Angola en dos corazones

A cincuenta años del inicio de la Operación Carlota, dos veteranos de guerra radicados en Villa Clara recuerdan la epopeya.

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Vanguardia - Villa Clara - Cuba
Operación Carlota, 45 años de la epopeya cubana en Angola. (Foto: Tomada de Internet)
Lety Mary Alvarez Aguila
Lety Mary Alvarez Aguila
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12 Noviembre 2025

En las tierras del lejano continente negro, brilló la estrella cubana de la solidaridad. Miles de hombres, privados de cualquier certeza, partieron al África para cumplir sueños de justicia en pueblos hermanos. Nuestra Revolución vivía entonces una etapa esplendorosa, marcada por misiones humanistas en la proyección de su política exterior. Al suelo angolano siempre nos atará el nombre Carlota, tomado de aquella esclava africana que se rebeló en el ingenio matancero Triunvirato, cuando cercos de colonialismo español aún oprimían esta pequeña isla. 

Un siglo después, tocó honrar a Carlota en su región de origen, con las mismas ansias libertarias que, por herencia y legado, circularon en las venas de quienes se saben héroes. A diferencia de sublevaciones decimonónicas, la lucha que inició en 1975 se vistió de camuflajes y verdeolivo. Hubo tanques, fusiles, banderas. También existieron aviones de combate que escribieron la historia desde los cielos. Hubo almas nobles, vidas arrebatadas y un extenso anecdotario, ¿Qué guerra no lo genera? 

Cincuenta años han transcurrido, pero todavía las lágrimas y voces entrecortadas hacen ejercicio de delación. En la Dirección Provincial de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana (ACRC), dos veteranos rememoraron sucesos de la Operación Carlota, una misión que, más allá de demostrar capacidades militares, resultó decisiva para la independencia de Angola. 

Carlos y Alberto sonríen ahora entre fotos, medallas y recuerdos, sin embargo, llevan consigo episodios que merecen ser contados una y otra vez, cual prueba irrefutable de que las contiendas crean hombres tan fuertes como sensibles.

Fidel lo es todo 

El general de brigada de la reserva, Carlos Carballo Betancourt, siente que no basta una sola entrevista para exponer sus vivencias. Sobre su rostro, los años afloran y se enorgullecen. Ha visto la historia pasar. Resulta imposible hablar de Angola sin mencionar los antecedentes que forjaron sus ideas revolucionarias. 

Se inspiró en las acciones del Moncada, el Granma, la lucha clandestina. Vinculado a estos procesos, conoció e integró la columna 1, comandada por Fidel, y desde ese instante, tuvo el privilegio de acompañar al Comandante en jefe en hazañas de la Sierra Maestra y momentos del posterior triunfo revolucionario, entre ellos, la lucha contra bandidos. 

Con respecto a las unidades de combate que prestaron labores en África, Carballo Betancourt recuerda el compromiso que los convocó a dar el paso al frente.

«Fuimos allí con dedicación y amor, y construimos grandes experiencias, al igual que aquí. Era una misión sagrada. Como cuadro, había que regir y ser ejemplo en la vida. Si no, no se puede dirigir. Yo entré de coronel a la Operación Carlota y salí de general. Un día, durante el segundo congreso del Partido, fui ascendido a esos grados por un mensaje del Comandante. Debía emitir respuesta en 24 horas. Yo no podía venir a Cuba debido a la compleja situación que atravesaba Angola

«Comandaba un regimiento de combate y, a la vez, trabajaba con otro regimiento que se encontraba en El Congo, lugar desde donde generalmente nos abastecían los combustibles y las técnicas pesadas. En una ocasión, nos hicieron una emboscada donde mataron 7 hombres y otros resultaron heridos. Hicieron atrocidades. Levantaron un helicóptero, lo bajaron verticalmente con linternas y bengalas. Estábamos en el medio de la selva, a las dos de la mañana…»

El general alberga imágenes de aviones y bombardeos, no obstante, el impacto de la figura de Fidel le aporta, hasta la fecha, tranquilidad y confianza. Comenta que el líder histórico de la Revolución realizaba los nombramientos de las unidades que partían a apoyar al pueblo angolano y, aun desde Cuba, la comunicación y coordinación se desplegaban con eficacia. 

«Fidel para mí, y para la inmensa mayoría, significa mucho. Teníamos entre 17 y 20 años; pero, desde aquella etapa juvenil ya representaba un paradigma, incluso en aquel momento de ignorancia política y militar por nuestra parte. Fue amigo, compañero, profesor. Se distinguió por su humildad, inteligencia suprema y dedicación. Preferimos la muerte antes de incumplir cualquier tarea que él nos asignara. Así fue toda la vida, y lo será siempre, incluso después de muerto, porque lo llevamos en el corazón mientras vivamos nosotros.

«Fidel es lo más sagrado, no solo en Cuba, sino en América y el mundo. No nacerá otro igual en cien años. Por su ejemplo fuimos capaces, con o sin hambre, de enfrentar al enemigo y arrebatarle sus municiones. Yo soy lo que soy y tengo todo lo que tengo gracias a él y a la Revolución cubana». 

Aunque actualmente radica en Villa Clara, Carballo Betancourt es originario de la provincia de Granma y ha transitado por distintas instituciones militares del país. Entre los acontecimientos más significativos de su trayectoria, destaca la organización del recibimiento de los restos del Che y sus compañeros de guerrilla en la ciudad de Santa Clara. Pese a su edad avanzada, se mantiene activo como fundador de la ACRC en esta central geografía. En la asociación de base que dirige, pretende seguir hasta el final de sus días, si su salud lo permite. 

Sobre el cielo de Cuito Cuanavale 

Alberto Ley Rivas, El Chino, arribará próximamente a la edad de 70 años. Una curiosa cajita lo acompaña como parte de sí mismo. Ahí se refugian sus medallas con los rostros del Che y Maceo tallados en metal. 

También lo complementan los grados de teniente coronel; pero, al mirar atrás, aparecen las memorias de aquel niño procedente de un pasaje habanero y del adolescente de 16 años que formó parte de los primeros “Camilitos”. En una época de efervescencia revolucionaria, llegaron unos pilotos y realizaron un llamado a la preparación combativa de los jóvenes. Al inicio, deseaba convertirse en tanquista, pero luego se cuestionó lo que le parecía «meterse en una lata de sardinas». Poco a poco, se abrieron para él los caminos de la aviación. Primero fungió como chofer de avión, y siempre tuvo claro que «esas cosas cuestan sangre».

Con pocos años partió a la antigua Unión Soviética, sitio del que guarda gratos recuerdos de compañerismo. Además, participó en una misión en México con pilotos instructores que lo prepararon para cualquier circunstancia en la aviación. En los años 80 ya ostentaba los grados de capitán y llevaba a otros pilotos al combate. 

Tres misiones en Angola ocupan un lugar especial en el corazón de Alberto Ley Rivas. En ellas aprendió a luchar, a utilizar, estrategias, a sobrevivir…Todavía recuerda la pérdida de un piloto muy querido en la batalla de Cuito Cuanavale, cuyos avatares comenzaron en la tercera misión. Dicha epopeya también lo puso, literalmente, a temblar. 

«Mientras los sudafricanos hacían la preparación ingeniera para la ofensiva, se produjo el combate aéreo. Lograron tomar el mando y llegó una línea divisoria. El Comandante dijo: “No pueden permitir que esos suban para acá”. Nos introdujo en la pelea y le dábamos cobertura a los aviones de transporte soviéticos que llevaban avituallamientos para Cuito Cuanavale. En un cañoneo, mataron a un coronel.

«Me mandaron para la parte sur de Cuito, a hacer apoyo aéreo, en caso de que se aparecieran aviones de combate, mirajes, y, en efecto, llegaron. Caímos en lo que se conoce como carrusel de aviones. Yo me coloqué detrás del piloto número. Cuando el cohete presentó las condiciones de lanzamiento, impactó al Mirage en la cola y se produjo una explosión detrás. Luego, nos dieron la orden de retirada, nos fuimos lo más rápido posible y logramos aterrizar en Cuito. Recuerdo que en un instante yo no conseguía abrir la cabina y me temblaba todo el cuerpo: las piernas, la cara, porque recordaba a los compañeros que habían quedado en el camino».

A decir de Ley Rivas, la situación podía calificarse como un “desquite”, pero también como una forma de respeto a la profesionalidad de los pilotos cubanos. 

«No digo esto en el plano personal, sino por lo aprendido de los mayores, de las personas que me enseñaron. Luego fui instructor y tuve que retribuir con esas mismas enseñanzas a los pilotos más nuevos».

Hoy, El Chino reconoce que aquella hazaña constituía lo que muchos pilotos hubiesen deseado, dada la magnitud del combate aéreo, para el que llevaban una vida preparándose. 

«No sabes en qué momento será, pero sí cómo vas a actuar. Yo estaba imbuido en derribar el avión y no quedar mal con el Comandante. En esas cosas tú piensas, ni siquiera tanto en la familia, hasta después de lo sucedido. Todos me atribuyen ese hecho, que se convirtió en insignia para nosotros.

«Incluso con climas desfavorables, despegábamos a 300 o 400 metros y luego alcanzábamos los 6000, situados entre las nubes, bajo indicaciones de los navegantes principales, y presenciamos bombas a velocidades vertiginosas».

Apunta Ley Rivas que los sudafricanos jamás imaginaron el potencial de nuestros pilotos para volar en esas condiciones. En otra vida, volvería a Angola sin dudarlo, pues no reniega de nada. En su interior, predomina la satisfacción por haber cumplido con la tarea encomendada. 

Cuito Cuanavale le dejó duras vivencias, pero también le enseñó a obrar con conciencia de causa. Si se derrumbaban, nadie los recogería. 

«Los enemigos siempre buscan la manera de dinamitar, de que la gente rompa con sus conceptos. Y, quienes tuvimos el honor de participar en la guerra de Angola, buscamos que se mantenga firme esto que construimos».

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