
Sobre la igualdad de oportunidades para las mujeres, Fidel Castro fue un hombre revolucionario. Las incorporó al movimiento clandestino en el centenario del Apóstol. Las sumó a los asaltos del 26 de julio en Santiago de Cuba y Bayamo. Les dio la bienvenida en la Sierra Maestra y las colocó en el centro de las transformaciones emprendidas a partir de 1959.
El recuerdo de la visita de Fidel a Santa Clara, el 30 de septiembre de 1996, queda incompleto sin el testimonio de las féminas. Por eso Vanguardia rescata las anécdotas que calaron la memoria y el corazón de Yasmín Lazo Arboláez, Ana Margarita Mosquera Rimada, Sara Ernestina Claro Castro e Iris Menéndez Pérez.
Fidel en la memoria de Las Marianas
Corría el año 1994, cuando los dirigentes del Partido y el Gobierno en la provincia tomaron una iniciativa para apoyar la producción agrícola en todos los municipios, durante los años más crudos del inolvidable período especial. Así nació el Contingente Batalla de Santa Clara, abanderado el 8 de octubre de 1994 en la Plaza de la Revolución Ernesto Che Guevara.
Alrededor de 180 mujeres de diversos centros laborales de la ciudad, incorporadas a la columna Las Marianas, se enfrascaron en la recuperación del organopónico del mismo nombre, para producir hortalizas que alegraron las mesas de las familias santaclareñas.

«Nadie creía que aquel huerto, casi perdido en medio del marabú, pudiera producir algo –asegura Sara Claro Castro–, pero pusimos tanto empeño, que a los 15 días parecía un jardín. Pronto nos convertimos en centro de referencia, y recibimos a Vilma Espín, Raúl Castro, José Ramón Machado Ventura y varias delegaciones internacionales. Miguel Díaz-Canel, como primer secretario del Partido en la provincia también nos visitaba, y Lázaro Expósito Canto era nuestro padrino ».
La jornada comenzaba a las 6:30 de la mañana y terminaba bien entrada la noche; pero las recias labores agrícolas no opacaron el buen ánimo de las damas. Después de limpiar los canteros, guataquear el espacio intermedio, sembrar y cosechar los cultivos; se montaban en un camión para esparcir vegetales y rimas jocosas por toda la ciudad.
«El buen rabanito, que pone a los hombres bonitos y les arregla el bigotico; la buena lechuga, para las arrugas y para el que estornuda; la buena habichuela, para la abuela, y para el dolor de muelas, son algunos de los pregones que se hicieron famosos en Santa Clara. Todavía a estas alturas, hay quien me ve por la calle y me grita “ ¡Adiós, Marianita!†», cuenta Sara con satisfacción.
Mujeres que renunciaron a las comodidades de la oficina o el laboratorio, y no evadieron el surco con el pretexto de niños pequeños ni padres enfermos. Lejos de poner peros, asumieron con júbilo la nueva rutina; hasta que el 30 de septiembre de 1996 un visitante inesperado retribuyó con creces la alegría de aquellas trabajadoras.
Aunque a Yasmín Lazo Arboláez le anunciaron una visita importante, jamás pasó por su mente que se tratara de Fidel. Menos aún imaginó que a sus 25 años se convertiría en una de las cubanas privilegiadas con la cercanía a uno de los hombres más grandes del siglo xx. La entonces secretaria del Comité de la UJC en el organopónico evoca la naturalidad casi seductora con que el líder bajó del jeep y conversó con las mujeres, deseosas de mostrar lo mejor de sus cosechas.

Ana Margarita Mosquera Rimada gozó el privilegio de entregar al Comandante una cesta con hortalizas, se atrevió a pedirle un beso y él no dudó en complacerla. Así, cumplió un deseo latente desde sus años infantiles, cuando lo veía a través de la pantalla del televisor.
Pero la osadía de Sara solo cabía en un pentagrama. Desde la medianoche supo el nombre del invitado. Como le resultó imposible conciliar el sueño, aprovechó la vena artística que desarrolló durante los años en el huerto y compuso una canción para inmortalizar el encuentro.
«Llamé a Tomasa Caballero, la muchacha que cantaba conmigo en el dúo Las Aguerridas, ensayamos la canción por teléfono, y al día siguiente la interpretamos. Yo nunca me imaginé estar tan cerca de Fidel; mucho menos, cantarle », recuerda con nostalgia.
El Comandante en Jefe no solo premió a estas mujeres con su presencia, sino que plasmó en el libro de visitas toda su admiración por el servicio que brindaban al pueblo: «digno de las herederas de Mariana Grajales ».
Hasta la lluvia estuvo presente en la Plaza
Otra santaclareña que rememora con orgullo el último día de septiembre de 1996 es Iris Menéndez Pérez. Aunque no dialogó con el distinguido visitante, sí contribuyó a sorprenderlo con el huracán de pueblo que invadió la Plaza de la Revolución Ernesto Che Guevara.

«A Díaz-Canel se le ocurrió la idea de que Fidel hablara a los villaclareños después de varios años sin visitar el territorio. Solo teníamos 12 horas para la movilización. A las seis de la mañana salió el primer aviso por el noticiero radial Patria. Lanzamos la convocatoria en los consejos populares, las áreas de atención del Partido, los centros laborales y educacionales; incluso, pedimos una representación de todos los municipios.
«La población debía concentrarse en varios puntos de la ciudad a las cuatro de la tarde, para luego caminar hasta la Plaza. Después de las cinco Díaz-Canel se preocupó, porque la multitud aún no colmaba la explanada. Le dijimos: “No se preocupe, la plaza se va a llenarâ€. A los pocos minutos la gente comenzó a llegar, y aquella se convirtió en una de las movilizaciones más grandes y espontáneas en Santa Clara », narra orgullosa la actual delegada provincial del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP).
Según recuerda Iris Menéndez, aquel 30 de septiembre llovió extraordinariamente. Entre las cuatro y las seis de la tarde cayeron tres aguaceros torrenciales, y la mayor parte del discurso de Fidel transcurrió bajo el agua; pero nadie se movió. Ni la lluvia quiso perderse el encuentro mágico entre el líder y su pueblo.