
Nada puede reconfortar más a una persona que escuchar de un enfermo o del familiar que lo asiste: «Usted salvó mi vida». Es en ese preciso instante cuando el gesto desinteresado y solidario de donar sangre cobra su verdadera dimensión.
Así ha ocurrido muchísimas veces, al conocer de algún niño afectado por enfermedades como la leucemia, o en momentos en que se produce un accidente masivo y resulta necesario disponer, con la mayor urgencia, de diversos tipos de sangre, en especial, la de aquellos grupos sanguíneos menos frecuentes.

En ese sentido, recuerdo a un colega que, para poder ser operado de un tumor alojado en su cerebro, necesitaba contar con varias donaciones de personas que tienen el grupo sanguíneo O negativo, los que, por cierto, son muy pocos en el mundo; bastó solicitar esa ayuda a través de las redes sociales para que aparecieran varios dispuestos a ayudar.
Asimismo, he presenciado el llanto de las familias, en señal de agradecimiento, cuando alguien ha propiciado la supervivencia de un menor que dependía de una o varias donaciones para poder amanecer.
Contrario a lo que ocurre en muchos países, la donación voluntaria, no remunerada y altruista ha caracterizado ese proceder en Cuba. Gracias a este logro, el país garantiza las demandas de componentes y hemoderivados para apoyar proyectos tan humanitarios como los trasplantes, la cirugía cardiovascular y los tratamientos oncológicos, entre otros.
Esa decisión de donar sangre puede salvar una vida o, incluso, varias, si la sangre es separada por componentes —glóbulos rojos, plaquetas y plasma—, lo cual posibilita que sean utilizados individualmente en pacientes con enfermedades específicas.
La importancia de la sangre radica en que esta transporta oxígeno y nutrientes a todas las partes del cuerpo para que este pueda seguir funcionando, además de aportar dióxido de carbono y otros materiales de desecho hasta los pulmones, los riñones y el sistema digestivo, que se encargan de expulsarlos al exterior.
Además, ayuda a mantener el cuerpo a la temperatura correcta, transporta hormonas a las células del organismo, envía anticuerpos para combatir las infecciones, y contiene factores que favorecen la coagulación y la cicatrización de los tejidos.
Contrario a lo que algunos piensan, y según la ciencia, donar sangre aumenta la capacidad pulmonar, los niveles de oxigenación en todos los tejidos y previene daños circulatorios e infartos. También, cuando una persona entrega algo tan preciado de su propio ser, es reconfortado emocionalmente hasta niveles increíbles.
El cuerpo, al detectar que estás donando, de inmediato pone en marcha un complejo mecanismo que «fabrica» sangre nueva, razón por la cual no existe riesgo alguno para quien dona.
Fuentes consultadas explican que un individuo sano puede donar hasta cinco veces al año, por lo cual podría salvar hasta 15 vidas.
Los expertos en esta materia aconsejan no donar sangre cuando se han tenido actividades sexuales de riesgo, además de suspenderse de manera permanente en los casos de quienes alguna vez hayan tenido una prueba positiva para el VIH (virus del sida) o se han inyectado drogas. De igual manera, es necesario tener presente que no se debe fumar ni beber alcohol durante dos horas siguientes a la donación, y no levantar peso con el brazo con el que se ha donado.