
Que las niñas no deberían tener niños se da por irrebatible. De hecho, si algo sobra en estos temas son las certezas a pie juntillas: las niñas han de abrir los ojos y cerrar las piernas obvio, solo ellas; los hijos de niños pasan «las verdes y las maduras »; los niños-padres no tienen idea de cuál será el próximo paso, pues solo saben que la responsabilidad pesa como mil demonios juntos y cargan el cansancio que no les tocaría, al menos, hasta dentro de muchos años más.
Y en nombre de que las niñas no tengan niños se hace lo que sea necesario. «A grandes males, grandes soluciones ».
En el mundo, uno de cada diez legrados se les realiza a jóvenes de entre 15 y 19 años de edad. En Cuba, uno de cada cuatro.
Los adolescentes representan la quinta parte de la población mundial. En la isla, apenas el 11.9% de los residentes permanentes.
Dos años atrás, la cifra nacional de nacidos vivos se estableció en 116 872. Durante ese mismo periodo no vieron la luz 85 445 criaturas, de las que 21 667 correspondían a embarazadas de entre 12 y 19 años. Para dicho grupo, la tasa de abortos asciende a 38.8 por cada 1000 mujeres.

No es un delito. En 1965, el gobierno revolucionario aprobó la despenalización de este proceder y lo institucionalizó en los hospitales, convirtiéndolo en el cimiento para una nueva era de planificación familiar. No obstante, aunque las interrupciones constituyen una alterativa en permanente efervescencia, aún queda un reducto preocupante de adolescentes cubanas que afrontan una maternidad clásicamente indeseada y peligrosa.
El anuario Indicadores de salud de los niños, adolescentes y mujeres en Cuba (1), confirma que el 12.8% de los nacidos vivos en Villa Clara durante el 2016, son hijos de madres menores de 20 años. Hablamos, por tanto, de más de 930 muchachas en plena formación psicosocial y desarrollo biológico, que debieron imponerse los rigores de una función hartamente drástica, incluso, cuando se asume con amor, preparación, apoyo y madurez.
Sin embargo, más allá de pánicos, reprimendas y poca capacidad para mantener el estado de alerta, la opinión consensuada entre los adolescentes y sus familias coincide en que el problema solo tiene dos posibles salidas: o se elimina de raíz, o se le compra canastilla.
Para una u otra alternativa hay que vestirse de coraje.
Pocos, pero activos
Continuamos con las cifras. En el caso cubano, la tasa bruta de natalidad por cada 1000 habitantes decreció de 27.7 en 1970, a 10.4 en 2017, pero lo paradójico del asunto radica en que en un país cuyas perspectivas de crecimiento poblacional van en franca picada, las madres menores de edad aportan el 16% del índice de fecundidad total.
¿Y los medios de comunicación? ¿Y el sistema público de enseñanza? ¿Y mamá y papá? ¿Y el básico instinto de conservación? Todos en su sitio y, por norma, cumpliendo sus roles. En apariencias, son los adolescentes los que le «juegan cabeza » a su buena suerte y aceleran el paso hacia la meca del ser adultos, al menos, del ombligo hacia abajo.
Una encuesta nacional del Minsap realizada en 2014 despertó la alarma. El estudio para determinar las formas más comunes de anticoncepción entre la población en edad reproductiva, indicó que el 40.1% de los jóvenes de 15 a 19 años no usaban ningún método para evitar el embarazo y/o las Infecciones de Transmisión Sexual (ITS).
Escasamente el 19.4% alegó usar el condón masculino, mientras que el 38.1% de las muchachas manifestó que preferían tomar la píldora (22.9%), o colocarse un dispositivo intrauterino (15.2%).
Quisiera fingir que tras estos números prima la improvisación típica de la inexperiencia juvenil y la poca capacidad de predicción. Sin embargo, el acompañamiento familiar al adolescente no es excepción en un país donde conviven, bajo el mismo techo, hasta cuatro generaciones. La salida al «lío », por tanto, no tendría por qué precipitarse a anestesiar a una niña, o a obligarla a saltarse décadas irrecuperables de su vida.
En el artículo Fecundidad adolescente: apuntes actuales (2) su autora, la Dra. Matilde de la C. Molina Cintra, resalta que cuando las disfunciones familiares en torno a la educación sexual se normalizan y reproducen una y otra vez a modo de comportamiento estándar, los patrones del joven se disocian irremediablemente.
«La familia refiere la Doctora en Ciencias Demográficas y máster en Psicología está vinculada al inicio precoz de las relaciones sexuales, al no uso de anticoncepción y a la toma de decisión en torno al aborto o la maternidad. La propia historia y características de ella la convierten en contexto explicativo, junto a otros.
«[…] Los patrones que se repiten de generaciones de abuelas a madres e hijas constituyen indicadores de la influencia social de la familia sobre las nuevas generaciones. Los patrones que más se trasmiten y se repiten son los relacionados con la edad de inicio de la reproducción, el tipo de unión y la anticoncepción ».

En resumen: si el control educativo no llega ni a los tobillos de las circunstancias y las necesidades de información del adolescente, resulta bastante improbable fomentar, de manera efectiva, la percepción de riesgo y el conocimiento en temas de anticoncepción. Así de simple y básica suele ser esta ecuación.
Entonces sobra el lastimoso intento de buscar los porqués fuera del nido. Por hábito, cuando el pichón vuela bajo y con el viento en contra es porque no recibió las lecciones adecuadas. Claro, ninguna teoría resulta irrebatible, de la misma manera en que pueden nacer flores en medio de un basurero. Mas la práctica indica, casi siempre, todo lo contrario.
Casos y cosas del aborto
En una de los tantos mensajes que el pasado Día de la Madres se compartieron en las redes sociales, encontré el que posteó en su muro de Facebook una antigua compañera de la secundaria básica: «No me quitaste mi futuro, me diste uno nuevo ». Y acompañó sus palabras con una foto suya y de su hijo, un «niño » de 17 años y seis pies de estatura que nació cuando aún no nos graduábamos de noveno grado.
Pensé que tuvo suerte, que parecen un par de hermanos, que ya lo tiene encaminado… y recordé lo mucho que lloró cuando no pudo usar más su uniforme blanco y amarillo y casi todos la miraban con desconcierto y desprecio. Pero jamás se quedó callada, quizás, porque su voz y su dignidad eran el único mecanismo de defensa que tenía a mano. « ¿Tú nunca has visto a una estudiante embarazada? ¿Tú lo vas a mantener? ». Y la gente no sabía entonces qué responder.
A fuerza de calzar y vestir un traje demasiado ancho para una niña que se chupaba el pulgar a la hora del receso, se hizo madre.
«Sucede que no están preparadas en ningún sentido, por mucho que la atención primaria de salud y el Programa de Atención Materno-Infantil (PAMI) sigan la evolución del embarazo, el parto y el puerperio », plantea la Dra. Hilda Elena Rodríguez Mantilla, especialista en Primer grado en Medicina General Integral (MGI) y Ginecobstetricia y Máster en Atención Integral a la Mujer, para quien las razones de inmadurez biológica no resultan los únicos argumentos a privilegiar.
«La gestación en edades tempranas afecta tremendamente el desarrollo de las adolescentes, tanto en lo concerniente a su carácter e individualidad, como en lo referido a sus posibilidades futuras, pues se trata de muchachas cuya personalidad y potencialidades aún están en formación. Estos embarazos, asumidos casi siempre con reticencias y bajo la presión y mala orientación familiar, incrementan las tasas de abandono escolar, la ruptura de los proyectos de vida, la pérdida del vínculo estudiantil o laboral, la separación de la pareja y el rompimiento con las experiencias que deberían vivir según su edad.
«Las madres adolescentes dependen del apoyo de la familia, que deberá involucrarse de a lleno en el cuidado y crianza del bebé, adoptando en ocasiones roles protectores que desplazan la función de los padres. ¿Resultados?: limitaciones en las oportunidades de roce social, baja autoestima y desarraigo ».

Sobre las demás inconvenientes del embarazo en la adolescencia explicó a Vanguardia la Dra. Mabel Monteagudo Barreto, especialista en Segundo grado en Ginecobstetricia y Máster en Atención Integral a la Mujer.
«Si la muchacha decide llevar a término la gestación, debe saber que enfrentará el riesgo de que se produzca un aborto espontáneo antes de las 20 semanas, además de otras complicaciones graves como rotura temprana de la membrana, bebés prematuros con bajo peso al nacer, hemorragias en el momento del parto y descompensaciones que pueden derivar en la muerte, tanto de la madre como del niño.
«Sin embargo, el PAMI y el programa de atención integral a la adolescencia dan un seguimiento exhaustivo a todo el proceso, al igual que la atención primaria de salud, donde se maneja el control de riesgo preconcepcional, por lo que todas las adolescentes grávidas reciben una atención especializada ».
Pero el aborto provocado se mantiene como el plan A para la mayoría de las menores embarazadas.
El hecho de que el servicio para las interrupciones esté estructurado e institucionalizado en nuestro país, es decir, que solo se hace en centros hospitalarios y con el personal adecuado, constituye una garantía para quienes se deciden por esta opción.
«Las adolescentes embarazadas tienen dos posibilidades: el método quirúrgico, o sea, el legrado o la regulación menstrual, y el farmacológico, con tabletas de Misoprostol. Para ambos casos existen protocolos seguros, especializados e inviolables.
«No obstante, la política del Minsap es la de disminuir este problema de salud, pues las estadísticas nacionales indican que entre el 39 y el 45% de las adolescentes abortan hasta dos veces, y el 9,5% lo hacen en más ocasiones ».
¿Consecuencias?
Complicaciones con la anestesia, infecciones y perforaciones uterinas, desgarros y riesgo de que queden restos del feto, lo que implica nuevas intervenciones, más invasivas y peligrosas. Sin embargo, o la gente ya no se asusta demasiado, o perdieron la capacidad de percibir la magnitud de los procedimientos a los que someten a sus niñas.
Involucrarse a medias en la vida íntima de un hijo adolescente, solo porque es rebelde, hosco, demanda independencia y se piensa invulnerable, no debería ser una opción imaginable para ningún padre. Los problemas se componen lo mismo de casualidades y «mala pata », que de desentendimiento sobre asuntos elementales.
El crecer tampoco es el mejor argumento para perder la cabeza y dar vueltas de carnero sobre el filo de una cuchilla, porque cuando la adultez queda grande, no perdona.
(1) Editado en 2017 por la Unicef y la Dirección de Registros Médicos y Estadísticas de Salud del Minsap.
(2) Publicado en el No. 25 de la revista cubana Novedades en Población (enero-junio 2017).