionalidad y son inmunes a toda crítica o autocrítica», como muestra de un «retroceso civilizatorio» digno de análisis profundo, en palabras del filósofo mexicano Fernando Buen Abad Domínguez.
«Es un pozo de insensatez histórica que ha perpetrado daños incalculables en la cultura, en la historia y en la moral social. Y lo peor de todo es que no se trata de un caso aislado. Que se trata de una modelo, una tendencia», sentenció el intelectual.
La extrema polarización política, tanto entre partidos como en la ciudadanía se expande por la realidad física y combustiona en los espacios virtuales, con la respectiva dosis de odio, violencia y espectacularidad de las últimas campañas electorales, que no se sustentan en la información, sino en la distorsión de las percepciones, según la periodista e investigadora en Comunicación, Rosa Miriam Elizalde.
La proliferación de toda clase de publicaciones que tildan a Kamala Harris de «comunista» y otras manipulaciones más o menos burdas constituyen solo un ejemplo de cómo la ultraderecha se vale de los algoritmos de las redes sociales digitales, el (ab)uso de la inteligencia artificial y de todo el arsenal tecnológico conocido o por descubrir, para consolidar la imagen de Trump como «el elegido» de la sociedad capitalista, pese a la probada similitud entre demócratas y republicanos, y el carácter inamovible de las bases del imperio.
Si Harris se convierte en la primera mujer que asume la presidencia de Estados Unidos, la inercia de Biden deja señales fluorescentes sobre su proyección hacia la isla, y, en caso de regresar Trump, las 243 medidas que nos dejó en 2019 presagian la ferocidad de una segunda estancia en Washington.
En cualquier caso, el escritor, investigador y periodista Luis Toledo Sande nos regala una certeza: «Nada sugiere que el pueblo cubano deba esperar gestos salvadores —y menos aún su salvación— del gobierno que lleva más de seis décadas intentando ahogarlo».