Memorias de una ciudad rebelde

A 65 años de la Batalla de Santa Clara, revivimos los cinco días de combate que resultaron definitivos para el triunfo de la Revolución cubana, el 1.º de enero de 1959.

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El Comandante Ernesto Che Guevara e integrantes de las tropas rebeldes, tras el final de la batalla de Santa Clara.
El Comandante Ernesto Che Guevara e integrantes de la tropa rebelde tras la batalla de Santa Clara. (Foto: Tomada de Internet)
Mónica Sardiña Molina
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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30 Diciembre 2023

«Aquí hago alto y me ocupo de resolver mi marcha para las Villas. El General Antonio Maceo se demora con el Ejército de Invasión y yo debo marchar aunque sea con una escolta de 100 hombres a ponerme al frente de la situación de aquella comarca, en donde los españoles pueden recargar sus fuerzas».

Escribió en su diario de campaña el mayor general Máximo Gómez, desde San José de Guaicanamar, el 17 de octubre de 1895, días antes de emprender la proeza militar juzgada por expertos como la mayor en el continente latinoamericano, la más grande del siglo xix o más cercana a «los prodigios de la leyenda» que a los sucesos reales registrados hasta el momento.

«La lucha debía continuar. Se estableció entonces la estrategia final, atacando por tres puntos: Santiago de Cuba, sometido a un cerco elástico; Las Villas, adonde debía marchar yo, y Pinar del Río, en el otro extremo de la Isla, adonde debía marchar Camilo Cienfuegos, ahora comandante de la columna 2, llamada “Antonio Maceo”, para rememorar la histórica invasión del gran caudillo del 95, que cruzara en épicas jornadas todo el territorio de Cuba, hasta culminar en Mantua».

Así quedó registrado en el libro Pasajes de la Guerra Revolucionaria, del comandante Ernesto Che Guevara, otro extranjero que defendió como suya la patria de los cubanos, e hizo gala del mejor arte guerrillero de Oriente a Las Villas.

Después de un avance más difícil de lo previsto, «la mancha azul del macizo montañoso de Las Villas», infundió esperanza a la tropa. Mientras el comandante Camilo Cienfuegos operaba en la región nordeste, a partir del 16 de octubre, el jefe guerrillero de la columna «Ciro Redondo» hizo contacto con las fuerzas que sostenían la lucha armada en la zona del Escambray, promovió, con el Pacto del Pedrero, la creación de un frente común entre el Movimiento 26 de Julio (M-26-7) y el Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR) —al cual se uniría, días después, el Partido Socialista Popular—, continuó cortando vías de comunicación para impedir el movimiento de refuerzos del ejército de la tiranía, y condujo los ataques y liberaciones de Güinía de Miranda, Fomento, Zulueta (liberado por Camilo), Guayos, Cabaiguán, Placetas, Manicaragua, Remedios, Caibarién y Santo Domingo, para cerrar el cerco rebelde sobre la ciudad de Santa Clara.

El 27 de diciembre de 1958, en la habitación 22 del hotel placeteño Las Tullerías, el Che se reunió con el Che los principales jefes y oficiales del M-26-7 y del DR, para planificar el ataque final.

Santa Clara se despierta

Domingo 28 de diciembre. Una llovizna finita invernal dejaba caer su humedad sobre la ciudad los últimos días de 1958, y las balas que empezaron a sonar desde la Loma de Capiro y la zona aledaña al Escuadrón 31 de la Guardia Rural presagiaban, también, los últimos días de Batista en el poder. ¡Había llegado el Che a Santa Clara!

Aremis Hurtado Tandrón tenía entonces diez años. Sin intervenir en las conversaciones de los mayores, aquella niña demasiado curiosa veía, escuchaba y guardaba en la memoria cuanto ocurría a su alrededor.

Aremis Hurtado Tandrón vivió con diez años la Batalla de Santa Clara y ha colocado el suceso en el centro de sus investigaciones históricas. (Foto: Carolina Vilches Monzón)

En las jornadas siguientes, sintió los efectos del combate que estremecía a la tercera fortaleza militar de Cuba y el centro político-administrativo de la antigua provincia de Las Villas, cuando se desarrolló el descarrilamiento y toma del Tren Blindado, y se extendieron los enfrentamientos armados hacia el Cuartel de Vigilancia de Carreteras (conocido como Los Caballitos), el Gobierno Provincial, el Gran Hotel, el Palacio de Justicia (Audiencia), la Cárcel Provincial y la Estación de Policía.

Se recuerda oculta debajo de los colchones, de donde escapaba a la primera oportunidad para no perderse los detalles; a la familia y algunos vecinos refugiados de las balas y las bombas en la casa de la calle Unión, donde todavía reside; a la abuela cocinando, también, para los rebeldes que por allí pasaban, las cajas con cocteles molotov detrás de la puerta, y la tanqueta del ejército de la tiranía que llegó hasta la esquina y no pudo avanzar, debido a los vehículos y otras barreras colocadas en la calle por el propio pueblo, en franco apoyo a las fuerzas revolucionarias.

«Me marcó muchísimo el ametrallamiento y el bombardeo de la ciudad. Conservo como algo preciado el casquillo de una bala calibre 50, que recogí detrás de la casa. Otro hecho que me conmovió tremendamente fue la muerte de los hermanos Catalina y Lázaro Díaz González, de seis y tres años, respectivamente. Su padre era carpintero de mi abuelo», relata Aremis.

La estocada del tren blindado

Hasta la bodega de Cipriano Nilo González Álvarez, cerca de la intersección de la línea férrea con la Carretera a Camajuaní, llegó el comandante de la Columna Invasora «Ciro Redondo» para preguntarle por tres miembros del Movimiento 26 de Julio en Santa Clara. Nilo le dio las referencias de dos, uno de los cuales era Miguel Fernández, dueño del garaje colindante al crucero y vecino de una de las casas próximas.

Bodega de Cipriano Lino González.
El joven bodeguero Cipriano Lino González había ayudado a confeccionar cocteles molotov que serían lanzados contra el tren blindado. (Foto: Cortesía del entrevistado)

Alrededor de las tres de la madrugada del día 29, lo despertó el trasiego de los rebeldes a lo largo de la carretera. Entre las cuatro y las cinco de la mañana, cuando «todavía estaba oscuro», vio llegar el buldócer que levantaría los rieles, traído antes desde la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV) hasta el edificio de Obras Públicas, sede de la segunda comandancia.

«El tren pasó de regreso hacia el patio del ferrocarril como a las dos de la tarde, y el coche motor explorador hizo un estruendo muy grande cuando se volcó».

—No salgas, Joseíto —le dije a uno de los clientes que quería irse.

—Chico, pero tengo a la mujer sola.

—No te vayas, que no se sabe lo que ha pasado —insistí.

«Empezó un tiroteo enorme, y yo dije: “¡Todo el mundo pa' el suelo!”», cuenta Nilo a sus 86 años.

Días antes, en aquel garaje donde se ganaba «un par de pesos parqueando los carros de los ricos», después de cerrar la tienda, el joven bodeguero había ayudado a preparar los cocteles molotov que serían lanzados al convoy militar de 22 unidades: 18 vagones blindados, dos locomotoras, un coche motor explorador, el coche plancha que llevaba emplazada una «antiaérea», y 408 efectivos, entre soldados, oficiales e ingenieros.

A sus 21 años, Nilo González Álvarez quedó impresionado por la maestría con que el Che condujo la Batalla de Santa Clara. (Foto: Carolina Vilches Monzón)

«Ellos disparaban por las escotillas, a larga distancia, así que había que meterse debajo del tiroteo, gateando, con la botella en una mano y los fósforos en la otra. Allí hubo gente suicida», rememora.

Antes de parlamentar la rendición, González Álvarez vio al guerrillero argentino-cubano comprar un mazo de tabacos en un bar cercano, para ofrecerles a los altos oficiales del tren. A una distancia desde la que pudo presenciar la breve reunión, escuchó cuando el Che instó a poner fin a la guerra y «arreglar esto entre cubanos».

También recuerda la precaución del jefe rebelde con la seguridad de los civiles que vivían en la zona, al pedirles: «No salga nadie, que esto no se ha terminado» durante la tregua, y las banderas blancas izadas, minutos después, en varios vagones.

Una vez tomado el control del tren, al anochecer, trasladaron en camiones a los soldados del ejército batistiano y Nilo, como jefe de un pelotón de milicias, hizo guardia durante tres días, ataviado con una capa, un par de zapatos nuevos y un farol que le entregaron.

«Caía una lloviznita y muchas personas se sirvieron de la mercancía, porque los soldados rebeldes, en cuanto tomaron posesión del tren, le dieron comida a todo el que vino a buscar», asegura.

Como señal inequívoca de un régimen que languidecía, con las acciones contra el Tren Blindado cayeron para la tiranía las posibilidades de rehabilitar las vías incomunicadas con el paso de la invasión y fortalecer la resistencia en la zona oriental del país. Sin embargo, aún quedaba una ciudad por liberar.

Vecindario en guerra

El eminente profesor Juan Virgilio López Palacio, Doctor Honoris Causa en Ciencias Pedagógicas de la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas y Héroe del Trabajo de la República de Cuba, era un maestro de 22 años en diciembre de 1958.

Desde la calle Conyedo —hoy Padre Tudurí—, fue testigo del encarnizado combate que se libró en la Jefatura de la Policía, la huida, calle abajo, de los uniformados de la estación, y el avance de un tanque proveniente del Regimiento No.3 «Leoncio Vidal» hacia el parque El Carmen, cuyo cañón grabó huellas en la fachada de la vivienda contigua a donde reside hoy.

Asimismo, supo que, por la proximidad entre la Jefatura y el Regimiento, los revolucionarios se vieron obligados a romper la pared de la consulta del doctor Berenguer, situada detrás de la iglesia del Carmen, para acceder al campanario y abrir fuego desde esa altura, y cómo este conservó el granito dañado, orgulloso de la ayuda que prestó a los rebeldes.

Desde un barrio entre la Estación de Policía y el Regimiento «Leoncio Vidal», Juan Virgilio López Palacio sintió muy cerca el combate. (Foto: Carolina Vilches Monzón)

De aquellos días, López Palacio reseña cuán frecuente se volvió la presencia del Guerrillero Heroico en la zona y cómo los muchachos gritaban en cuanto lo veían a lo lejos: «¡Ahí viene el Che!». Tampoco escapan de su memoria el momento en que la crudeza del combate obligó a la mayoría de los vecinos a refugiarse en otras áreas de la ciudad, la destrucción que apreció a lo largo de la calle Juan Bruno Zayas, cuando caminaba hasta la casa de una tía, y la actitud del dueño del kiosquito de la esquina, quien vendió o regaló café y alimentos a las pocas familias que permanecieron en el barrio, para garantizarles el sustento en medio de la guerra.

Particular consternación les causó la noticia, casi instantánea, de que el capitán Roberto Rodríguez Fernández, el Vaquerito, jefe del Pelotón Suicida, había resultado mortalmente herido antes de cumplir la misión asignada. También tenía 22 años de edad.

El Vaquerito: más guapo que loco

Luego de la toma del Tren Blindado, Miguel Portal Madero fue destinado a Sagua la Grande, para establecer allí el control de las fuerzas revolucionarias. (Foto: Archivo)

«Vieja, no pelee, esta Revolución la tenemos que hacer nosotros, y los cuatro hermanos que podemos coger fusiles nos vamos a alzar», le dijo Miguel Portal Madero a su madre para intentar aliviarle la preocupación.

La proliferación de grupos armados en el Escambray y la llegada de las columnas invasoras al territorio de Las Villas alteraron el plan inicial de los jóvenes de subir a la Sierra Maestra. Portal Madero se inscribió, primero, entre los combatientes de Camilo, y luego recibió la orden de incorporarse a las fuerzas del Che. En Remedios, conoció al Vaquerito.

«Teníamos la misión de tomar la Estación de Policía bajo las órdenes de un muchacho con el pelo medio regado, que se movía sin parar de un lado para otro. Quería entrar en el edificio y nos dijo: “De donde salga una bala, pongan un carnaval”. Con las manos llenas de granadas se coló en el salón donde estaban los guardias, amenazó con volar todo aquello si abrían fuego y pidió conversar con el jefe.

«“Ven acá, chico, ¿qué tú esperas para rendirte?”, le preguntó al capitán, y durante los 20 minutos que le solicitó este para consultar con la plana mayor, le pidió la cama para descansar, se acostó con las botas llenas de fango y se tapó cabeza y todo.

Miguel Portal, combatiente de la columna del Che.
Miguel Portal Madero, a sus 92 años, evoca  las acciones de la batalla de Santa Clara. (Foto: Carolina Vilches Monzón)

«Finalmente, el capitán quiso hablar con el Che para entregar la capitanía. Cuando estaban los guardias en fila, entregando las armas, yo fui un momento a conversar con ellos. Uno me preguntó: “Ese muchacho se ve como loco, ¿eh?”. Y yo les respondí: “¡No! Guapo es lo que es”», comenta Portal Madero, de 92 años.

Epílogo de una victoria

«¡Se fue Batista!», gritaba, el 1.º de enero de 1959, una vecina de la calle Unión, y la pequeña Aremis Hurtado Tandrón hizo a su abuela la pregunta más inocente y conmovedora: «¿Ya no hay más aviones?».

Del saldo de los bombardeos, dio cuenta la historiadora de la ciudad, Hedy Águila Zamora, en un artículo publicado en la edición especial que la revista Umbral dedicó al aniversario 60 de la Batalla de Santa Clara.

«La población civil debía entrar en la fase recuperativa, la ciudad de Santa Clara quedó sin agua, porque el bombardeo dañó las conductoras; sin electricidad ni telefonía, por los daños en los postes y tendidos eléctricos y de teléfonos. Las familias que habían tenido fallecidos tuvieron que enterrarlos en los patios hasta que pasara todo y se pudieran trasladar al cementerio.

Daños causados por los bombardeos en barrios periféricos de Santa Clara.
Daños causados por los bombardeos en barrios periféricos de Santa Clara. (Foto: Tomada de Internet)

«Los lugares más bombardeados fueron el Reparto Santa Catalina, especialmente, el área más cercana a la línea; la Carretera a Camajuaní (la loma de los Güiros, el Crucero del central Carmita), la zona cercana al Cuartel 31, la Coca Cola, el Hospital y el Palacio de Justicia».

La ciudad devastada no hizo mella en el entusiasmo popular ante una nueva etapa. Un pueblo «enardecido por la Revolución» vio el joven Juan Virgilio López Palacio durante los cinco días de combate, y tan «fabulosa» le parecieron la entrada de Fidel a Santa Clara, como la multitud que colmó el Parque Vidal para aclamarlo, la misma que emprendería una reconstrucción unánime en los días siguientes.

El 28 de diciembre de 1959 volvió a entrar el comandante Ernesto Guevara de la Serna en la Universidad, para recibir el título de Doctor Honoris Causa en Pedagogía, que le confirió la casa de altos estudios, y pronunciar un discurso fundamental para la proyección futura de la institución académica. Cuando sus compañeros de aula cuestionaron a López Palacio por asistir a un acto dedicado a «ese comunista», les respondió: «Por eso mismo voy».

Aremis Hurtado creció, se graduó de Filología en la UCLV y puso a un lado el sueño de dedicarse a la literatura infantil para convertirse en una de las más ávidas investigadoras de la Batalla de Santa Clara, suceso con el cual se siente eternamente en deuda.

Patio del cuartel 31 de la Guardia Rural.
Patio del cuartel del Escuadrón 31 de la Guardia Rural, tomado por las fuerzas rebeldes. (Foto: Tomada de Internet)

Guiada por el doctor Luis García González, a quien consideró su padre espiritual y que llegó a ser historiador honorífico de esta ciudad, se apasionó por la Historia. Las exigentes tareas que le asignaron durante la carrera la adentraron en la Campaña de Las Villas, en un viaje sin retorno a la memoria de su «patria chica».

Años después, asumió como tema de investigación el período neocolonial de la historia de Santa Clara, y la batalla ocupó el centro de sus cuestionamientos y desvelos, los cuales compartió con Migdalia Cabrera y Eneyda López.

En cada búsqueda, procuró siempre escuchar a «los dos bandos» para llegar a una versión lo más objetiva posible de los hechos. Conoció y entabló amistad con muchos de los combatientes protagonistas de los últimos días de diciembre de 1958, como Faure Chomón, Raúl Nieves, Emilio Morales, Rogelio y Enrique Acevedo, José Mendoza Argudín, Harry Villegas, entre otros. Sólo con una libretica para tomar notas, porque no disponía de grabadora, llegó a la mayoría de las conversaciones, y agradece la paciencia de quienes «se abrieron», le explicaron con detenimiento y aclararon sus dudas sobre táctica militar.

Inmenso valor concede a la oportunidad de trabajar junto a la hija del coronel Cándido Hernández, quien quedó al frente del Regimiento «Leoncio Vidal» cuando Joaquín Casillas Lumpuy se dio a la fuga. Lejos de un esbirro, descubrió a un militar honorable que, como muchísimos soldados, encontró en el ejército un medio de vida. Ante la incitación a la huida, respondió: «No, yo voy a morir caminado las calles de Santa Clara, porque no tengo hechos de sangre» y, efectivamente, la justicia revolucionaria no le cobró ningún crimen.

La indagación para determinar la cifra exacta de las víctimas mortales en Santa Clara resultó una aventura, que incluyó revisión de documentos en funerarias, cementerios, registros civiles, el Archivo Provincial de Historia y el Archivo Histórico del Comité Provincial del Partido; la localización en un mapa de los barrios más asediados por la aviación, la visita a familiares de las víctimas y vecinos más antiguos, la entrevista a combatientes, una junta médica en el Hospital Militar y la sorpresa cuando una estudiante de Medicina, hoy patóloga, le sugirió que no sólo buscara heridas y explosiones, sino también los efectos de la onda expansiva.

Como conclusión, registraron 54 fallecidos: 13 del Ejército Rebelde, 18 de las fuerzas de la tiranía y 23 de la población civil, incluidos seis niños.

Para demostrar que «el sur también existe», como escribió el poeta Mario Benedetti, le resultó muy grato profundizar en las acciones del Escuadrón 31 y el Cuartel de Vigilancia de Carreteras, protagonizadas por comandos del Directorio Revolucionario 13 de Marzo, que combatieron durante 94 horas en el primer punto.

A juicio de Leticia Felipe Castellanos, a la Batalla de Santa Clara se le deben varias investigaciones pormenorizadas, para una socialización más atractiva de tan importante hecho histórico. (Foto: Carolina Vilches Monzón)

Leticia Felipe Castellanos, museóloga del Museo Sitio Acción contra el Tren Blindado, es otra filóloga enamorada de la historia. El inicio de su vida profesional en ese lugar, la breve estancia en el Museo Provincial, los años en el Complejo Escultórico Comandante Ernesto Che Guevara, el retorno al punto del primer contacto con sucesos tan gloriosos, la posibilidad de enriquecer las investigaciones con la sapiencia y los cuestionamientos de los protagonistas, en su mayoría, integrantes de la Columna N.º 8, le aseguran elogios después de cada visita dirigida.

Juzga la batalla, y específicamente el descarrilamiento y toma del Tren Blindado, como decisivos para acelerar el triunfo de la Revolución, el 1.º de enero de 1959. Admira la maestría guerrillera del Che al aislar la ciudad, llevar la guerra, por primera vez, a un centro urbano de tal envergadura, franquear con astucia la superioridad de alrededor de 3000 efectivos del enemigo, permanecer en movimiento entre los lugares donde se combatía, y desarrollar en apenas cinco días las acciones proyectadas para un mes.

«Lucharemos hasta la última consecuencia económica de nuestros actos y si se lleva más lejos aún la pelea, lucharemos hasta la última gota de nuestra sangra rebelde, para hacer de esta tierra una república soberana, con los verdaderos atributos de una nación feliz, democrática y fraternal de sus hermanos de América». Casi 65 años después de las palabras del Guerrillero Heroico, registradas en el libro Pasajes de la guerra revolucionaria, la declaración no encanece ni se arruga. Aflora como recordatorio cada diciembre en Santa Clara.

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