
La pelota, el peloteo, el chisme, la crítica... todos han sido alguna vez reconocidos como «deportes nacionales» en Cuba; aunque solo el primero ostenta la denominación oficial y el valor patrimonial que la sustenta. Los restantes han sido popularmente nombrados como tal, por tratarse de hábitos tan arraigados que trascienden espacios y épocas, y a esa lista me atrevería a sumar otro: la botella.
No me refiero al cobro de un salario por un empleo en oficinas del Estado sin que el beneficiario desempeñe ninguna labor, el fraude común durante la república neocolonial que tan bien nos enseñaron en las clases de Historia de Cuba. Hablo del «viaje gratuito que realiza una persona en el vehículo de otra que va en la misma dirección», según refleja el Diccionario de la lengua española en una de las acepciones coloquiales del término.
La transportación pública tan deprimida, el poco recelo de los cubanos para con nuestro espacio personal y la disposición a tendernos una mano aun sin conocernos, han convertido el acto de pedir y dar botella en práctica extendida, incluso, institucionalizada, sobre todo, en rutas donde faltan ómnibus o sobran viajeros.
Retomando la analogía beisbolera, desde paradas o puntos de embarque vemos cómo la alineación se despliega a la orilla de la vía, rezando para que no se prolongue demasiado el turno al bate; haciendo swing a lo que pase, con ansias de conectar doble, triple o jonrón —según cuán lejos esté el destino ese día—, o enseñando algún billete para tocar la bola y llegar, al menos, a primera base.
Conforme avanzan los minutos, varían las posiciones, y alguien se sube sobre una lomita para entablar el duelo de señas con los conductores y ganarse el protagonismo del encuentro. Los árbitros, antes vestidos de amarillo y ahora de azul, intentan contener a los osados dispuestos a robarse la base para montar primero, y quienes prefieren mirar de lejos y a la sombra comentan las jugadas, cual afición en plena peña deportiva.
Hace un par de semanas, la gobernadora, el vicegobarnador y los coordinadores de Programas y Objetivos del Gobierno Provincial, amanecieron en el terreno, como refuerzo del equipo popular, apretaron el picheo y poncharon a unos cuantos choferes de automóviles estatales acostumbrados a pasar de largo o valerse de toda clase de justificaciones para evadir la responsabilidad social de contribuir a la movilidad de algunos de los pasajeros.
No tardaron las notificaciones sobre entidades cuyos vehículos «no paran», la retirada de la licencia de circulación y la designación de los infractores a prestar servicios en otros sectores o actividades. Muchas personas exigen «que bajen al chofer del carro y lo manden para la agricultura», ante la posibilidad de que la nueva tarea resulte más descanso que castigo, y porque demasiadas veces, la empresa o institución paga la insensibilidad individual al verse privada de un auto que resulta imprescindible para cumplir su objeto social.
No alcanzan estas líneas para delimitar la responsabilidad del chofer, el cuadro o la entidad, ni la sanción más acorde en cada caso. Tampoco es ese el propósito.
Ante una oferta pública estatal casi inexistente y una transportación privada cuyos precios resultan insostenibles para pasajeros habituales y hasta ocasionales, para los representantes del pueblo como propietario legítimo de los medios fundamentales de producción, ofrecer un aventón siempre que sea posible es un deber cotidiano, no una deferencia esporádica ni un acto para «quedar bien» con quien lo exige de manera presencial. Si lo queremos expresar en buen cubano: ¡Lindoro tiene que parar!
Por otro lado, el hecho de que el Gobierno de Villa Clara asuma el tema como una prioridad de trabajo conecta la agenda institucional con las necesidades públicas. ¿Pero cuántas otras urgencias dejan en pausa las máximas autoridades para presentarse en los puntos de embarque a exigir lo que debería ser conducta naturalizada? ¿Tiene que acudir un inspector o un dirigente a cada parada para implantar la sensibilidad, el respeto y el sentido común?
De manigua o grandes ligas, según la dificultad para embarcarse, la botella, al igual que el béisbol, sigue moviendo multitudes. A falta de varitas mágicas que resuelvan los problemas del transporte, revivan rutas de antaño y sitúen los precios en su justo lugar, seguiremos dependiendo de la solidaridad ajena. Esperemos que la mejoría no esté tan distante como la recuperación del pasatiempo nacional.
Lunes, 24 Marzo 2025 16:57
¿Hasta cuándo van a estar de rodillas, rogando a los choferes que por favor sean solidarios con el pueblo?
Es hora ya de hacer lo que tengan que hacer los cuadros para dar por solucionado este planteamiento recurrente del pueblo.