Las medias tintas de la participación

Mientras la participación popular se reduzca al estado de simple acto de asistencia, figuras intrí­nsecas de la democracia cubana podrí­an asumirse en su peor versión.

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Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
1906
05 Marzo 2017

Hace poco más de un año una cobertura periodí­stica me dio el pie forzado para las palabras que hoy escribo. Puede que les parezca un tanto lenta reacción, pero requerí­a pruebas que corroboraran mi teorí­a. En fin, que aquí­ les va la historia.

Caricatura de MartirenaUn central del territorio acababa de cumplir su plan de producción azucarera. Pasado el mediodí­a, el silbatazo estridente rebotó contra las paredes del batey. Y en medio de la plaza, sobre una tarima, micrófono en mano y con el sol castigándole la mollera, el representante del sindicato leyó su alocución. Vibrante, enardecida, hasta que adoptó un giro «poético » inadecuado. Al principio hubo aplausos; luego, risitas disimuladas y, en pocos segundos, la mayorí­a del auditorio se dedicarí­a a localizar la pipa de cerveza prometida.

A mi lado, Peje Flaco, uno de los obreros del ingenio. Se le notaba la confusión mientras negaba con la cabeza. « ¿Usted escuchó eso?   Dice que los hombres de la zafra somos los artistas del machete y que nos perdemos tras las cañas como garzas... ¡garza será su….!! ».

Esa misma tarde una secretaria me develarí­a el misterio tras la autorí­a del discurso. «Ay muchacha, imagí­nate, si la hija adolescente del director es la que se los escribe y se piensa que es poetisa ».

De golpe comprendí­ muchas cosas. Las garzas y los artistas fueron, apenas, una raya más para el «tigre ». Como mismo se escuchan a diario arengas distantes al ser de carne y hueso que habrí­a de reconocerse en lo que alguien lejano, extraño piensa sobre su vida y sus necesidades, el sistema institucional del paí­s continúa estableciendo polí­ticas públicas y disposiciones administrativas que en poco se parecen a sus beneficiarios potenciales.

Mientras la participación popular se reduzca al estado de simple acto de asistencia, figuras intrí­nsecas de la democracia cubanacomo el involucramiento activo y la acción colectiva podrí­an asumirse en su peor versión.

Para no hablar en términos hipotéticos, prueben vincular el tema a nuestras asambleas de rendición de cuentas. El Poder Popular, como forma de organización del Estado cubano desde 1976, resulta la única institución polí­tica cuya labor avala la opción y el deber de que el pueblo participe. O sea, que el salto sociopolí­tico se dio 40 años atrás, al crearse las condiciones que nos instaron no solo a debatir, sino a cuestionar, a construir y a cambiar lo que debí­a ser cambiado.  

Sin embargo, los problemas de Cuba se tornaron más grandes que los remedios, y la vida se hizo tan difí­cil que el individualismo se convirtió en el plan de escape de muchos. El cubano no se quebró nunca, pero algo habí­a cambiado. Aquellas asambleas que antes fueron fiestas, incluso, en los barrios más humildes, se convirtieron, bajo la crisis, en el espacio para exorcizar quejas y amarguras. ¿Soluciones? Pocas, y voces autorizadas dispuestas a responder, explicar o, simplemente, solidarizarse con el prójimo, escasas o ausentes.

Tampoco nos ha ayudado el verticalismo con que transfundimos tantas de nuestras polí­ticas públicas, sin excluir a las más justas y necesarias. Según establece la notable investigadora cubana Marí­a Teresa Caballero, el análisis de la participación real comprende las diversas maneras en que la población expone sus aspiraciones y necesidades, por lo que lleva implí­cito un nivel de compromiso con lo que se decide y hace. Por tanto, las estrategias de desarrollo del paí­s habrán de contener dichos intereses.

En cuanto a la participación formal, Caballero explica que se expresa en el sistema normativo y queda en «letra muerta », porque su ejercicio no rebasa las apariencias. No obstante, me adhiero al criterio de otros tantos estudiosos del tema: la participación social solo es genuina cuando implica una capacidad efectiva de decisión

Veamos un segundo caso. En un balance provincial de la FMC con su secretariado nacional, una federada de Coralillo se mostró inconforme con el plan de superación que recibió una de las casas de orientación del municipio. Campesinas, amas de casa y mayores de 45 años en su mayor por ciento, llevaban un tiempo solicitando algún curso de moda artesanal, dada su afición y el conocimiento bastante generalizado de las artes del corte y la costura. Sin embargo, tal y como sucede en tantos otros escenarios de nuestra querida isla, la asignación vení­a «de arriba ».  

«De corazón se lo agradecemos, pero tenemos un problema. Ya casi ninguna de nosotras tiene cabeza o edad para ponerse a aprender inglés ».

No obstante, seamos justos. De la misma manera que demandamos un espacio socialmente relevante, o no lo pensamos dos veces antes de denigrar el trabajo de otros y declararnos ví­ctimas de la exclusión, nos cuesta cumplir con lo mí­nimo.

La participación no se comprende meramente a escala macro o como recurso exclusivo de los cí­rculos de poder; la que se fomenta entre un grupo de vecinos que colaboran e intentan ayudar y resolver las carencias de su micro-patria, posee tanto o más valor.

Si no sanamos la dicotomí­a entre necesidades cercanas y pretensiones, obviaremos la posibilidad de participar con efectividad. Eso sí­, la nación deberá desoxidar sus mecanismos, pues lo difí­cil ya está hecho, pero la perdurabilidad toca a todos y a partes iguales.

Oí­dos atentos y ojos bien abiertos han de detectar a los lí­deres genuinos de nuestras comunidades, pero no por el afán de encapsularlos en un molde «adecuado », sino para ayudarles a alzar una Patria que se parezca a sus mejores hijos.  

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