



El panorama cultural villaclareño deja en ocasiones temas por abordar. Unos quedan sueltos, como desperdigados en el tiempo, y otros pasan con espíritu “centro-capitalino†dentro del soslayo de la mirada. Bien dijo hace muchos años el olvidado sagí¼ero Tomasito Castañeda Ledón, escritor incorporado a la Revista de Avance, y al pensamiento renovador, de sustancia contra el aplauso, cuando recalcó que «desde los ventanales críticos nos hemos creado una ilusión de valores visuales, fotográficos, con ausencia de luz y de placa » en obediencia de la realidad inmediata.
El recuerdo más cercano lo percibo en un bello rostro de Martí, el Apóstol, llegado semanas atrás al Palacio de Pioneros “José Luis Mirandaâ€, en Santa Clara, y que jamás se exhibió antes allí. La interrogante viene de niños, y no de adultos, como tal vez infieran algunos cuando descubren el busto en bronce, ahora sobre un pedestal que, en su construcción, dejó huellas de chapucera factura. La culpa de esa mácula la tiene el evidente corre-corre, y no responde a artistas restauradores y conservadores que laboraron en una pieza valiosa que data del inicio de los años 40 del pasado siglo.
¿De dónde vino y quién fue su escultor?, inquieren algunos curiosos. Lo primero se conoce con seguridad absoluta. Incluso, también se sabe el descuidado estado que antes tuvo por obra y gracia de un directivo que “ ¿orientó?†pintar el metal, de negro al inicio, y después, ante la torpeza de blanco. Lamentable desliz, muy reiterado en otros lugares.
Del creador, aparece lo incierto: carece de firma, muy similar al inaugurado, por cuestación voluntaria de pedagogos y estudiantes villareños, en el Parque Vidal de Santa Clara. Así ocurrió el martes 28 de enero de 1941 frente al teatro “La Caridadâ€, según la propuesta de la Dra. Julia Elisa Consuegra de Montalvo, y el escultor fue el humilde y valioso cienfueguero Mateo Torriente Bécquer.
Apenas un lustro duró allí el deseo de perpetuar todos los días una mirada del transeúnte curioso a la prédica martiana. La mojigatería y la repulsa pudieron más, y el busto de bronce desapareció. Los mofadores lo llamaron entonces el “Martí Cabezón, apuntó la prensa capitalina. Después surgieron otras esculturas, también en ese metal, originales del villaclareño Alfredo Gómez. Una, que se conozca, está en predios habaneros, y tres en nuestra provincia: el Parque de Los Mártires y una «máscara » en una dependencia de Comercio, ambas en Santa Clara, y la última en la plaza central de Rancho Veloz, en el noroeste.
Todas las terminaciones de ese escultor están firmadas. La factura de Torriente Bécquer jamás llevó rúbrica, según la prensa de entonces, y añadió que pertenecía a su autoría. Todo hace suponer, y es una especulación que corroborarán otros, el busto en bronce, de 95 centímetros de alto, con mirada de Martí, de prominente frente, tendiente hacia quién lo contempla, puede que pertenezca a la autoría del artista cienfueguero.

Por supuesto, no constituye una réplica del busto perdido, según el contraste de imágenes existentes, y tuvo una exclusividad cuando se hizo: la veneración permanente de las alumnas y el claustro docente y de servicios de la antigua Escuela del Hogar Rural, radicada desde 1940 en la finca San José de Caimital, hacia el este, ocho kilómetros de Santa Clara.
Del patio central de ese centro, después Instituto Tecnológico Victoria de Santa Clara, llegó el busto de Martí a las manos de los restauradores. Tampoco es una réplica en metal, de acuerdo con la fotografía de una pieza similar que mostró el salón-dirección de la Dra Otilia Mena Gutiérrez, rectora de la escuela de jóvenes ruralistas, única de su tipo en el país, especifica Las Villas-ílbum-Resumen Ilustrado, Industrial, Comercial, Profesional, Cultural, Social y de Turismo (1941) en páginas interiores.
En pocos días los conservadores devolvieron el realce artístico a un original busto. Por la hechura final del escultor, sugirieron colocarlo en un pedestal de tres metros de altura, pero fueron desobedecidos. ¿La razón?: catalogan de visión exclusiva, única, y de riqueza expresiva la escultura en bronce de un Martí, el Apóstol, que observa el detalle e insta a la meditación histórica.