
Las relaciones interculturales han definido, desde el comienzo, el concepto de cubanía: desde que los primeros españoles «osaran » enamorar a las aborígenes caribeñas; desde que el primer negro africano cayese rendido ante la majestuosidad de alguna española, católica de pura cepa; desde que los franceses contonearan a las damas habaneras y los chinos inmigrantes legaran ojos rasgados a su prole mulata.
Si de idilios hablamos, osadía no les faltó a los haitianos que nunca se marcharon de Cuba, «enamorisquiados » sobre todo en Oriente, donde la pasión y el erotismo queman, dicen. Tampoco tuvieron fuerzas para volver a sus terruños judíos, sirios, libaneses, yucatecos… al sentirse ahogados en un mar de sentimentalismo criollo. Y los romances de colores, multiplicados hasta el infinito, devinieron matrimonios de núcleo duro en aquellos años en que Cuba presumía de ser receptora de inmigrantes.
Hoy, la globalización en términos de amor continúa regalando a la isla parejas interculturales. La apertura al turismo, las políticas educacionales de intercambio, los programas de colaboración entre profesionales, el acceso a Internet, han posibilitado que nuestro país sea nido para ciudadanos de los más variados confines. Entonces, la madeja cultural se enreda más y más...
Antropológicamente, en todas las culturas las personas suelen vincularse con miembros de sus propios grupos. La elección de una pareja extranjera no constituye regla, sino excepción, lo cual, en ocasiones, se interpreta como transgresión violenta a los ideales familiares, sociales y patrióticos. En esa complicada perspectiva sexual existen nacionalidades que se atraen, como el más poderoso imán; otras, sin embargo, se repelen.
Tener una pareja culturalmente distante se asume como un reto atractivo e, incluso, excitante. No obstante, la riqueza de una relación híbrida se ensombrece por el fracaso de la alteridad, explicada como la capacidad humana para naturalizar las diferencias. Entonces, muchos sujetos sufren el duelo entablado por el «romanticismo » y la hegemonía de la cultura que representan.
Yo de aquí y tú de allá
«Cuando conocí a mi novio y supe que era del Medio Oriente, morí. Hice hasta lo imposible por evadirlo », comenta Sara, joven entrevistada, quien prefiere conversar con Vanguardia bajo pseudónimo. Cuenta que en el comienzo de la relación se dejó influir por las opiniones que se manejan en Cuba sobre los musulmanes, mas luego del paso del tiempo, la empatía se impuso.
Mirar con nuestros ojos nos hace juzgar a los otros, los que vienen de afuera. Sin embargo, ¿qué sucede si esos «extraños » nos juzgan a nosotros, los que estamos dentro? Cuando Nicte Rubí Marcado, mexicana del Distrito Federal, comenzó su noviazgo con Erlys Almaguer García, se enfrentaba a una gran barrera: la reputación, la fama que carga en sus hombros el cubano.
Los estereotipos resultan construcciones sociales egocéntricas, que pretenden situar cada cultura en el ombligo del mundo. «Ustedes los (as) cubanos (as) son… »; «qué manía la de los (as) mexicanos/pakistaníes/rusos/canadienses... », constituyen los reproches más comunes y peligrosos motivos de desencuentros.
Por ello, crear una relación saludable demanda de actitudes que sitúen el respeto, la negociación y flexibilidad como bases. Dicha conclusión puede sonar muy obvia; sin embargo, los terapeutas de pareja constatan la dificultad para la comprensión mutua por los denominados «errores de atribución », malinterpretaciones surgidas a raíz de los diferentes códigos culturales para exteriorizar sentimientos por ejemplo: mirar directamente a los ojos puede ser bien una señal de respeto o de irreverencia.

Nicte Rubí, que suma cinco años de relación, nunca imaginó que la «cubanía » fuera a causarles inconvenientes: «A veces se dirigía a mí con un “pssssâ€, un “oye†o formas bruscas. Yo insistía en que decir “por favor†u otra forma de cortesía, ayudaba a entendernos. Después comprendí que no lo hacía por mal, sino por costumbre de su país ».
Pero cualquier obstáculo puede ser sorteado con dos que se quieran. Yihad Awad Richi, el sirio, tras 18 años de unión con su esposa Duani Bustillo Pentón, explica que «el reto fundamental de toda relación amorosa radica en entenderse bien. No significa que todo sea armonía: uno odia tanto como ama, pero son momentos pasajeros.
«Me acuerdo cuando mi mamá nos decía que el matrimonio es como el juego de la soga, cuando uno ve que están halando de un lado, el otro debe aflojar. No importa la idiosincrasia si la pareja comprende que ambos son seres humanos y que cada uno tiene su manera de pensar, y su modo de ver la vida ».
El modo de ver la vida: he ahí un punto medular del asunto, que traspasa diametralmente la realidad de la pareja. Por ello, Sara creyó que convertirse a la religión musulmana sería la manera más certera de consolidar su relación.
«Nunca hablamos abiertamente de que yo debía insertarme en la comunidad islámica. Sin embargo, comencé a estudiar sus doctrinas por decisión personal, porque los postulados de esa fe me llenaban espiritualmente. Luego de esto, comenzamos a entendernos mejor, sobre todo en el Ramadán, mes de ayuno durante el cual nos abstenemos de saciar la sed, el hambre y el deseo sexual antes de que se ponga el Sol ».
Y aunque la religión juega un papel que pudiera definir la ruptura o la continuidad del noviazgo, «la educación familiar es la que define tu postura. Si te han educado de manera correcta, con principios, uno se da cuenta de que todos los seres humanos pueden entenderse. Si te han criado con fanatismo religioso, con una línea roja que tú no puedes sobrepasar, jamás valorarás que lo más importante son las buenas relaciones con la gente, el buen trato, el amor. La religión islámica crea lazos de paz, no separaciones », argumenta Yihad, quien hoy disfruta de sus dos hijas, nacidas en Cuba.
Parejas mixtas: amar a sabiendas
Presionados por la familia. Juzgados socioculturalmente por personas ortodoxas y tradicionalistas. Muchas parejas interculturales se han sometido a las inquisiciones de sus tiempos por amar a la mujer o al hombre del lugar «equivocado ».
«Si andas con un extranjero eres buscavida », «a la gente de “afuera†no se les mira con los ojos del corazón, sino con la lógica del bolsillo », entre otros mitos, se instauran en el ideario cubano de una gran mayoría como ley absoluta. Tanto es así que a una de nuestras entrevistadas, en sus últimas vacaciones, le negaron la estadía en un hostal, cuando le llamaron por el eufemismo de «mujer fácil ».
«A pesar de la opinión pública, no tengo miedo del futuro. Nuestra relación no fue impuesta por cultura ni por compromiso ni deber. Fue algo que elegimos conscientemente », explica confiada Sara, quien disfruta con su esposo más de ocho años de relación.
Por su parte, las familias pueden fortalecer los vínculos o romperlos de una vez y por todas. Sara añade que «nadie imagina cómo influye la decisión de los padres en sus hijos en los códigos asiáticos: un no es un NO. Su mayor temor es que sus descendientes pierdan el sistema de valores y, por evitarlo, hacen cualquier cosa ».
Asimismo, las familias cubanas temen a la transculturación, a la vestimenta, al qué dirán de su hija(o) en las calles, al cómo adaptarse a estilos de vida exóticos, a la lejanía de la pareja que potencia temores asociados a la infidelidad y el libertinaje. Mas, ¿cómo ser juez y parte sin herir sentimientos entre las relaciones amorosa y familiar?
Yihad cuenta que «al principio, cuando vivíamos en Siria, serví de traductor entre mi esposa y mi familia. Cuando había contradicciones buscaba las palabras precisas para tratar de acercarlos y limar desavenencias. Llegó el momento en que ambas partes se unieron en mi contra, en el buen sentido de la palabra. Mi esposa y mi hermana se ponían de acuerdo, como amigas, y mi propia familia me aconsejaba que la apoyara, porque estaba alejada de su cultura y debía sentirse mal ».
A fin de cuentas, como diría Martí, «el mundo es un templo hermoso donde caben en paz los hombres todos de la tierra ».
A estas alturas, en pleno siglo XXI, cuando estamos quizás a punto de conocer algún «extraterrestre », aún hay quienes se ahogan en un mar de incógnitas, mientras corre el tiempo de amarse en calma.
Entonces, ¿podremos vencer a los fantasmas culturales, lingí¼ísticos y religiosos que nos persiguen? ¿Lograremos que las convenciones no corten las alas a la libertad de amarte, amor, de donde vengas?