Inmensidad de cara al sol

Este 28 de enero se cumplen 172 años del natalicio de José Julián Martí Pérez, el Héroe Nacional de Cuba. 

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Ilustración de Alfredo Martirena sobre la Marcha de las Antorchas en homenaje a José Martí.
(Ilustración: Alfredo Martirena)
Mónica Sardiña Molina
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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27 Enero 2025

Mientras más se aleja aquel natalicio profético del 28 de enero de 1853, más cerca necesitamos al primogénito de doña Leonor y don Mariano; al hombre que iluminó continentes y épocas, brilló en todas las dimensiones y sacrificó parte de su existencia en la sombra para que los hijos de otros tiempos viviéramos como él murió hace 130 años: de cara al sol.

Enero trae las antorchas que brillaron por primera vez en el año de su centenario; los disfraces infantiles de los personajes de La Edad de Oro, la declamación de sus Versos libres o sencillos, la evocación paternal del Ismaelillo, la prosa aún encendida en crónicas, cartas y discursos; los retratos, las canciones y las citas del autor que todos conocen y no pocos profanan al asociarle frases que nunca dijo.

Enero señala la resurrección del Maestro, antes discípulo de Rafael María de Mendive, y, luego, pedagogo en aulas humildes, tribunas, periódicos, campamentos mambises y antologías que han mantenido vivas sus letras más allá de sus 42 años terrenales.

Renace el patriota, incomprendido a veces en su propia casa —porque vivió más apegado a su tiempo que a su estirpe—, condenado a presidio a los 16 años; obligado al destierro que, lejos de amargarle el carácter, lo dotó de una universalidad, una precocidad de pensamiento y una cercanía a «los pobres de la tierra» inigualables. El que encarnó a Abdala y organizó la gesta para liberar a Nubia, guiado por el sino dramático que plasmó en un poema adolescente; el eterno defensor del honor de los cubanos, que supo pensar y decir muy bien, aunque prefirió actuar, sin margen para contradicciones entre gesto y palabra.

Vuelve el caballero de frente amplia, traje oscuro y andar discreto, privado de los lujos que le prodigaría su mente privilegiada para consagrar toda ganancia a una causa mayor: independizar a Cuba y Puerto Rico del colonialismo español, y evitar la expansión imperialista norteamericana sobre el continente mestizo que se extiende al sur del Río Bravo.

Regresa el hombre justo, capaz de sentir como propio el dolor ajeno y concentrar todos sus esfuerzos en encontrarle alivio. Ejemplar en su conducta, pero demasiado modesto para dejarse llamar «Presidente» por los exiliados y combatientes del Ejército Libertador.

Inspira el genio convertido en escritor prolífico sin publicar más libros que un par de cuadernos de versos, el periodista que sacude la prensa de cualquier época con cada número de Patria y de todos los periódicos y revistas que honró durante décadas con sus colaboraciones, el hombre imperfecto y confiado en el mejoramiento humano, el eterno predicador de la igualdad, admirador de la naturaleza hasta en las circunstancias más difíciles, defensor de lo propio, lo genuino y lo autóctono frente a la imitación de patrones extranjeros, sin negar la belleza o la utilidad de lo ajeno.

Enero llama a la unidad que se afanó en conquistar el fundador del Partido Revolucionario Cubano, entre viejos robles y pinos nuevos, respetando a cada generación sin imponer criterios, situando los anhelos comunes sobre los desacuerdos, y deja ver al estadista que nos guía aún, con sus ansias de «dignidad plena», en la construcción de una república «con todos y para el bien de todos».

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