
Algunos estudios contemporáneos, ensayos y hasta notas de prensa, hacen paradas en la poética, así como la labor pedagógica y feminista de María Dámasa Jova Baró, la mujer que circunscribió una época en todo el país. Ocho décadas atrás, en las primeras horas de la noche del domingo 11 de febrero de 1940, una voz se propagó de inmediato: «Murió la Musa Villareña », y hubo consternación. Pocos rotativos cubanos, diría que los menos renombrados, dejaron de reseñar el triste acontecimiento.

Hace poco tiempo hay como un «redescubrimiento » de cuánto hizo y representó, tanto para la escuela cubana y su renovación, y también el incentivo hacia niños y jóvenes dispuestos a propagar la literatura y la historia de héroes y mártires de nuestra independencia.
Más allá del color de la piel en momentos en los cuales pululó la discriminación racial, en lo esencial en Santa Clara y pueblos aledaños, Dámasa Jova Baró, nacida en Ranchuelo en 1890, desafío desde el aula y la tribuna pública un tiempo de convulsiones políticas.
Ahora se dicen y hasta endilgan acontecimientos con ciertas tergiversaciones. Unos años atrás, allá en la Casa de Cultura de su pueblo natal que por fortuna lleva el nombre de la poetisa, hice aclaraciones en relación con la mascarilla que exponían, hecha en capilla ardiente por Alfredo Gómez, y el acto de desprendimiento personal del declamador Severo Bernal Ruiz al donar a esa institución la pieza histórica.
Con asombro otros reparan en Alfonso Camín (1890-1982), el poeta asturiano que de recorrido por Santa Clara vio a la pedagoga, violín al hombro y ataviada con una larga túnica al estilo griego, y escribió antológicos versos. Dicen algunos que ocurrieron los acontecimientos en una tarde de 1926 en el Ateneo de Villaclara, dirigido por Sergio R. ílvarez Mariño. Otros señalan que fue en el Liceo de Villaclara. Y ¿viene la duda? La verdad es que todo sucedió el 14 de marzo del año anterior a la fecha señalada, y fue en la primera institución cultural, menos segregacionista que la otra, y dada a enaltecer los valores artísticos y literarios de la localidad.


El español venía de recorridos, donde hizo andanzas de viajante desde 1912, por Cienfuegos, Lajas, Rodas, San Juan de los Yeras y Ranchuelo. El poema que endilgan «alientos » afroantillanos no se recogió, como espetan, en la Revista de Avance, sino en Carteles, una publicación española y luego en el Diario de la Marina, el rotativo habanero. Es «Dámasajova », tal vez el primero de ese corte que anuncia una época que enaltece los valores de la mujer de piel negra en el pasado siglo, aunque, como otros, tiene retoques de permanente sensualismo.

Camín señala «Negra, vigor mellizo de una raza/ hecha de miel, de lujuria y «cachaza »;/ mezcla de yuca y de boniato,/ de café y de azúcar mulato ». El poeta gijonés también encumbra a la villaclareña en «Época », poema recogido en Maracas (1952), cuando precisa «La negra Dámasa Jova,/ luna y pez/fue la noche en Santa Clara/ con ojos de amanecer ». No dudo de la predilección del hombre ante esa mujer. Cuando en Entre Palmeras (1958) habla de «Una zafra en Tuinicú », y se remite a los recorridos medio siglo atrás por esas regiones espirituanas, dedica versos a Regla Tuñón en «A orillas de Tuinicú », recogido en Carteles, Madrid, casi en igual tiempo que «Dámasa jova », y en «íšltima canción cubana » en Maracas (1952), habla de «un amor en Santa Clara/ y otro en San Juan de los Yeras ». Aquí los puntos coincidentes.
Más allá de la inmortalización de esa pedagoga y poetisa en voz de Camín, las cualidades de la mujer trascienden en los problemas que lastraban la educación de los cubanos, así como en la búsqueda de la igualdad social y racial, por la cual abogó desde una proyección patriótica, así como del surgimiento de las revistas Ninfas (1928-1939), y de Umbrales (1934-1939), y del espacio radial en diálogo abierto entre niños y maestros «Audiciones Ninfas », que trasmitió por años, una vez a la semana, la emisora CMHI Lavis y Paz, en Virtudes y Tristá, en Santa Clara.
Son datos que a veces se tergiversan en investigaciones, como trasciende que los poemarios Arpegios íntimos se publicó en la imprenta Ninfas en 1926, y al siguiente año Ufanías, y el error se repite. Las ediciones demuestran que el primero de los libros apareció en 1925 en la imprenta El Arte, y Ufanías, Juicios y consideraciones acerca de Arpegios íntimos y poesías, el verdadero nombre del texto, salió en 1927 en los talleres de A. Clopera, radicada en la calle Buenviaje y nombrada en el libro Gral Machado, según acuerdo de entonces.



Del busto de la poetisa que colocarían en el parque de la Pastora, muy cerca de la escuela donde Dámasa Jova impartió clases, según dijo en «Sobre Dámasa Jova » un artículo firmado por Oscar Esparza en La Publicidad (19 de febrero de 1941), jamás se hizo, pero hubo reiterados intentos para efectuar y llevar a término de inmortalización del legado de la pedagoga.
Algunos de los estudios de Dámasa Jova, como Medios para hacer medios, y Héroes y fechas (poesías patrióticas para escuelas intermedias y superiores, ambos de 1939 son rarezas por su carácter mecanografiado. Al parecer, no cabe otra duda, son inéditos.


No obstante, ya en los últimos años de vida, otro vuelco tienen las publicaciones, en lo esencial Umbrales, mensuario de cultura popular con L. Fernández Cordero de director acompañante, al incluir en las páginas textos antológicos, como «Las puertas abiertas en el teatro de Federico García Lorca », de Gastón Baquero, una exclusividad bibliográfica no recogida en ensayos de ese escritor.
De Dámasa Jova queda mucho por hablar. Una lástima que su legado todavía permanezca en la sombra del tiempo.