Esta semana, en el IV Encuentro de Madres contra la Homofobia y la Transfobia, en Placetas, Malú decidió dar la palabra a su madre, Rosa Ramírez Pérez. Rosa, la que sufrió, la que lloró, la que peleó, supo, cuatro o cinco años después de dar a luz, que Malú sería Malú y no Yosvany, el nombre que ella había escogido al azar.

«Le puse Yosvany porque cuando nació no tenía cómo saber que sería Malú », se justifica, aunque la hija, quizá, le diga que no necesita ofrecer ninguna explicación. Porque Rosa, igual que sufrió, igual que lloró, igual que peleó, se levantó y admitió a Malú para sí misma y para el mundo. Y dijo: «Esta es mi hija y tendrán que aceptarla ».
Y no me gusta Yosvany. Me gusta que le digan Malú.
Malú, y no Yosvany, abandonó, después de cuatro años de estudios, la carrera de Enfermería porque la obligaban a separarse de su madre durante «una delicada situación familiar ». «Y porque no me dejaban vestirme de mujer », acota.
Malú venció la primaria, aun siendo un niño «diferente »; y venció la secundaria, aun soportando las burlas; y llegó al IPUEC Quintín Banderas, en los límites entre Placetas y Manicaragua.
¿Cuántos meses pasaste allí?
¿Meses? ¡No! Días. Casi diez días. Cuando me sentí discriminada vine para mi casa.
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El pasado martes, en la sede del Gobierno municipal de Placetas, Rafael Alejandro Suri González se encargó de conducir el IV Encuentro de Madres contra la Homofobia y la Transfobia. Pero, antes de que él y su madre, la pediatra Teresa Lourdes González Suárez, comenzaran a convocar a otras personas una vez al año para debatir sobre «sus problemas en común » donde el problema no es homosexualidad, sino homofobia, Rafael estudió en el IPVCE Ernesto Che Guevara; estudió unos pocos meses Ingeniería Industrial en la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas, y finalmente estudió y se graduó de la carrera de Estudios Socioculturales en la sede universitaria municipal de Placetas.

Sin embargo, en su historia escolar, Rafael subraya otros «hitos »: «En décimo grado, en la semana de adaptación, lanzaron mi taquilla desde el balcón del cuarto piso con todo ropa, comida, cubo de agua. Según ellos (los abusadores), yo era el único gay del grupo.
«Cuando llegué (al internado) vi que todo el mundo estaba en el balcón, esperando para ver mi reacción. Lo más molesto de todo fue que las autoridades de la escuela trataron de “pasarle la mano†al asunto (aunque sí tomaban cartas cuando se trataba de otras indisciplinas).
«La opción que me dieron fue cambiarme de dormitorio. Más allá de eso, nada varió. En mi propia aula, en la pizarra, me ponían mensajes ofensivos. A mi pareja, que estaba en la misma escuela, y a mí, nos escribían burlas en los libros de texto, en las sillas. Hasta nos dibujaban p… en las mesas ».
«Una vez, un cuartelero limpió el albergue con mi toalla, y después dijo que la había confundido con la colcha de trapear. Me le abrieron huecos al cubo de agua. ¿Qué más? ».
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Todos los días María y la Mora, su novia, abren la puerta del patio de El Mejunje. «El núcleo primero, el alma, la esencia de este lugar », diría alguna vez Ramón Silverio. María Jorge es, de alguna manera, una de las mayores sinécdoques de El Mejunje: una parte que podría nombrar el todo si fuera preciso.

El pasado 17 de mayo, en medio de la décima Jornada Cubana contra la Homofobia y la Transfobia en espacios escolares, María festejó su cumpleaños 54. Por esa combinación de celebraciones recordó a su madre, la mujer que vivió, junto a ella, uno de los momentos más dolorosos de su pasado: «Cuando me iban a dar el expediente para pasar a la secundaria, convocaron a mi mamá a la escuela. En la dirección la vi llorar. Me habían escrito allí que yo era una niña diferente, que parecía un hombre ».
Y porque decían que era «marimacho », y porque la amonestaron por ser lo que era, y porque avergonzaron a su madre, María no quiere que la historia suya se repita en ninguna forma semejante. Aunque se repite: «Hace poco supe que unos niños, en una secundaria, marginaban a otro porque creían que era “flojitoâ€. No lo dejaban jugar fútbol porque decían que eso era para los “hombresâ€. Pero es muy triste que eso ocurra en las escuelas, y que los propios muchachos y los maestros lo permitan ».
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Érika, una muchacha trans de Santiago de Cuba, marchó este miércoles 17 de mayo en Santa Clara. Atravesó la ciudad enarbolando carteles contra la transfobia, porque «el abuso de sus compañeros y profesores » la obligó a salir de la escuela de Medicina.
«Me hicieron todo lo que pudieron para que abandonara la carrera. Al final, tuve que irme. Yo quería tener el pelo largo ya me asumía como trans y no quería mantener la imagen de hombre.
«Eso me trajo problemas: me decían que el reglamento de la escuela solamente hablaba de hombres y de mujeres, y que yo no era ni una cosa ni la otra. No me aceptaron, no quisieron comprenderme. Otra amiga que estudiaba Estomatología también se vio obligada a dejar su carrera. Y no digo que fue hace tanto tiempo: eso pasó en el 2010. Pero al menos yo pude entrar a la universidad, porque otros, ni eso ».
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Antes de que Rafael y Malú se reunieran en Placetas con las madres de personas gais, lesbianas o transexuales; antes de que María cumpliera 54 años; antes de que Érika desfilara por las calles de Santa Clara; el profesor francés Christophe Cornu, especialista de la Sección de Salud y Educación de la Unesco, ofreció una conferencia en la Universidad Central «Marta Abreu » de Las Villas sobre la violencia homofóbica y transfóbica.
Frente a la comunidad universitaria, en apego estricto al resultado de investigaciones encauzadas por el organismo de Naciones Unidas que él representa, Cornu dijo que la violencia homofóbica y transfóbica «se basa en el miedo, la incomodidad, la intolerancia y el odio hacia los homosexuales y hacia las personas sexualmente diversas homofobia y hacia personas transexuales transfobia ».
Dijo, sobre todo, que «la probabilidad de un joven LGBT** de pensar o cometer suicidio es de dos a cinco veces mayor que la de un joven heterosexual ». Y aseguró, además, que «es más probable que los estudiantes LGBT experimenten este tipo de violencia en la escuela que en casa o en la comunidad.
«Pero todo es más complicado explicó Christophe Cornu, porque este tipo de violencia no solo afecta a estudiantes que son lesbianas, gais, bisexuales o trans, sino también a otros cuya expresión de género no se adecúa a las normas binarias de la sociedad, ya sean masculinas o femeninas.
«De hecho, varios estudios muestran que la violencia homofóbica en el ámbito educativo afecta a muchos estudiantes que no se identifican como LGBT, que no son LGBT, pero que sus compañeros o el personal docente consideran como LGBT.
«Aquí estamos hablando de niños o de muchachos que alguien asume como “afeminadosâ€, o niñas que alguien más considera “demasiado masculinasâ€. Esta percepción se basa en la forma de hablar, de actuar, de vestirse o en el hecho de que los chicos, por ejemplo, hagan cosas que se "parecen" propias de niñas ».

Estos niño/as, adolescentes o jóvenes sufren diferentes manifestaciones de violencia homofóbica y transfóbica, dice también el profesor Christophe Cornu. Y mientras él diserta, Malú, Rafael, María y Érika podrían alzar las manos y tomar la palabra: «Nosotros sufrimos violencia sicológica (burlas, insultos, amenazas), y violencia social (exclusión del grupo), y acoso sostenido (bullying) ».
Aun así, Christophe Cornu diría que sufrieron, peor que todo, violencia institucional (estructural, implícita).
Y explicaría, más adelante, que dicha violencia se expresa si «el sistema educativo, a través de sus políticas o de los reglamentos escolares, refuerza de forma voluntaria o involuntaria los estereotipos negativos que están relacionados con la violencia sexual, la identidad o la orientación de género. También, cuando se permite en el ámbito educativo que se usen insultos aparentemente comunes: «marica », «tortillera », «flojito »â€¦
«La violencia institucional normaliza la homofobia y la transfobia, aviva y legitima los actos violentos cometidos por los estudiantes o por el personal educativo. Si la homofobia es normal, según el sistema, entonces es legítimo insultar, pegar y excluir a estudiantes que son LGBT. Y que tenga carácter institucional hace que sea muy diferente al racismo, por ejemplo », sostuvo Cornu.
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Si existieran datos, si se hubiera iniciado algún estudio sobre el acoso escolar por motivos de género, si existieran políticas educativas transversales en temas de género, es posible que la Dirección Provincial de Educación en Villa Clara pudiera conocer cuántos estudiantes se ausentan de las aulas de la provincia, cuántos desertan, cuántos afectan su desempeño académico, cuántos salen de las escuelas porque no pueden vestirse de acuerdo con su identidad de género, y cuántos habrán optado por el suicidio a causa del acoso o violencia homofóbica y transfóbica.

Pero no hay estudios. Ni datos.
Sin embargo, Arelis íguila, máster en Sicopedagogía de la Dirección de Educación en Villa Clara, puede opinar que en los últimos tiempos no se han presentado casos de profesores que acosen a los estudiantes por tener una identidad de género diferente. «Aunque eso puede ocurrir dice sin que salga a la luz pública ».
Y dirá que ellos saben «que se dan burlas entre alumnos, pero la mayoría de las veces ocurren a espaldas de los docentes ». Y que «existe un reglamento interno para tomar medidas en estos casos ». Un reglamento que no menciona la identidad de género ni la orientación sexual ni la violencia homofóbica o transfóbica.
Finalmente, gracias a Arelis íguila podremos saber que «aún no se ha hablado de que las niñas que se sienten niños, y viceversa, puedan usar saya o pantalón según lo prefieran ».
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Christophe Cornu, por último, dijo que «se necesita una respuesta integral del sector educativo para enfrentar el acoso escolar ». Habló de políticas efectivas, de currículos y materiales relevantes sobre el tema, de capacitación al personal docente y de apoyo a estudiantes y sus familias. Y así, solo así dijo podremos echar a andar por un camino que nos llevará, un día, a escuelas libres de homofobia y transfobia.
Y, en ese caso solo en ese caso Malú, Rafael, María y Érika podrán decir: «Sirvió ».
Nota: En el momento actual Rafael cursa una maestría en Desarrollo Comunitario. Malú, después de interrumpir su carrera de Enfermería, comenzó a trabajar como costurera. Ahora «perfila » el cuerpo que desea gracias a las políticas del Centro Nacional de Educación Sexual. María aspira a abrir y cerrar las puertas de El Mejunje todos los días posibles de esta vida. Y Érika regresó a Santiago, la tierra caliente, donde integra la red TransCuba.
* Término anglosajón que se refiere al acoso físico o psicológico sufrido, de forma continuada, por una persona. Proviene del verbo inglés to bully, intimidar.
** Siglas que designan a la comunidad integrada por lesbianas, gais, bisexuales y transexuales. Puede incluirse también la letra «I » para referirse a las personas intersexuales.