
Quizás lo más animado de Dos Sierras sea la escuelita rural. Aún con sus techos rotos y sus libros humedecidos, y una parte de su matrícula enferma de conjuntivitis, asma o el estómago.
Allí los niños los sanos van en busca de la rutina que el huracán les interrumpió. El entretenimiento todavía demora, al menos el que viene con la electricidad. El otro, el que no necesita de televisores o luz eléctrica, se lo propina el maestro.
Jorge Enrique Pérez, profesor de cuarto a sexto grados, concentra a su docena de alumnos en un aula. Les canta una canción de los Tigres del Norte con la misma naturalidad con que les imparte las matemáticas.
Cada día, ese maestro recorre los seis kilómetros que separan su casa del trabajo, en volanta y caballo, para enseñarles. Y los chicos vienen a aprender, a distraerse y a reír.
Parecen tímidos, pero se adaptan rápido a la presencia de extraños, y cuando comienzan a hablar…

«Mi casa la arreglamos como pudimos, y le echamos cubos de agua en el techo para ver por dónde se mojaba más ». «A la mía no le pasó nada porque le pusimos una pila de sacos de tierra arriba ». «La mía está pidiendo perdón [inclinada], y nosotros pidiendo permiso para entrar en ella ». « ¿Vamos a salir en un periódico? ¡Vamos a salir en un periódico! »
Observan, comentan todo, se ofrecen para llevarme a ver al delegado y señalarme los lugares más asolados.
«Si va a tirarle fotos a todas las casas feas del lugar, se le llena el tablet », me advierte uno.
El batey
Cuando «Irma » pasó por territorio villaclareño, los habitantes de Dos Sierras ya tenían –o creían tener- un lugar donde resguardarse de los vientos y la lluvia. Julio Mollinea, el delegado, movilizó en una carreta a los más desprotegidos hacia un centro de evacuación en Buenavista, el poblado cabecera. Algunos decidieron quedarse en casas de vecinos o familiares, y otros corrieron hasta la bodega del batey cuando el huracán soltó las primeras ráfagas sobre sus maltrechas viviendas.
Dos Sierras es un caserío de gente humilde olvidado por casi todos los que no viven en él; unas pocas casas de placa, otras tantas de mampostería y fibro, y muchas de madera y guano, o goma; un pedazo de tierra, bosque y arroyo, con una bodega agrietada que ha servido de refugio por varios ciclones, un círculo social arrendado a cuentapropistas, una escuelita rural y una cooperativa de producción agropecuaria (CPA) dedicada a ganado vacuno, caña y reservas forestales.


No hacían falta unos vientos huracanados para desmoronarla: una tormenta tropical, combinada con la elevación del lugar, habría arrastrado por las callejas la mayoría de las paredes, puertas, vigas, horcones, tejas, tablones de seguridad que componen al batey…En efecto, eso hizo en una buena parte. El abandono posterior completó el cuadro desolador que viven estas personas desde que el huracán se alejó de las costas villaclareñas, hace casi 15 días.
«No han venido a vendernos nada después del ciclón* », asegura Georgina Marichal, una pobladora.
«Estamos con la cuota que cogimos hace raaato, y el pan diario. La mujer del Círculo Social está pa’ Buenavista, buscando barras de dulces y cualquier cosa que pueda vendernos. Aquí no hay nada, nada, nada. Dijeron que iban a mandar fideos, espaguetis y coditos a la tienda, y tampoco. Bueno, imagínate que antes del ciclón iban a mandar un carro con panes, gofio y otras cosas que tocan por el Plan Turquino porque nosotros pertenecemos al Plan Turquino y nunca llegó nada. Los muchachos están arrebata ´os, pero es que nadie tiene casi na’ pa’ darles de merienda ».
«Tampoco han traído petróleo pa’ cocinar », afirma Julio Mollinea.
«Le pregunté al delegado (de Buenavista) si darían una reserva, porque casi to’ el mundo está cocinando “en cuatro patasâ€, con leña, pero nada. El Estado sí dio una tarjeta de combustible para los dos carros que dejamos aquí pa’ mover personal si se presentaba un caso malo en el ciclón, porque tenemos enfermos mentales que necesitan vacunas y aquí no había servicio médico ».
¿La cooperativa no recibió orientaciones de vender alimentos elaborados para la población, después del paso del huracán?
A mí no me llegó nada de eso. Pero, además, aunque quisiéramos no podríamos, porque mire cómo quedó eso. Mire este caney, y el taller, y los almacenes Julio apunta un dedo largo hacia los agujeros en los techos de las naves. La cooperativa sí ha ayudado mucho en otras cosas. Por ejemplo, ahora estamos en el trajín de limpiar la madera de las áreas de electricidad, pa’ adelantarles eso a las brigadas que vienen a arreglar la corriente.
En Dos Sierras «Irma » esparció cuanta miseria quiso. Cuando el viento se calmó en la mañana del domingo 10 de septiembre, los lugareños compartieron estadísticas: ningún muerto, cuatro casas derribadas y más de 100 con daños severos en varias habitaciones.
De los afectados, una minoría decidió partir hacia Remedios, donde habilitaron un centro de evacuación de larga estadía. Algunos se quedaron en las casas que les sirvieron de refugio durante el huracán y otros, como Leandro Rodríguez Fernández, optaron por las facilidades temporales: «emparapetaron » sus viviendas con las tablas que quedaron por el suelo y allí viven como pueden, hasta que llegue la ayuda gubernamental.
El cuarto, de unos tres metros de largo por otros tantos de ancho, sirve de refugio para él, su esposa, una niña de dos años y un bebé de cinco meses. «Casi no cabemos, pero bueno…es lo que tengo ».
Dice Leandro que cinco meses atrás, en una reunión en Remedios, le prometieron ayudarlo con los materiales para construir una casita para su familia. «Si antes del ciclón no lo cumplieron, ahora, con tantas personas afectadas, es más difícil todavía. Pero prefiero estar aquí que por Remedios. Gracias a Dios, estamos vivos y con salud, aunque los dos niños estén durmiendo en la misma cuna, y nadie haya venido ni a darnos el saludo ».
Pueblo chiquito...
Cuando te acostumbras a la cocina eléctrica y el ventilador para dormir; a las chucherías accesibles para la merienda de los niños, a las calles más o menos limpias, al suministro de agua potable en un tiempo prudencial, y lo pierdes todo de golpe, los llamados de paciencia sirven de poco. Después de siete, 10, 15 días sin corriente, con la comida justa y el dinero escaso, con el agua imprescindible para las cosas más imperiosas, sin techo para dormir, incluso cuando sabes que hay alguien más «damnificado » que tú, te desesperas.

En Buenavista, como en Zulueta, Chiquitico Fabregat, General Carrillo, Heriberto Duquesne y otros tantos consejos populares de Remedios, «Irma » reventó cables eléctricos y telefónicos, arrancó árboles desde las raíces, destruyó viviendas...Pero con la diferencia de que en estos lugares, la irresponsabilidad hizo casi tantos estragos como el propio huracán.
«Antes, desde que el ciclón venía lejísimo, escuchabas los carros con altoparlantes informando, se ponían a cortar matas, a preguntar por todos los barrios quién quería evacuarse, a asegurar lo poco y lo mucho. Pero esta vez no fue así », comentan los moradores.
Postes de electricidad y comunicaciones cayeron solo porque los ciudadanos o las autoridades competentes no podaron los árboles a su alrededor. Techos de cubiertas ligeras de casas y entidades estatales volaron porque nadie los aseguró.
Se confiaron varios delegados de circunscripciones, que no atendieron a tiempo las necesidades de personas vulnerables, con niños pequeños o ancianos enfermos; y se confiaron esas personas, que no reclamaron por sí mismas el derecho a su protección, o esperaron hasta el último momento para buscar asilo en casas vecinas. Y ahora, en medio del desasosiego del que lo pierde todo, o casi todo, llueven los reclamos.

Está, por ejemplo, el de los pobladores de General Carrillo, que aún hoy piden servicio eléctrico al menos para una parte del poblado; o el de los habitantes de Buenavista y Zulueta, que todavía conviven con montones de basura frente a las casas, y unos mosquitos negrísimos y enormes por todas partes (porque allí, limpias, limpias, solo están las respectivas calles centrales).
«La recuperación no avanza igual en todos los lugares afectados »; « ¿qué cocino y con qué? »; «hay más colas de personas que salchichas en oferta »; ¿dónde están vendiendo las velas y las caldosas de las que hablaron por la radio? »
Están también, por supuesto, los que trabajan sin reclamar. Como las enfermeras del consejo popular Heriberto Duquesne, que en medio del huracán hicieron sus turnos de 24 horas a oscuras; y el personal de guardia del policlínico Felino Rodríguez, de Buenavista, que tuvo que trabajar en esas condiciones desde la noche del viernes 15 de septiembre hasta la tarde del día siguiente, porque «la empresa eléctrica no atendió a tiempo el pedido de combustible para el grupo electrógeno ». O la familia que comparte un cocimiento de tilo con la mujer que aún llora su techo destrozado y el colchón húmedo, o el que le ofrece, desinteresado, un plato de comida al que ya agotó todas las reservas.
«Todo llegará », dicen algunos. «Otro día para buscar pomos de agua congelada en Placetas », piensan otros. «Nadie quedará desamparado », recalcan los medios de comunicación. « ¿Cuándo van a vender materiales de construcción? », preguntan casi todos. Paciencia, paciencia, paciencia…
Nos recuperaremos, podríamos confiar en eso. Solo que en algunos lugares, como estos pueblitos de Remedios, esa recuperación avanza demasiado lenta, para las necesidades de los pobladores.
*Por costumbre, una buena parte de la población se refiere a «ciclones », aun cuando el evento hidrometeorológico en cuestión sea un huracán de categoría 5, como «Irma ».