Código de las Familias: la voluntad de pagar con amor

En busca de historias y expectativas con el nuevo Código de las Familias, Vanguardia conversó con abuelos en los hogares de ancianos Marta Abreu y Celia Sánchez Manduley, en Santa Clara.

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Manos de un anciano.
(Foto: Ramón Barreras Valdés)
Mónica Sardiña Molina
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
1291
13 Septiembre 2022

« ¿Cómo no hablar de las personas adultas mayores en una sociedad donde la palabra abuelos hay que ponerla en mayúsculas sostenidas? », reflexionaba el Dr. C. Leonardo Pérez Gallardo, presidente de la Sociedad Cubana de Derecho Civil y de Familia, y uno de los redactores del nuevo Código de las Familias, durante su reciente visita a Villa Clara.

La Ley 156/2022, que será sometida a referendo popular el próximo 25 de septiembre, ubica, entre sus premisas, el respeto a las voluntades, deseos, autodeterminación, independencia e igualdad de oportunidades de las personas adultas mayores. Asimismo, dedica un capí­tulo al reconocimiento y amparo de sus derechos a una vida familiar con dignidad, elegir el lugar de residencia, un ambiente libre de discriminación y violencia, un entorno accesible, la autorregulación de la protección futura, y la participación e inclusión social y familiar.

En busca de historias y expectativas, nos fuimos a los hogares de ancianos Marta Abreu y Celia Sánchez Manduley, en Santa Clara, centros que tienen, entre sus funciones, la garantí­a de estos derechos, una debida salud fí­sica, psicológica y social, y el respeto a la dignidad y autodeterminación de nuestros abuelos.

Gratitud

Ortelio Garcí­a Santos.
Ortelio Garcí­a Santos, 82 años. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

«Déjeme decirle una cosa: aquí­ hay un cuarto más grande que este, lleno de historias de gente que lleva 50 años entregados a la Revolución, que trabajaron toda la vida, y sus familiares no les dan atención », nos confesó Ortelio Garcí­a Santos.

Para entender la deuda de las familias, la sociedad y el Estado con tanto sacrificio convertido en canas, basta escuchar al propio Ortelio, incorporado al Ministerio del Interior desde el mismo 6 de junio de 1961 y entregado durante dos décadas a los ajetreos de las zafras en Camagí¼ey; sentir los dolores de Alejo Lomba Rodrí­guez, que lleva en el cuerpo la frialdad de las madrugadas en los campos de caña y el polvo de la fundición en Planta Mecánica, cuando botellas de alcohol y ruedas de cigarros eran la única compañí­a y anestesia para tan largas jornadas.

Tenemos que prestar atención a los recuerdos de Oscar Dí­az Treto, quien se armó de fe y convicción revolucionaria para salir vivo de Playa Girón y de la Limpia del Escambray, donde le tocó ver a Manuel Ascunce Domenech y a Pedro Lantigua, un niño maestro y el campesino que lo acogí­a, colgados de un árbol por los alzados.

Hay que guardar silencio y respeto ante la voz quebrada y las lágrimas de Benito Feitó Contino, un guajiro noble que, a los 21 años y con una escopeta vieja de seis cartuchos, participó en la toma de Santa Clara, como combatiente de la columna del Che. Más de seis décadas después de aquella «iniciación de cubaní­a », como le gusta decir, sigue dispuesto a morir por la misma causa:

«Soy un eterno inconforme. Si bien es verdad que tenemos mucha necesidad, la gente no sabe lo que es miseria. Nosotros sí­ la sufrimos ».

Amparo

Carlos León Chaviano, del hogar de ancianos Marta Abreu, en Santa Clara.
Carlos León Chaviano, 78 años. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

Hace cinco años, el huracán Irma dejó a Carlos León Chaviano con un par de mudas de ropa y los zapatos que llevaba puestos. El ciclón barrió su casa de madera y el pedacito de tierra en el que sembraba, un poco más allá del central Abel Santamarí­a, en Encrucijada.

«No tengo hijos, pero sí­ sobrinos que se ocupan de mí­ y viven en la calle Jesús Menéndez. Quisiera, aunque sea, un cuartico, para poder volver a mi zona. Me gusta mucho el campo, allá nací­ y toda la vida trabajé en la agricultura. Cuando me trajeron para acá (hogar de ancianos Marta Abreu), me dijeron que me iban a resolver, y todaví­a nada ».

El mismo zarpazo de la naturaleza dejó sin vivienda a Mario Sánchez López, quien llegó al hogar de ancianos de Sagua la Grande en octubre de 2017. «Solicité un ingreso y enseguida me lo dieron, porque no tení­a dinero ni fuerza de voluntad para construir. Mi único hijo reside fuera del paí­s y me ha pedido muchas veces que me vaya con él, pero sabe cuál es mi posición: he luchado toda la vida contra el gobierno norteamericano y no estoy dispuesto a vivir allá ».

El 2 de abril de 2022 lo trasladaron para el hogar de ancianos N. º 3 Celia Sánchez Manduley, en Santa Clara. Dolido por la necesidad de salir de la ciudad donde nació y en la que pasó 30 años dedicado a la actividad quí­mico-minero-energética, a causa de una reparación que tarda demasiado, sobrelleva la nueva rutina y se desempeña como vicepresidente del Consejo de Ancianos.

«Jugamos dominó, conversamos, el que tiene salud da su vueltecita afuera, vemos televisión. Sí­ tenemos un problema, y es que no recibimos la prensa. Quisiera que lo resaltara, porque no hay manera de instruirnos y saber del mundo ».

Mario Sánchez López, sagí¼ero que reside en el hogar de ancianos Celia Sánchez, de Santa Clara.
Mario Sánchez López, 75 años. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

Dice Pedro Espinosa Mesa que su historia es chiquitica, y en un par de minutos barre 30 años entre dos orillas.

«En 1980, con el éxodo del Mariel, llegué a Estados Unidos. Allá estuve hasta el 2011, cuando regresé deportado. Anduve un tiempo deambulando en la calle, porque no tení­a casa, hasta que me dijeron: “Pedro, usted no tiene ningún problema. Este paí­s no deja desamparado a nadie”.

Pedro Mesa Espinosa, residente en el hogar de ancianos Marta Abreu, de Santa Clara.
Pedro Espinosa Mesa, 68 años. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

«Aquí­ estoy, encantado de la vida. No me ha faltado nada. Todo me lo han dado: desayuno, meriendo, almuerzo y como todos los dí­as. Con 68 años, me siento muy bien de salud y agradezco a esta Revolución por la gran oportunidad que se me ha dado ».

Autodeterminación

Para Evelia Abreu Pérez, el ingreso en el hogar de ancianos fue una decisión consciente, tomada ocho años atrás. Trabajó como asistente en varias instituciones de este tipo y antes de jubilarse, lo habí­a pensado con detenimiento.

«Tengo tres hijos varones. Sabí­a que serí­a difí­cil llegar a la edad que tengo ahora, sin una hija hembra que me ayudara, y vivir sola con una chequera, después de que mi esposo falleciera, como sucedió. Ninguno de los tres estuvo de acuerdo y el mayor querí­a llevarme para su casa, pero él y mi nuera, que es como una hija, trabajaban todo el dí­a.

«No me resultó difí­cil la adaptación, porque trabajé aquí­ antes. Estoy acompañada y me entretengo. Si me enfermo, tengo cerca a los médicos y las enfermeras. Todos esos detalles los analicé antes de entrar. Mis hijos me atienden, vienen, están pendientes de lo que me haga falta, así­ que estoy tranquila ».

Evelia Abreu Pérez, 84 años.
Evelia Abreu Pérez, 84 años. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

Después de entregar una vida al campo, en la cooperativa Ovidio Rivero, Faro Otilio ílvarez Moya no quiso quedarse solo y enfermo. «Viví­a en un ranchito de tejas y tablas, me iban a construir una casa; no obstante, les dije que querí­a venir para un hogar de ancianos. Me siento de lo mejor. Tengo tres hermanas y sobrinos que me quieren con la vida, vienen a verme, me ayudan mucho, insisten en llevarme con ellos y hasta un cuarto me tienen, pero a mí­ me gusta esto.

Faro Otilio ílvarez Moya, 80 años.
Faro Otilio ílvarez Moya, 80 años. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

«Llevo aquí­ 16 años y nunca he tenido problemas. Todos dicen que soy una de las personas más correctas que han conocido. Me enfermé de COVID-19 y estuve malí­simo; sin embargo, me he recuperado, sigo trabajando y luchando. Antes de que se vayan, fí­jense en el pedazo que tengo sembrado de boniato a la entrada, para que vean cosa linda, y el año pasado saqué más de 200 calabazas de ahí­ mismo ».

Claroscuros

«Lo único que me queda en esta vida son dos sobrinos. Aunque no voy a vivir con ellos, me atienden, les hago la visita y estoy encantado de la vida. De seis hermanos fui el único que no pudo tener hijos. Los viejos no se pusieron para eso bromea. Trabajé 40 años en Salud Pública y visité todos los laboratorios habidos y por haber, pero negativo », dice Marcelino Garcí­a Machado, quien ha pasado 11 años en el hogar de la calle San Miguel, en Santa Clara.

«Mi estancia aquí­ es grata, soy el presidente del Consejo de Ancianos y todos me quieren. La historia mí­a es feliz, soy un tipo alegre, risueño. Creo que he llegado a los 90 años porque desde que me levanto estoy riéndome; ¡para qué le voy a contar!

«Hay un montón de historias tristes: vienen cuatro o cinco, sueltan al familiar y se olvidan de él. Se quedan con su dinero, no les traen un durofrí­o, y hay que correr detrás de ellos porque no pagan ni la estancia. A veces la persona no ha acabado de morirse y ya vienen a registrar el escaparate para ver si dejó dinero ».

Marcelino Garcí­a Machado, residente en el hogar de ancianos de San Miguel, en Santa Clara.
Marcelino Garcí­a Machado, 90 años. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

Yuneisy Fernández Martí­nez, trabajadora social de la institución, también está curtida por el dolor. Pasó tres años en un hogar de ancianos de la ciudad de Cárdenas, en Matanzas, y otros cuatro aquí­, en Santa Clara. Cambian las personas, pero las vivencias se asemejan.

«Tuve un abuelito que viví­a cerca y a la casita se le cayó el techo. La hermana lo trajo e iba reuniendo el dinero de la pensión para, supuestamente, repararla. Él falleció y no vio ni una cosa ni la otra. Los han despojado de sus bienes y nunca más han sabido de la familia. Incluso, a algunos los traen engañados, diciéndoles que vienen para un hospital ».

A Zoila Martí­nez Alba no le quedó otro remedio que salir de su casa, cuando el alcoholismo de su esposo se hizo insostenible. «A decir verdad, tuve que irme, porque él se emborrachaba y acababa. Era un infierno. Un dí­a me levanté y les dije a mis hijas, que ya eran mujeres: “ ¡Me voy! Arréglenselas como puedan, porque no doy más”. Fui a vivir con mis padres, los cuidé hasta que murieron y luego ingresé aquí­ », relata.

«Paso el dí­a haciendo cuentos o acostada. Me dicen que siempre estoy durmiendo y es verdad. Siempre tengo sueño (rí­e). Una de mis hijas vive cerca y la otra en Santo Domingo. Quiere que me vaya a vivir para allá. A lo mejor un dí­a me embullo ».

Zoila Martí­nez Alba, 87 años, residente en un hogar de ancianos de Santa Clara..
Zoila Martí­nez Alba, 87 años. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

Esperanza

«Creo que con el Código de las Familias todo va a ser distinto. Por ejemplo, hoy, si tengo un hijo, se casa, le caigo mal a la señora y él está enamorado, voy a estorbar; me meten en un hogar y ojos que te vieron ir… Si acaso vienen, es para que les firme un papelito y quedarse con la casa. Este Código trae muchos beneficios para los ancianos », opina Marcelino.

«Aunque lo estudiamos someramente, sobre todo, lo relativo a los derechos de las personas adultas mayores y la convivencia familiar, porque no pudimos comprar el documento, me parece que está muy bien redactado y fundamentado. Mi voto será a favor del sí­ », asevera Mario.

Benito toma la mano de su esposa, Ofelia Guerra Perera. Nos cuenta que se conocieron en un baile de campo, en 1959, y aun cuando se enamoraron, «tocante al monte, ni un cuje » hasta ocho años después. Han pasado juntos más de seis décadas y «con dolor en el alma » dejaron atrás su casa.

Benito Feitó Contino y Ofelia Guerra Perera, 84 y 82 años, respectivamente.
Benito Feitó Contino y Ofelia Guerra Perera, 84 y 82 años, respectivamente. (Foto: Ramón Barreras Valdés)

«Vinimos porque no tuvimos hijos. La familia mí­a es muy cortica: una hermana y sobrinas, pero tú eres cubana igual que yo, y estamos viviendo una etapa muy distinta. Aquí­ estamos bien. Hay muchos problemas, como en todos los hogares, aunque de las bondades, en medio de tantas tragedias, no se habla. Tenemos un asilo que están sosteniendo a brazo partido. Nos dan desayuno, merienda, almuerzo, comida y leche a las 8:00 de la noche. Nos atienden muy bien.

«Ese Código de las Familias es tremendo, una ley para proteger a los ancianos es lo mejor que nos ha pasado, porque cada viejito que usted ve aquí­ carga una historia. Hay muchos problemas que corregir, con los trabajadores sociales, los delegados de circunscripción, los presidentes de los consejos populares. Sin embargo, dentro de todas estas dificultades, lo bueno que tiene esta Revolución es el amor. Eso es lo que necesitamos: mucho amor », concluyó.

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