
Un día pensó que estaría allí, junto a los equipos de generación de vapor. Antes, cuando era niño, observaba al abuelo cuando los manipulaba con destreza. Casi a diario comenzó a encariñarse con aquellos artefactos que, entonces, no parecían rústicos. Dice que alguna ocasión acarició los émbolos de las llaves. Era tanto el embullo por la fabricación de azúcar que creyó que el guarapo le entraba por la sangre. Pasó el tiempo y ahora disfruta de las labores que realiza durante las jornadas de zafra en una entidad que reclama del espíritu consagrado de los jóvenes.

En síntesis es la historia que contó Richard Gil Martínez en un corto intercambio de puntos de vista. Es operador de calderas en el ingenio José María Pérez, antiguo Fe, uno de los nueve que procesan caña en Villa Clara, y último en incorporarse a las molidas. Todavía se siente, como dice, «en aprendizaje constante ». La incorporación del muchacho a la industria resulta similar a otros que a su edad encuentra allí, por cercanías a sus hogares o tradición familiar, una fuente estable, y también remunerada, de empleo.
Antes la entidad sufrió de éxodos constantes en áreas especializadas. La ocupación privada y el turismo conspiraron años atrás con actividades agropecuarias y la industria azucarera. Diestros técnicos, a pesar de la dispersión de idénticos puestos de trabajo en «Batalla de Santa Clara » y «Luis Arcos Bergnes », se fugaron hacia zonas mejor retribuidas. Hubo que instrumentar cursos emergentes, sobre todo entre jóvenes de la zona, y apelar a jubilados con conocimientos y deseos de acceder a la capacitación diaria.
Gil Martínez lleva dos años como operador. Tenía nociones empíricas, y se adiestró en el ingenio Panchito Gómez Toro, de Quemado de Gí¼ines. Ya nada es igual que en los tiempos en los cuales, guiado por el abuelo, era solo un observador pasivo. Por fortuna, el muchacho de 21 años, todavía le cuenta a Alberto Martínez Gil, el abuelo, algunas de las peripecias ocurridas durante el día y precisa detalles de cómo transcurrió la molida del ingenio.
Junto a Richard está Lázaro González Guevara, manipulador también, de la moderna caldera de generación de vapor. El equipo tiene capacidad de 60 toneladas, y fue la mayor inversión, en monto y complejidad de montaje, que efectuó la industria villaclareña. Ahora es una garantía en el proceso fabril.
A unos 6, 6 millones de pesos ascendieron esos equipamientos. Antes contaban con tres calderas, cada una de 30 toneladas, y eran viejas, muy similar a las originales que tuvo la industria, y de la cual todavía existe una en activo. Ahora todo está automatizado, y según Gil Martínez, el joven, esa constituye la diferencia de un área que considera el corazón del central, porque de ahí parte el vapor que va a los generadores.

En la instalación de la caldera intervinieron, desde junio hasta febrero pasado, especialistas de Santiago de Cuba junto a trabajadores del ingenio, indicó. Esa fue una de las causas que obligó a la entrada tardía de una zafra que estiman concluir a mediados de mayo.
A Gil Martínez pregunto sobre otras diferencias del área en la cual labora. Responde que «cuando el abuelo y otros trabajaban aquí todo era más bruto, casi rutinario, sin calderas de mucha eficiencia en el aprovechamiento del calor y un quemador más pequeño. En la actualidad el horno quema en aire. Por esta planta no habrá fallos posibles para lograr nuestras aspiraciones productivas. Todos estamos enamorados de nuestro trabajo, y al más mínimo fallo hay preocupaciones », destacó.
Números y más números
Al interior del ingenio un universo de jóvenes recorre y manipula equipos imprescindibles en el procesamiento de azúcar. Falta hacía ese contagio, así lo afirmó Asiel Barrios Reyes, jefe de la Sala de Análisis de la entidad. El equipo que dirige, a pesar de la pésima contienda del anterior año, fue la mejor de su tipo durante en el sector. La eficiencia en partes, y las complejidades numéricas, valieron el mérito.

Desde 2013, cuando arrancó nuevamente el ingenio, dijo, «no se obtienen los resultados productivos para la zafra », aseguró. A veces fueron las roturas de las máquinas, y otras la permanencia estable de la fuerza de trabajo especializada, o de materia prima a la industria. De una forma u otra los resultados nunca llegaron a registros positivos.
El «José María Pérez » este año, admitió, asumió tres importantes inversiones: una en la casa de caldera, y otras dos en básculas digitales para suministros de caña por camiones y ferrocarril, así como una última de tratamiento de aguas residuales. El monto total ascendió a más de 10 millones de pesos, lo cual dará la posibilidad, con el empuje de los trabajadores, de llegar al plan de azúcar.

De acuerdo con reajustes, el compromiso es 12 000 toneladas métricas, y «estamos comprometidos a no fallar en molidas estables que superen los ritmos acostumbrados y con altos rendimientos. Hoy nuestra azúcar satisface los parámetros de calidad, y se producen más de 220 t por día », añadió.
Todos los puestos de trabajo están cubiertos, un problema no satisfecho con anterioridad. Son en su mayoría los jóvenes quienes llevan las responsabilidades en áreas claves. Algunos azucareros jubilados también fueron contratados en labores de fabricación. No parar el central «es lo principal, pero eso ocurre en ocasiones por falta de materia prima, momento que aprovechamos para efectuar algunos mantenimientos », señaló el jefe de la Sala, quien también dirige el universo juvenil en la fábrica.
El abasto de caña está aun 70%, según el acumulado, y tanto el corte manual como el mecanizado en zonas distantes del central, se comporta con parámetros aceptables. El estimado de la caña a procesar llega a un 98,5%, mientras los rendimientos agrícolas están a 38 t/ha, cuantía que los ubica entre los más rezagados de la provincia.
En esa actividad habrá que buscar mayores resultados. Otra será la cara que exhiban en relación con los homólogos del territorio. No obstante, en Camajuaní, lugar en el cual siempre se habló de caña y de azúcar, otra vista tienen en el horizonte cañero: llegar a metas superior para contribuir a las 300 000 t que tiene Villa Clara. Es el tiempo de no fallar otra vez y quitar piedras alojadas en los zapatos azucareros, y en eso los jóvenes tienen cuotas de responsabilidad.