
«Somos el país con más leyes y donde menos se cumplen». La frase casi se ha convertido en un refrán, de tanto repetirla la vox populi cada vez que se publica una nueva norma jurídica, necesaria, pero cuya aplicación queda luego a medio camino.
Más instruidos que educados —otra valoración bastante extendida—, andamos conscientes de los derechos y deberes propios y ajenos, aunque no siempre dispuestos a respetarlos y cumplirlos.
Para no extender las abstracciones, nos movemos a la esquina donde se encuentran las calles Tristá y Cuba, en uno de los ángulos del santaclareño parque Leoncio Vidal. Allí convergen un movimiento peatonal considerable, propio de la zona céntrica de la ciudad; un parqueo informal y las bien nutridas colas de clientes de las sucursales del Banco de Crédito y Comercio y la Casa de Cambio, en un espacio muy limitado por la pared galvanizada que envuelve las ruinas del hotel Florida.
Como si fuera poca la congestión, muchos conductores atraviesan el portal del banco o invaden la estrecha acera frente a Cadeca con bicicletas, motorinas y ciclomotores de la mano, en lugar de acceder al parque por otra ruta; impacientes por que les cedan el paso, adueñados de una preferencia que no les corresponde e indolentes ante personas adultas mayores o en situación de discapacidad, cuyas limitaciones de movilidad les impiden cambiarse de sitio con rapidez.
El Boulevard de Santa Clara parece a ratos una ciclovía que roba la tranquilidad a los transeúntes, pues se ven obligados a mirar en todas direcciones para evitar el impacto de quienes desandan el área comercial sobre ruedas.
Los irresponsables que circulan apurados, en sentido contrario al que indican las calles, están, literalmente, a la vuelta de la esquina, tan omnipresentes como los que se apropian de las aceras a golpe de claxon, para llegar rodando hasta la puerta de la casa o el garaje, o quienes irrumpen en cualquier vía a exceso de ruido y velocidad, solo por el afán de presumir motos más adecuadas para pistas de carreras o engendros de imitación.
Plantadas de la noche al día, sin autorización ni justificación, crecen las barreras arquitectónicas que a diario obstaculizan el trayecto a miles de personas por la comodidad de una, y a similar ritmo se extienden otras tantas violaciones visibles sobre las cuales no se pronuncia ninguna autoridad competente, o no lo hace con el rigor que demanda la ciudadanía.
En su artículo 45, la Constitución de la República deja claro que «el ejercicio de los derechos de las personas solo está limitado por los derechos de los demás, la seguridad colectiva, el bienestar general, el respeto al orden público, a la Constitución y a las leyes». Sin embargo, en este punto del círculo vicioso podríamos regresar al primer párrafo del comentario.
Enero nos dio suficientes lecciones —cada cual más dolorosa— de lo que provoca la imprudencia, el afán de llegar primero, la negativa a ceder, entre muchas conductas que justificamos con la dinámica acelerada impuesta por la crudeza de los tiempos.
Aunque la empatía y el respeto a los otros resulten palabras altisonantes para quienes se rigen por la ley del más fuerte, la vida demuestra que ser «un tilín mejores y mucho menos egoístas» puede salvar y salvarnos.