
Si algo retumba en los oídos de los cubanos como una maldita pesadilla es el tema de la vivienda. Lo escuchaste desde el corral, al margen de una discusión en que toda la familia se puso en jaque porque la madre castigó al bebé de la abuela. « ¡Por eso quiero vivir SOLA! ¡Para criar a mi hijo como YO quiera! ». Y las palabras dichas al calor de la discusión costaron sufrimiento a esos dos seres que más aman infinitamente.
Luego, cuando fuiste adolescente, prometiste que tendrías tu propia casa aunque el dinero no te alcanzara para comprar muebles y vivieras al estilo japonés: sentados en el suelo. No te importaba. «Estaré durmiendo hasta que se ponga el sol y, luego, en la noche, como lechuza, estudiaré, trabajaré, veré series en el peor de los casos… », engañaste a tu futuro.
Pero…, sin darte cuenta, creciste, te casaste, tuviste hijos y llegaste a enfrentarte a la gran familia para ser protagonista de aquella frase que juraste evitar. « ¡Por eso quiero vivir SOLA! ¡Para criar a mi hijo como YO quiera! ». Entonces, hoy te «alegras » de que así no sea, porque tener una casa propia en Cuba es casi siempre por (des)gracia de las herencias.

Según datos oficiales, en nuestro país existe un déficit considerable en el fondo habitacional de poco menos de un millón de viviendas. Esto, unido a la ausencia de espacio propio, la crisis económica, el aumento de la inestabilidad conyugal que da lugar a divorcios y a nuevos casamientos, son factores que modifican el mapa de relaciones en el hogar. ¿Resultado? En gran parte de los núcleos domiciliarios llegan a coexistir hasta tres y cuatro generaciones, un modelo familiar cada vez más frecuente.
Por infortunio, la gran mayoría de las crisis que fragmentan los hogares son provocadas por el roce diario. ¿Qué hacer para establecer un régimen de existencia armonioso donde todos convivamos en paz? ¿La emancipación es el camino? ¿Acaso respetar la autodeterminación y privacidad de los otros?
Juntos, pero no revueltos
Cuando la familia crece en número también lo hace en problemáticas, asegura Lisbette Abreu Pérez, psiquiatra infanto-juvenil. «Un conflicto fundamental es el que concierne a los espacios, categoría social y psicológica. A veces en un hogar donde hubo una cocina ahora hay dos o la actividad de cocinar se divide por turnos. El concepto de “sistema†es reemplazado por varios subsistemas que funcionan por separado », ahonda la también miembro del Tribunal de Justicia de Familia.
Abreu Pérez, quien colabora con la Casa de Orientación a la Mujer y la Familia en Santa Clara, explica que en el caso de los llamados subsistemas ocurre una desensibilización progresiva: «Por ejemplo, cuando primos de una misma generación que comparten como hermanos y conviven bajo el mismo techo comen alimentos diferentes y en turnos diferentes. Los padres no se dan cuenta de que están favoreciendo el egoísmo, el individualismo y no la colaboración mutua ».
Además, dicho fenómeno el de la desensibilización incide en los roles naturales de cada individuo. Una entrevistada comenta: «Hubo un tiempo que éramos ocho en una vivienda de tres cuartos: mi madre, mi hija soltera, mi nieta, mi hermana, mi sobrino, su esposa y yo. No te puedo explicar cómo fue aquello. Pensé que me iba a volver loca, porque llegó un momento en que nadie quería pagar las cuentas, fregar los platos o limpiar las habitaciones comunes », agrega.
Cuando existe escasez, las relaciones materiales también rigen el clima intrafamiliar.

Los equipos electrodomésticos, sobre todo la televisión, traen aparejadas fuertes discusiones, pues cada quien defiende sus intereses. En situaciones similares, los ancianos terminan por perder la «pelea », porque sus gustos son los «pasados de moda » y no se adecuan al resto de los inquilinos.
Otra de las santaclareñas que conversaron con Vanguardia manifestó habérsele enredado la vida luego de la jubilación. «Pensé retirarme para hacer lo que nunca pude mientras trabajaba. Sin embargo, entre la bodega, farmacia, las labores de la casa y llevar a mi nieto para el seminternado tengo suficiente. En la noche, ya no puedo ni ver la novela por el cansancio ».
La tercera edad resulta la más perjudicada en el panorama multigeneracional.
Contradictoriamente, Abreu Pérez constata que «en el hogar existen roles asignados para cada miembro, donde el de abuelo es el de ayuda y no el educativo. Sin embargo, en ocasiones ocurre una transgresión y estos se convierten en agentes de la crianza de los nietos, sobre todo cuando los progenitores tienen jornadas laborales extendidas, residencia en el exterior, etc. ».
Así, la calidad de vida de los adultos mayores se reduce y no pueden asumir su autocuidado. Pero si esos abuelos son encargados de sus padres, el cuadro familiar se complica sobremanera: escaseará el tiempo para ese bisabuelo, que también necesita de los otros. El estrés generará un ambiente dañino, donde la falta de afecto corromperá la empatía colectiva.
De lejos... ¿nos queremos más?
En ocasiones, estilos de vida occidentales nos venden una imagen triunfalista de la independencia. Guiados por la utopía de la emancipación, gran por ciento de jóvenes del primer mundo viven sin los padres desde la mayoría de edad. Sin embargo, esta distancia siembra desapego y recorta los lazos de amor con los seres más queridos.
«Cuando una vive solo con su esposo se administra mejor el tiempo y evitas problemas con el resto de la familia. Yo los adoro, pero ellos siempre están arriba de mí diciéndome lo que debo o no hacer e incidiendo en todo lo que hago: si llego tarde, si vivo fuera de horarios, si tengo el cuarto regado… Eso, sin contar lo que concierne a las relaciones de pareja », subraya una joven, recién casada, que accedió a colaborar con el debate sobre el tema.
Aunque contar con una familia multigeneracional es un privilegio, existe un viso negativo donde cabe la dependencia absoluta. «Si ante un conflicto todo el mundo ofrece opiniones, incluso cuando estas sean opuestas, el adolescente o joven adulto puede confundirse. Ello perjudica en la conformación de la personalidad y el desarrollo psicológico », asegura la psiquiatra Abreu Pérez, y añade la pérdida de potestad que sufren los padres.
Muchos jóvenes que desde la niñez han vivido en hogares donde conviven varias generaciones, luego de graduarse e incluso antes, se alquilan para no vivir «agregados ». Al respecto, Abreu señala que:
«La emancipación de los adultos jóvenes sí es importante en un momento determinado: la independencia genera seguridad. Ellos tienen que aprender de la experiencia y también por sí mismos, para que sean adolescentes responsables o padres y madres totalmente comprometidos con sus hijos… Pero siempre sabiendo de dónde provenimos, que podemos contar con nuestros familiares en todo momento.
«Si todas las familias aprendiesen las normas básicas de convivencia, lograrían la funcionalidad. En Cuba no podemos tener la infraestructura que quisiéramos y que evitaría conflictos. Sin embargo, es muy importante saber que ante cualquier síntoma de crisis existe ayuda especializada que está a nuestro alcance ».
¿Adónde pudieran dirigirse las personas que estén enfrentando dificultades intrafamiliares?
Las casas de orientación a la mujer y la familia, de la FMC, son espacios ideales para trabajar dichas situaciones. La población en general piensa que un centro de salud mental es para enfermos, pero no es así: nosotros hacemos labor de promoción y prevención. Debemos evitar a toda costa un hogar enfermo y disfuncional.
Décadas atrás, se era feliz reuniendo a la prole en las mesas de domingo, al estilo de «sírvase usted mismo que abuela cocina » sobre todo en el campo, donde los parientes solían multiplicarse como semilla. Los tiempos han cambiado y no para significar que hoy nos dejemos de querer.
La alerta está dada: se apoya a la familia dentro del hogar o fuera de él. No hay fórmulas exactas ni métodos preestablecidos. Si proteger a los seres queridos constituye el primer principio, que la presión asfixiante de la economía y la escasez repartida no se resientan aún más por fracasos de convivencia. Y que las ansias de independizarse por naturales y humanas nunca regalen un distanciamiento sin marcha atrás, definitivo.
(Periodista: Yinet Jiménez Hernández) (Cámara: Carlos Rodríguez Torres)