Sensibilidad vs. supervivencia

Antes y después de subir, una guagua representa la cubanía sobre ruedas. Sin embargo, practicar la sensibilidad, la empatía y el diálogo respetuoso ayudan para unos 20 minutos más llevaderos

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Ilustración de Alfredo Martirena sobre el transporte público y los valores humanos.
(Ilustración: Alfredo Martirena)
Lety Mary Alvarez Aguila
Lety Mary Alvarez Aguila
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10 Agosto 2025

Nada como el transporte público para que afloren, en su justa medida, ángeles y demonios. La aventura no comienza en el tumulto, donde un pie se aferra al escalón metálico del ómnibus y el otro apunta temerosamente al carnaval de gritos que quiere dejar atrás. Si hubiese que seleccionar un momento que mezcle tortura, ahogamiento e incertidumbre, sin duda, sería ese, al que califico como «final del tormento» o «inicio de una fase (casi siempre) peor». En realidad, la batalla empieza antes, cuando una masa enorme y colorida de seres sociales asume como verbos modelos: esperar, correr y sobrevivir.

El horario no importa, los rayos solares se encargan de cubrir este dato. Luego de un tiempo prolongado de talones adormecidos, miradas fugaces a la pantalla del celular o poner y quitar la rosca de una agotadísima botella de agua… «parece que se asoma algo».

—¡Ojalá esta sí nos recoja!— pudiera decir cualquiera que se haya cansado de contar los vehículos que no se detuvieron en la parada.

Todos quieren irse: el estudiante que no ve la hora de despojarse del uniforme y merendar, la gestante que regresa de una importante consulta médica, el trabajador que vivió un calvario para llegar y, ahora, vive otro para retornar; la señora que se queda en la terminal próxima debido a su fragmentada travesía… En resumen, vidas, contextos y experiencias diferentes. La guagua no viene con listas o cartas de recomendación. Repito: todos quieren irse.

Como cubanos al fin, las situaciones nos familiarizan y el diálogo nos hermana. En esos minutos previos, puede que hayan surgido nuevos amigos, alguien descubrió un vecino que jamás había visto, se habló del dólar, de los precios, del más reciente capítulo de la telenovela, se dieron tips para el cabello. Y existe también la posibilidad de que se haya conversado sobre respetar la cola, los colados y las dificultades actuales de movilidad urbana.

Lo curioso viene después, a la hora de la verdad, en el instante donde todo se olvida. No hace falta detallar demasiado. Quizás todos hemos presenciado la agresión, el irrespeto, el malentendido que origina la presunta y vieja pugna entre una juventud perdida y una adultez encontrada. Entonces resulta más fácil culparnos unos a los otros en discusiones sin sentido.

Los más vulnerables, por supuesto, acaban como blanco de una fusión extrema de civilización y barbarie; tal vez, la segunda supere a la primera. Cuando la supervivencia se impone, alcanzar un asiento o, sencillamente, llegar a la puerta del transporte colectivo se convierten en un trofeo; pero de esos que generan una carrera compulsiva y aplastante.

Entonces, ¿dónde queda la sensibilidad?, ¿a qué parte del carro van a parar los valores cuando se afecta a un adulto mayor o se impide bruscamente la entrada de una embarazada o persona en condición de discapacidad? Muchos ya hacen fila por mero protocolo, pues saben que vendrá, una vez más, el escenario de selvas y depredadores, la invasión de extraños que arribaron sin avisar con el fin de provocar revuelta. A pocos metros del suelo, los niños miran asombrados la muchedumbre, mientras un desconocido emite (incluso con palabras obscenas) una protesta para que puedan abordar.

Arranca el viaje. Algunos continúan peleando por roces y espacios; otros se limitan a escuchar a Bebeshito. Casi siempre, por fortuna, existen los prudentes y caballerosos. No todo está perdido. Antes y después de subir, la guagua representa la cubanía sobre ruedas. Sin embargo, practicar la empatía, entendernos, dialogar sin ofensas y ofrecer la mano a quien lo necesita constituyen acciones imprescindibles para unos 20 minutos más armoniosos y llevaderos. Se trata de crear entornos ciudadanos acordes con el bienestar y el humanismo. Cuestión de «ponerse y pensar».

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