«La tierra para quien la trabaje », pidieron los campesinos cubanos hace casi 60 años, y el gobierno revolucionario expropió latifundios para entregárselos.
Unas cinco décadas después, el Estado cubano tomaría nuevas medidas contra el mal aprovechamiento de la superficie agrícola. «Existe (…) un porcentaje considerable de tierras estatales ociosas », hizo constar en el texto del Decreto-Ley 259, de 2008. Y, papeleo mediante, arrendó parcelas a productores privados y entidades estatales.
Ahora casi 10 años y dos decretos leyes más tarde el panorama ha cambiado, o eso podría inferirse de los datos que se encuentran en la página de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información. Ahora dice la ONEI en un informe sobre el 2015, Villa Clara tiene 65,1 miles de hectáreas ociosas, de las 328 000 no cultivadas.
«Ociosas », precisa el informe. «Ociosas, que no es lo mismo que mal explotadas », aclara Gerardo García Sánchez, jefe del departamento de registros agropecuarios de la delegación de la Agricultura en Santa Clara. Porque puede que un área no se utilice en un determinado momento, por estar incluida en un programa de desarrollo, y su uso dependa de recursos que aún no llegan. O que, a cinco años de entregada una parcela, todavía no produzca lo esperado ».
Lamentablemente, ni Gerardo García, ni la ONEI, ni la delegación provincial de la Agricultura tienen cifras más actualizadas sobre las tierras mal aprovechadas en Santa Clara o en Villa Clara. En la capital provincial hay un estudio en marcha, precisamente para valorar el uso y aprovechamiento de las tierras arrendadas a personas naturales y jurídicas. Para principios de julio deberán estar disponibles esos datos, según el directivo.
En lo que estudian, revisan, inspeccionan…, surge una duda sobre un caso particular que llegó a Vanguardia: ¿cómo clasificarían las cerca de dos hectáreas de tierras que recibió la Empresa de aseguramiento y servicios de la Delegación provincial de la Agricultura a principios del año pasado, y que permanecen prácticamente intactas?
El terreno en cuestión fue solicitado para ampliar la vaquería El Mamey, de la referida empresa. Serviría como área de pastoreo tradicional, o para montar allí un banco de semillas de pastos y plantas forrajeras para las 170 cabezas de ganado vacuno existentes. Posibilitaría así mantener altas producciones de leche y carne como encargo estatal, además del autoconsumo. Entonces los vaqueros limpiaron ese espacio «una vez, hace algún tiempo », le instalaron cerca eléctrica y sembraron un poco de king grass, según confirma el administrador de la vaquería.
Ahora, ocasionalmente, las reses buscan allí algo de lo que la naturaleza pueda ofrecerles. La naturaleza, pues los hombres se han retardado un poco en estos menesteres.
Un año resulta suficiente para roturar tierras y sembrar pastos. La sequía no es excusa. Y si lo fuera, entonces lo injustificable es que los responsables inmediatos de la empresa de aseguramiento y servicios no hayan garantizado, en ese lapso, el sistema de riego que les permitiría beneficiarse con el río que atraviesa parte de la tierra adquirida.
Con la finca de la vaquería colinda otra área, perteneciente a un usufructuario de la CCS El Vaquerito: 1.97 hectáreas aprovechadas hasta donde permite el terreno con tabaco y viandas. El productor ha logrado, en apenas un año, rendimientos por encima de las cifras promedio de la cooperativa en su cosecha de tabaco; y vaticina similar suerte para sus contrataciones de yuca, frijol y plátano.
Cuando no tuvo los recursos para crear las condiciones necesarias, pidió préstamos al banco. Cuando creyó que el tiempo era poco, redobló el esfuerzo. Lo que no pudo aumentar fue su área cultivable.
En medio del ajetreo no le pasó inadvertido el aparente abandono de la finca vecina. Tampoco el hecho de que los suelos de una y otra tierra son de tipo 1, altamente cotizados para cultivos varios.
No hace falta ser ingeniero agrónomo ni adivino. Basta atar cabos.
Pesa el argumento de que ni Villa Clara, ni el país pueden permitirse desperdiciar la superficie agrícola. Porque más de un año para roturar y sembrar dos hectáreas de tierra, es un desperdicio invaluable de tiempo, recursos, producciones.
Si el terreno está ocioso, tal vez pudieran entregarlo en calidad de usufructo, como ha establecido el Consejo de Estado. Si lo entregasen, que controlen el aprovechamiento que hacen de él. Porque una tierra mal explotada por causa del abandono de su tenente propietario o usufructuario, bien podría clasificar como ociosa. Y sería absurdo tener esas tierras ociosas mientras existan campesinos con voluntad y condiciones para hacerlas producir.