En los tiempos modernos las madres viven agobiadas. En medio de los afanes de la vida, encuentran en las tecnologías de la comunicación una nueva niñera que suple sus necesidades y expectativas.
Si el niño llora, le ponen el televisor. Hasta son capaces de darle el teléfono para hacerlo callar. De hecho, cada día los padres les regalan tabletas a pequeños que ni siquiera saben caminar.
Ven estos artefactos como instrumentos para el desarrollo de los infantes, y se asombran cuando a los 2 años ya saben hablar inglés al ritmo de Dora la Exploradora, quien les enseñó a decir banana en vez de plátano, y cinta adhesiva en lugar de precinta.
Los medios de comunicación alertan sobre los efectos nocivos, y aunque existe cierta percepción de riesgo, en muchos hogares el asunto se minimiza y la vida sigue igual. Sin embargo, en la calle se oyen historias del hijo de Fulanita que no habla o el de Menganita que dicen tiene autismo inducido, término que se ha puesto de moda y al que se opone el Dr. Omar Cruz Martín, máster en Ciencias, psicólogo y profesor de la Universidad de Ciencias Médicas Dr. Serafín Ruiz de Zárate Ruiz.
En su opinión, no se puede usar esta terminología, pues no está recogida en los glosarios de clasificaciones de enfermedades psiquiátricas. Por tanto, asegura que se trata de nuevas afectaciones en el desarrollo que no están catalogadas y surgen a partir de un tipo de estimulación, también nueva, que reciben los niños.
Además, insiste en ahondar en las diferencias con el cuadro del autismo clásico, en el que el afectado no puede expresar emociones, algo que no sucede con estos pequeños que sí lo hacen, a pesar de que poseen un conjunto de síntomas que recuerdan al autista, entre ellos: dificultades para adquirir el lenguaje, ecolalia (repetir última palabra como un eco), intranquilidad, movimientos estereotipados (balanceo, aleteos), caminar en puntilla, no fijar la mirada…
Su preocupación por el tema viene desde las décadas de los años 80 y 90 del siglo pasado, cuando se reportaron los primeros casos en las consultas de Pediatría de la provincia. Sin embargo, no fue hasta el 2012 cuando se enroló en un proyecto que ya cuenta con más de una veintena de investigaciones sobre el tema.
En una de las primeras realizaron un estudio en la población infantil de Villa Clara, específicamente con niños menores de 3 años, que estuvieran entre 30 y 36 meses. Al final, la muestra estuvo compuesta por 167 madres. Con ellas indagaron el criterio que tenían sobre la utilidad, la percepción de riesgo y el efecto positivo de las tecnologías.
En opinión del profesor, la mayoría de las mamás concebían las nuevas tecnologías como una niñera. En la actualidad, el consumo puede rondar las seis u ocho horas diarias. Incluso, la edad de iniciación es inferior al año de vida.
La pesquisa data del 2013- 2014. En ese momento veían los aparatos tecnológicos como una alternativa para alimentar el desarrollo del niño. Aunque ahora el tema despierta debates, todavía existen hogares que se dejan llevar por los efectos engañosos de los productos tecnológicos.
Según recuerda el Dr. Cruz Martín, aquel estudio inicial arrojó que el 12 % de los nenes estudiados entraban en la categoría de altos consumidores, y exactamente este 12 % presentaba afectaciones importantes del desarrollo. ¿Casualidad?
De paso y, según constató una investigación realizada por la psicóloga Delia María Santiesteban Pineda sobre la exposición tecnológica de los infantes con las cuidadoras particulares, la mayoría de las veces son las propias mamás quienes llevan la memoria o el DVD que le gusta al niño.
Para colmo de males, todavía no se cuenta con investigaciones longitudinales (en el tiempo), por lo que no se puede precisar, a largo plazo, el impacto real de las tecnologías en el desarrollo de los menores.
Lo que sí puede asegurar la máster en Ciencias Pedagógicas y licenciada en Psicología, Yurianelys Machado Machado, es que la recuperación suele ser un proceso lento y depende de la edad en la que se comience a trabajar con el pequeño.
En cuanto a la «dosis » de tecnología adecuada en la infancia, existen criterios que fijan media hora al día después de los 4 o 6 años. Omar Cruz Martín tiene un juicio contundente en este sentido: la tecnología es veneno para los niños. Por eso, ¿cuánto veneno estarían dispuestos a darle a su hijo?