Regreso victorioso a Santa Clara

El 17 de octubre de 1997, el Che llegó victorioso a la Plaza de la Revolución que lleva su nombre en Santa Clara.

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Ceremonia de inhumación en la plaza del Che.
Ceremonia de inhumación en la plaza del Che. (Foto: Archivo/Vanguardia).
Narciso Fernández Ramí­rez
Narciso Fernández Ramí­rez
@narfernandez
1815
17 Octubre 2017

Pocas veces Santa Clara se vio tan callada. Pocas veces Villa Clara estuvo tan solemne. Pocas veces Cuba entera estuvo tan atada a un hecho, que sin dejar de ser luctuoso, mantuvo a millones de sus hijos a la expectativa de los acontecimientos. Pocas veces se habí­a llorado tanto y desbordado tan intensos sentimientos.

Se trataba de un hecho irrepetible. Era el retorno del Che y sus compañeros de lucha guerrillera en Bolivia. La profecí­a del poeta se habí­a cumplido. Nadie pudo impedir que lo encontráramos.

Habí­an pasado 30 años desde su muerte heroica. Aquí­ estaba de nuevo entre su pueblo, el Guerrillero Heroico: el hombre que siempre dijo lo que pensó e hizo todo lo que dijo. El argentino-cubano nombrado por Fidel, primer Comandante de la Sierra Maestra. Entre nosotros, nuevamente estaba el artí­fice de la Invasión a Las Villas.

Habí­a regresado más vivo que nunca el Héroe de la Batalla de Santa Clara, el infatigable Ministro de Industrias, el agencioso Presidente del Banco Nacional de Cuba, el insuperable Embajador de la Revolución Cubana en sus primeros años.

A las 7.00 de la mañana del 14 de octubre de 1997 partió el cortejo fúnebre desde la Plaza de la Revolución José Martí­. De La Habana, y hasta Santa Clara, fueron miles y miles los hijos de este pueblo que a cada lado de la Carretera Central esperaron emocionados el paso del cortejo militar que contení­a los restos inmortales del guerrillero.

Exactamente doce horas después, al filo de las 7.00 de la noche, por la calle Marta Abreu, entraba el Che al Parque Vidal de Santa Clara. Nunca hubo tan respetuoso silencio. Era como si el tiempo se hubiese paralizado. Una emoción contenida evidenciaba el sentimiento de dolor que embargaba a los presentes. La urna de cedro con los restos del Che, y las de sus compañeros de lucha, ocuparon un lugar de privilegio en la Sala Caturla, de la Biblioteca Provincial Martí­.

Tributo del pueblo villaclareño
Tributo del pueblo villaclareño. (Foto: Archivo/Vanguardia).
Los restos del Che y sus compañeros de lucha  en la biblioteca Martí­. (Foto: Archivo/Vanguardia).

Durante dos dí­as consecutivos, una fila interminable de santaclareños, cada uno con una flor en la mano, pasó a rendirle postrer tributo al hijo adoptivo que hizo de esta ciudad la suya. Nunca el flujo de personas dejó de manar. Era el mar de pueblo agradecido ante su héroe.

Junto a sus restos inmortales, y los de sus compañeros, hubo una guardia de honor permanente. «El Che nuevamente entra victorioso a Santa Clara », fueron las palabras que para sí­, dijo Miguel Dí­az-Canel Bermúdez, entonces primer secretario del Partido en Villa Clara, al hacer la primera de las guardias de homenaje al Comandante Guevara.

El 17 de octubre, tras una última guardia de honor, encabezada por su segundo de la Invasión, el Comandante de la Revolución, Ramiro Valdés Menéndez, a quien le fuera confiada la misión de hallar los restos de los guerrilleros caí­dos y hacerlos retornar a su Patria, el Che partió hacia la Plaza de la Revolución que lleva su nombre.

Allí­ le esperaba el Comandante en Jefe Fidel Castro, a quien seguramente el guerrillero le dedicara su último pensamiento, como le habí­a prometido en su carta de despedida.

En la Plaza abarrotada, expectante, estaba el pueblo de Santa Clara.  

Silvio Rodrí­guez interpretó como nunca antes y, quizás, como nunca después La Era. En la voz del locutor Pastor Felipe se escuchó por primera vez el poema El Memorial, de Enrique Núñez Rodrí­guez, convertido a partir de entonces en solemne juramento de traerle al Che «surcos de fuegos y cañas cortadas ».

«Con emoción profunda vivimos uno de esos instantes que no suelen repetirse. No venimos a despedir al Che y sus heroicos compañeros. Venimos a recibirlos », fueron las primeras palabras de Fidel en su excepcional pieza oratoria.

Calificó al Che de “gigante moral” y a él, y a sus hombres, como un refuerzo, como un destacamento de combatientes invencibles, que llegaban a luchar junto a nosotros y a escribir nuevas páginas de historia y de gloria.

Fueron apenas unos diez minutos   de discurso, pero suficientes para aquilatar en toda su magnitud al hombre que vení­a a seguir librando y ganando batallas a favor de los humildes.

Desde entonces, la llama eterna brota invencible en el Memorial. Otros guerrilleros se le fueron sumando. Nuevas tradiciones patrióticas surgieron a lo largo de estos 20 años. A ninguno de los miembros del Destacamento de Refuerzo les ha faltado una flor. Cada colectivo que busca renovar sus esfuerzos y proponerse nuevas metas acude ante el Che para prometérselas.

Ahora, a cincuenta de su desaparición fí­sica y a 20 exactamente de la llegada de sus restos a Santa Clara, el compromiso contraí­do por este pueblo es inmenso. Un deber que se acrecienta cada dí­a y nos hace a los villaclareños ser más revolucionarios, más fidelistas, más cubanos.

Fidel, en aquella memorable mañana, concluyó afirmando: « ¡Bienvenidos, compañeros heroicos del destacamento de refuerzo! ¡Las trincheras de ideas y de justicia que ustedes defenderán junto a nuestro pueblo, el enemigo no podrá conquistarlas jamás! ¡Y juntos seguiremos luchando por un mundo mejor! ¡Hasta la victoria siempre!

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