El día comienza temprano en el apartamento 6. A las 5:30 de la mañana, Xiomara se levanta, cuela café, despierta a Leonarda, la ayuda a bañarse y desayunan juntas. A las 8:00 dan su regular caminata.
«Mi rutina no es la misma de hace tres años, ahora mi mamá depende de mí, aunque todavía puede valerse por sí sola, pues con su edad camina y sube y baja escaleras. Pero los viejitos se convierten en niños, y a los hijos nos toca hacer de padres».
—¿Cómo ha cambiado su vida desde que asumió este rol?
—Mis días son completamente diferentes. Hay momentos en los que estoy cansada, pero me tengo que llenar de energía. De mí es de la única persona que no se olvida. Mi hijo y mi nieta vienen todos los días y hay veces en que les pregunta quiénes son. Luego se acuerda y se ríe. Pero de mí no se olvida.
«Desde muy temprano estoy trabajando en el cuidado del adulto mayor. Primero, a mi abuela, durante un año y medio; ahora me hago cargo de mi mamá. Hace once años que estoy jubilada, pero esto es como una recontratación, porque es un trabajo, aunque haya personas que no lo vean así, es un trabajo poco visibilizado, con una responsabilidad enorme y más en mi caso, porque también soy una adulta mayor de 71 años».
—¿Qué la ayuda a sobrellevar los momentos difíciles?
—Lo que me ayuda es la apoyo que recibo de mi familia, de mis hijos, mis nietas. Las personas que se encuentren en mi posición no pueden tener miedo de pedir ayuda a su familia. No solo es cuidar, a veces sentimos soledad y hay que buscar esa ayuda.
En medio de la conversación, Leonarda interrumpe con picardía:
—Niña, ¿qué estás haciendo aquí?
—Abuela, estoy haciendo una entrevista.
—¿Y que estas estudiando ahora?
—Periodismo.
—¿En qué año estas?
—En tercero.
—¡En tercero ya!
«Hoy se acordó de ti», dijo Xiomara, con una sonrisa.
Envejecer no es fácil, pero tampoco es el fin de nada. La sociedad suele mirar la vejez como una etapa de dependencia, cuando en realidad es una etapa de adaptación a un nuevo ritmo de vida. Ser mujer y envejecer es un acto de belleza. Es mirar las arrugas en el rostro de tu abuela y que por la calle desconocidos te digan que se parece a ti. No pensemos en envejecer con gracia, sino en arropar esas canas y arrugas como un recordatorio de que la vida se renueva y no termina con la vejez.