Los villaclareños José Manuel Figueroa Alonso, Jesús O'Farrill Fundora y Juan Manuel Rojas Pérez recibieron este año el título honorífico de Héroes del Trabajo de la República de Cuba.
Junto a otros 16 trabajadores cubanos, los villaclareños José Manuel Figueroa, Jesús O'Farrill y Juan Manuel Rojas recibieron el título honorífico de Héroes del Trabajo de la República de Cuba. (Foto: PresidenciaCuba))
Mónica Sardiña Molina
@monicasm97
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30 Abril 2024
30 Abril 2024
hace 6 meses
Honor, orgullo, satisfacción por un sueño vuelto realidad, gratitud y hasta sorpresa abonan el pecho de tres hombres a quienes, horas antes del 1.º de Mayo, el presidente, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, les colocó la insignia dorada que los acredita como Héroes del Trabajo de la República de Cuba.
El título honorífico, otorgado por el Consejo de Estado, reconoce los méritos de ciudadanos cubanos y extranjeros en el trabajo creador, la lucha por los intereses de la clase obrera, la defensa de sus logros y el internacionalismo proletario.
De cuna humilde y trayectoria noble, los villaclareños que reciben este año la Estrella de Oro del Trabajo sufrieron las penurias anteriores a 1959 y no tardaron en sumarse a la edificación de la sociedad anhelada, sin más ambición que aprender bien un oficio, ejercerlo con destreza y enseñarlo con humildad a otros.
Un mecánico azucarero
Tanto en las entrañas de las combinadas que han atravesado cañaverales en zafras más o menos dulces, como en el rugir de los camiones cargados que estremecen caminos y carreteras, viajan las huellas de José Manuel Figueroa Alonso, un mecánico automotriz dedicado por más de medio siglo a mantener rodando todo tipo de vehículos de la industria azucarera.
Desde su poblado natal de Rancho Veloz, en el municipio de Corralillo, nos presenta al niño obligado a incorporarse a las labores agrícolas tras culminar los estudios primarios en 1957, porque su padre no podía pagarle la continuidad de la enseñanza.
Con los 50 centavos que ganaba cada semana en una ferretería y un taller, costeaba cursos de un par de materias y alguna salida al cine. Después del triunfo de la Revolución, el dueño del establecimiento cerró el negocio y abandonó el país, y él comenzó a trabajar en la Empresa Consolidada de Maquinaria Agrícola (ECMA), mientras estudiaba Mecánica con los libros que le facilitaba el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA).
En el taller El Agrícola, cercano a la actual Empresa Agroindustrial Azucarera Quintín Bandera, alcanzó los primeros reconocimientos por los buenos resultados, y de la prolongada estancia en la empresa cañera Rubén Martínez Villena, vinculada al propio ingenio, guarda numerosos y gratos recuerdos.
Desde otro taller abierto en la localidad de Rancho Veloz, adiestró durante décadas a estudiantes de la Escuela de Oficios y jóvenes desvinculados del estudio y el trabajo que integraban el movimiento de aprendices. La misión de enseñarles las actividades de chapistería, soldadura, mecánica y conducción de vehículos lo obligó a prepararse mejor, para ofrecerles una formación integral, basada en el ejemplo y la confianza.
A las generaciones de aquellos muchachos que le devuelven hoy respeto y cariño —aquí o desde otras latitudes— sólo les ha pedido no olvidar a los maestros que les enseñaron tanto sin cobrarles un centavo. El orgullo se le enciende cuando habla sobre discípulos que han llegado, incluso, a dirigir un central azucarero.
La condición de fundador de la Asociación Nacional de Innovadores y Racionalizadores (ANIR) y los más de 50 premios en fórums de Ciencia y Técnica le conceden a Figueroa Alonso la potestad para emitir una certeza proverbial: «Si importante es la innovación, más necesaria resulta la generalización del resultado».
Sufrió con el «bache» de la Tarea Álvaro Reynoso, que detuvo los engranajes del «Quintín» y le trastocó el rimo a él también, azucarero de corazón, dependiente del pitazo del ingenio en plena molienda para guiar su rutina.
Durante ese nuevo «tiempo muerto» se jubiló, aunque no tardó en recontratarse en la brigada Progreso, dedicada al corte de caña en el propio municipio de Corralillo.
Al indagar por qué permanece activo a los 79 años, regala otra muestra de su sabiduría campechana: «Las posiciones se escalan. Hay que subir la mata de cocos por el tronco». Asevera que gracias al trabajo labró un camino propio hacia la superación, y aún se siente en el deber de retribuir a la Revolución por concederle oportunidades que antes le fueron negadas. Por eso, lo complace tanto el hecho de que sus tres hijos, frutos de un matrimonio de 56 años, cumplieran el sueño que él no pudo concretar, al formarse como profesionales.
Para tentar la sencillez y la modestia de este guajiro con alma azucarada, cae la pregunta sobre cuál considera el momento más relevante de su trayectoria. No duda en mencionar esta distinción, que sirve de colofón a todas las anteriores, y promete llevarla en el pecho hasta los últimos días.
Una vida para la industria
Jesús O'Farrill Fundora nació en Sagua la Grande, el 25 de enero de 1949, y desde niño le llamó la atención la electricidad. Durante el Servicio Militar se adentró en las especialidades de electrotecnia y radiolocalización, e integró las tropas radiotécnicas de su ciudad natal.
Después de pasar un curso que lo habilitó como liniero, laboró durante un año en la empresa eléctrica de la Villa del Undoso. Para convertirse en electricista industrial se trasladó a la Empresa Electroquímica, donde permanece luego de más de 50 años.
De un batallón encargado de apoyar la recuperación cañera en su municipio, marchó a la provincia de Granma, para sumarse a la construcción de obras sociales, y de 1983 a 1985 cumplió misión internacionalista en Libia, como integrante de la Unión de Constructores del Caribe. Cuatro años más tarde, respondió al llamado militar de la «Operación Victoria», en Angola, y en 1991 regresó al país tras haber cumplido, también, una encomienda especial en el Congo.
Fiel a la máxima martiana de mirar «de qué lado está el deber» y no de cuál «se vive mejor», apenas regresó a la Planta Cloro Sosa empezó la capacitación como inspector de seguridad y medio ambiente, para realizar el esfuerzo adicional que demandaba la fábrica, única de su tipo en Cuba.
Como momento crítico define la batalla contra la pandemia de la COVID-19, cuando los trabajadores de la industria cerraron filas para garantizar el cloro de todo el país, en jornadas llenas de sacrificios, riesgos, contagios, muertes y heroicidades de la más alta concentración. Por aquellos días, O'Farrill Fundora acometía acciones de reparación y mantenimiento de la planta, estibaba las cargas enviadas con urgencia a todas las provincias y cumplía con jornadas de trabajo productivo, según resultaran necesarias en cada momento.
Se jubiló en 2022, con 52 años de servicio, y regresó en 2023, como eléctrico de la brigada de construcción civil que tiene a su cargo la edificación de viviendas para los trabajadores, tarea que estima fundamental para garantizar la estabilidad de la fuerza laboral.
Tan multifacética como su quehacer resulta la lista de reconocimientos que lo premian como trabajador, líder sindical, militante del Partido, combatiente internacionalista, cederista, donante de sangre, delegado de circunscripción y toda categoría en la que le bastó un llamado para cumplir la tarea y destacarse. Actualmente, lo hace, además, como vicepresidente de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana en su municipio.
Especial regocijo le generan la felicitación del Comandante en Jefe por los éxitos alcanzados en el año 2001; la condición de Hijo Ilustre de Sagua la Grande, y el Escudo de la Ciudad, otorgados en 2009 y 2012, respectivamente.
Hazañas de construcción y defensa
Otro «todoterreno» de oficios y geografías, galardonado con el título de Héroe del Trabajo de la República de Cuba, lleva por nombre Juan Manuel Rojas Pérez y labora en la Empresa Constructora Militar n.o 3, de Villa Clara.
Nació en Placetas el 8 de enero de 1939, y cuando cursaba el 7.º grado también tuvo que abandonar los estudios y empezar a trabajar para contribuir al sustento de la familia, como aprendiz de mecánico en la agencia Dodge, purgador de azúcar en el central Santa Isabel y electricista durante el tiempo muerto.
Para ejercer este último oficio llegó a la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV) en el año del triunfo revolucionario. Primero, en condición de ayudante, y luego como jefe de grupo, participó en la construcción de la Facultad de Tecnología, la Agropecuaria, la residencia estudiantil y las instalaciones deportivas.
En 1961 se incorporó como electricista al Ministerio de la Construcción y trabajó en la reconstrucción del parque Vidal, de Santa Clara, el Parque Central de Placetas y varias escuelas de la ciudad capital.
Un año después, al formar parte de la brigada del Micons destinada a las obras de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en el territorio central, se convirtió en uno de los fundadores de la Unión de Construcciones Militares.
La ejecución de campos de tiro, talleres, unidades, bases navales, campamentos, viviendas, entre otras edificaciones, le aseguró un camino ascendente de misiones y éxitos en las provincias de Villa Clara, Cienfuegos, La Habana y Ciego de Ávila, y el municipio especial Isla de la Juventud.
A las responsabilidades que ha desempeñado de manera satisfactoria en la Empresa Constructora Militar n.o 3, desde su entrada en 1981, se unen los méritos como líder sindical, militante del Partido, presidente de su CDR y delegado de circunscripción, que lo han hecho merecedor de condecoraciones, felicitaciones de altos dirigentes del país y títulos honoríficos.