
Esther Caridad Cairo Morales es sincera. Confiesa esta enfermera que lloró el día en que, por primera vez, inyectó a un niño. No quería hacerlo, pero interiorizó el deber de salvar vidas, y el pulso no le tembló.
De sus 53 años, 33 los ha dedicado al ejercicio de la abnegada profesión, siempre en el hospital universitario pediátrico docente José Luis Miranda, de Villa Clara, donde se mantiene desde el día que inició su trayectoria laboral.
«Cuando niña jamás curé ni inyecté a una muñeca. La vocación tocó un día a mi puerta gracias a mi mamá, que siempre quiso ser enfermera. Sus amigas cumplieron el sueño, pero ella no; las cuestiones económicas de la época se lo impidieron ».
Al terminar el preuniversitario, Esther solicitó la especialidad y un día de 1984 le llevó de regalo el título a su madre. «A ella le debo la profesión. En verdad estudió conmigo. Incluso mi tesis de técnico medio la dominaba tanto como yo. La hice relacionada con la hipotermia en el recién nacido.
Entonces evoca los inicios en la Sala de Pediatría General durante su primera década laboral.
«Una experiencia muy bella en la parte asistencial. Luego, 18 años como jefa del departamento de la Central de Esterilización. «Compartía con la docencia para ayudar a la formación de profesionales de la Salud, incluso no solo de mi rama ».
De 2006 a 2010 cumplió misión en Venezuela. A su regreso le aguardaba una titánica misión: la jefatura de la unidad quirúrgica en su especialidad.
¿Momentos alegres, Esther?
El mayor de todos es la recuperación de los pequeños. Si logramos que un infante se salve constituye una alegría compartida; de lo contrario, ocurre un desplome total. En el salón se juega el todo por el todo, es una realidad de expectativas, a veces muy duras. Entramos con un máximo de optimismo y nos decimos: el caso va a salir. En unas oportunidades sonreímos, en otras no. Se hace todo lo posible; sin embargo, no hay palabras para describir los momentos adversos. Solo el equipo lo sabe.
¿Pudiera la cotidianidad hacer ver estas situaciones como rutinarias?
Hay que tener escasos valores para deshumanizarse. A veces sí tienes que vestirte con la coraza del profesional de la Salud, dar ánimo a los padres y apoyarlos al máximo, sin ocultar la verdad.
¿Qué piensa de la vocación?
La enfermería es una profesión, pero también un don; un don para la comunicación, otro para el servicio, y otros más para el amor, la nobleza y la humanidad. No es lo mismo construir estas virtudes en el camino que nacer con ellas.
¿Ha tenido que decirle a alguien: « retírate, que no das más? ».
No de manera tan drástica, pero sí he dicho: «revísate, que si no te gusta para qué vas a seguir ». Es fuerte el trabajo, los turnos nocturnos, la tensión cotidiana durante las 24 horas sobre el paciente.
Si tuviera que escoger entre el magisterio y la asistencia, ¿hacia dónde se inclinaría la balanza?
Me quedaría con la asistencia, estoy directamente con el paciente, veo su evolución hasta el final, y más en pediatría, aunque no declino la docencia.
¿Por qué la pediatría?
Por mi amor hacia los niños.
Esther Cairo tiene una tarea ardua. Hay que trabajar hasta que concluya la actividad quirúrgica. Unos 15 o más casos diarios, sin contar las urgencias, y aunque se esté cansado hay que seguir al otro día
En casa aguardan sus dos hijas: Cary Iliani y Laura Flor. La mayor estudia segundo año de Medicina Veterinaria en la Universidad Central, la otra cursa onceno grado y a lo mejor sigue por los caminos de la Medicina. Además, comparte con sus padres, que, según ella, son especiales; el hermano, tíos y primas en unión familiar.
Como mujer le gustan los detalles, recibir flores, compartir con sus compañeras y que tanto a la llegada como a la salida del hogar sus hijas le den un beso.
Mayo le trae dos fechas unidas: el Día Internacional de la Enfermería (12 de Mayo) y una jornada después, el dedicado a las madres…
Amores por partida doble.