Campo adentro, los sobrevivientes

Casi 15 dí­as después de «Irma», los habitantes de Dos Sierras tienen como único alimento estable el pan de la bodega

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La escuelita rural de Dos Sierras
La escuelita rural de Dos Sierras. (Foto de la autora).
Laura Lyanet Blanco Betancourt
Laura L. Blanco Betancourt
@lauralyanet
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22 Septiembre 2017

Quizás lo más animado de Dos Sierras sea la escuelita rural. Aún con sus techos rotos y sus libros humedecidos, y una parte de su matrí­cula enferma de conjuntivitis, asma o el estómago.

Allí­ los niños los sanos van en busca de la rutina que el huracán les interrumpió. El entretenimiento todaví­a demora, al menos el que viene con la electricidad. El otro, el que no necesita de televisores o luz eléctrica, se lo propina el maestro.

Jorge Enrique Pérez, profesor de cuarto a sexto grados, concentra a su docena de alumnos en un aula. Les canta una canción de los Tigres del Norte con la misma naturalidad con que les imparte las matemáticas.

Cada dí­a, ese maestro recorre los seis kilómetros que separan su casa del trabajo, en volanta y caballo, para enseñarles. Y los chicos vienen a aprender, a distraerse y a reí­r.

Parecen tí­midos, pero se adaptan rápido a la presencia de extraños, y cuando comienzan a hablar…  

El fondo habitacional de la comunidad, extremadamente deteriorado. (Foto del autora).

«Mi casa la arreglamos como pudimos, y le echamos cubos de agua en el techo para ver por dónde se mojaba más ». «A la mí­a no le pasó nada porque le pusimos una pila de sacos de tierra arriba ». «La mí­a está pidiendo perdón [inclinada], y nosotros pidiendo permiso para entrar en ella ». « ¿Vamos a salir en un periódico? ¡Vamos a salir en un periódico! »

Observan, comentan todo, se ofrecen para llevarme a ver al delegado y señalarme los lugares más asolados.

«Si va a tirarle fotos a todas las casas feas del lugar, se le llena el tablet », me advierte uno.  

El batey

Cuando «Irma » pasó por territorio villaclareño, los habitantes de Dos Sierras ya tení­an –o creí­an tener- un lugar donde resguardarse de los vientos y la lluvia. Julio Mollinea, el delegado, movilizó en una carreta a los más desprotegidos hacia un centro de evacuación en Buenavista, el poblado cabecera. Algunos decidieron quedarse en casas de vecinos o familiares, y otros corrieron hasta la bodega del batey cuando el huracán soltó las primeras ráfagas sobre sus maltrechas viviendas.

Dos Sierras es un caserí­o de gente humilde olvidado por casi todos los que no viven en él; unas pocas casas de placa, otras tantas de mamposterí­a y fibro, y muchas de madera y guano, o goma; un pedazo de tierra, bosque y arroyo, con una bodega agrietada que ha servido de refugio por varios ciclones, un cí­rculo social arrendado a cuentapropistas, una escuelita rural y una cooperativa de producción agropecuaria (CPA) dedicada a ganado vacuno, caña y reservas forestales.

«No tenemos muchas ofertas de comidas por aquí­ », comenta Georgina Marichal. (Fotos de la autora).
El carbón o la leña son las únicas opciones para cocinar, ante la falta de electricidad, y ya se están agotando.

No hací­an falta unos vientos huracanados para desmoronarla: una tormenta tropical, combinada con la elevación del lugar, habrí­a arrastrado por las callejas la mayorí­a de las paredes, puertas, vigas, horcones, tejas, tablones de seguridad que componen al batey…En efecto, eso hizo en una buena parte. El abandono posterior completó el cuadro desolador que viven estas personas desde que el huracán se alejó de las costas villaclareñas, hace casi 15 dí­as.

«No han venido a vendernos nada después del ciclón* », asegura Georgina Marichal, una pobladora.

«Estamos con la cuota que cogimos hace raaato, y el pan diario. La mujer del Cí­rculo Social está pa’ Buenavista, buscando barras de dulces y cualquier cosa que pueda vendernos. Aquí­ no hay nada, nada, nada. Dijeron que iban a mandar fideos, espaguetis y coditos a la tienda, y tampoco. Bueno, imagí­nate que antes del ciclón iban a mandar un carro con panes, gofio y otras cosas que tocan por el Plan Turquino porque nosotros pertenecemos al Plan Turquino y nunca llegó nada. Los muchachos están arrebata ´os, pero es que nadie tiene casi na’ pa’ darles de merienda ».

«Tampoco han traí­do petróleo pa’ cocinar », afirma Julio Mollinea.

«Le pregunté al delegado (de Buenavista) si darí­an una reserva, porque casi to’ el mundo está cocinando “en cuatro patas”, con leña, pero nada. El Estado sí­ dio una tarjeta de combustible para los dos carros que dejamos aquí­ pa’ mover personal si se presentaba un caso malo en el ciclón, porque tenemos enfermos mentales que necesitan vacunas y aquí­ no habí­a servicio médico ».  

¿La cooperativa no recibió orientaciones de vender alimentos elaborados para la población, después del paso del huracán?

A mí­ no me llegó nada de eso. Pero, además, aunque quisiéramos no podrí­amos, porque mire cómo quedó eso. Mire este caney, y el taller, y los almacenes Julio apunta un dedo largo hacia los agujeros en los techos de las naves. La cooperativa sí­ ha ayudado mucho en otras cosas. Por ejemplo, ahora estamos en el trají­n de limpiar la madera de las áreas de electricidad, pa’ adelantarles eso a las brigadas que vienen a arreglar la corriente.

En Dos Sierras «Irma » esparció cuanta miseria quiso. Cuando el viento se calmó en la mañana del domingo 10 de septiembre, los lugareños compartieron estadí­sticas: ningún muerto, cuatro casas derribadas y más de 100 con daños severos en varias habitaciones.

De los afectados, una minorí­a decidió partir hacia Remedios, donde habilitaron un centro de evacuación de larga estadí­a. Algunos se quedaron en las casas que les sirvieron de refugio durante el huracán y otros, como Leandro Rodrí­guez Fernández, optaron por las facilidades temporales: «emparapetaron » sus viviendas con las tablas que quedaron por el suelo y allí­ viven como pueden, hasta que llegue la ayuda gubernamental.  

El cuarto, de unos tres metros de largo por otros tantos de ancho, sirve de refugio para él, su esposa, una niña de dos años y un bebé de cinco meses. «Casi no cabemos, pero bueno…es lo que tengo ».

Dice Leandro que cinco meses atrás, en una reunión en Remedios, le prometieron ayudarlo con los materiales para construir una casita para su familia. «Si antes del ciclón no lo cumplieron, ahora, con tantas personas afectadas, es más difí­cil todaví­a. Pero prefiero estar aquí­ que por Remedios. Gracias a Dios, estamos vivos y con salud, aunque los dos niños estén durmiendo en la misma cuna, y nadie haya venido ni a darnos el saludo ».

 Pueblo chiquito...

Cuando te acostumbras a la cocina eléctrica y el ventilador para dormir; a las chucherí­as accesibles para la merienda de los niños, a las calles más o menos limpias, al suministro de agua potable en un tiempo prudencial, y lo pierdes todo de golpe, los llamados de paciencia sirven de poco. Después de siete, 10, 15 dí­as sin corriente, con la comida justa y el dinero escaso, con el agua imprescindible para las cosas más imperiosas, sin techo para dormir, incluso cuando sabes que hay alguien más «damnificado » que tú, te desesperas.

Los mercados agropecuarios estatales de Zulueta y Buenavista han sido abastecidos con plátano, calabaza, fruta bomba, arroz y otros productos. (Foto de la autora).

En Buenavista, como en Zulueta, Chiquitico Fabregat, General Carrillo, Heriberto Duquesne y otros tantos consejos populares de Remedios, «Irma » reventó cables eléctricos y telefónicos, arrancó árboles desde las raí­ces, destruyó viviendas...Pero con la diferencia de que en estos lugares, la irresponsabilidad hizo casi tantos estragos como el propio huracán.

«Antes, desde que el ciclón vení­a lejí­simo, escuchabas los carros con altoparlantes informando, se poní­an a cortar matas, a preguntar por todos los barrios quién querí­a evacuarse, a asegurar lo poco y lo mucho. Pero esta vez no fue así­ », comentan los moradores.

Postes de electricidad y comunicaciones cayeron solo porque los ciudadanos o las autoridades competentes no podaron los árboles a su alrededor. Techos de cubiertas ligeras de casas y entidades estatales volaron porque nadie los aseguró.

Se confiaron varios delegados de circunscripciones, que no atendieron a tiempo las necesidades de personas vulnerables, con niños pequeños o ancianos enfermos; y se confiaron esas personas, que no reclamaron por sí­ mismas el derecho a su protección, o esperaron hasta el último momento para buscar asilo en casas vecinas. Y ahora, en medio del desasosiego del que lo pierde todo, o casi todo, llueven los reclamos.

La terminal de ómnibus de Zulueta, sin asegurar antes del huracán, tuvo severos daños en la cubierta. (Foto de la autora).

Está, por ejemplo, el de los pobladores de General Carrillo, que aún hoy piden servicio eléctrico al menos para una parte del poblado; o el de los habitantes de Buenavista y Zulueta, que todaví­a conviven con montones de basura frente a las casas, y unos mosquitos negrí­simos y enormes por todas partes (porque allí­, limpias, limpias, solo están las respectivas calles centrales).

«La recuperación no avanza igual en todos los lugares afectados »; « ¿qué cocino y con qué? »; «hay más colas de personas que salchichas en oferta »; ¿dónde están vendiendo las velas y las caldosas de las que hablaron por la radio? »

Están también, por supuesto, los que trabajan sin reclamar. Como las enfermeras del consejo popular Heriberto Duquesne, que en medio del huracán hicieron sus turnos de 24 horas a oscuras; y el personal de guardia del policlí­nico Felino Rodrí­guez, de Buenavista, que tuvo que trabajar en esas condiciones desde la noche del viernes 15 de septiembre hasta la tarde del dí­a siguiente, porque «la empresa eléctrica no atendió a tiempo el pedido de combustible para el grupo electrógeno ». O la familia que comparte un cocimiento de tilo con la mujer que aún llora su techo destrozado y el colchón húmedo, o el que le ofrece, desinteresado, un plato de comida al que ya agotó todas las reservas.

«Todo llegará », dicen algunos. «Otro dí­a para buscar pomos de agua congelada en Placetas », piensan otros. «Nadie quedará desamparado », recalcan los medios de comunicación. « ¿Cuándo van a vender materiales de construcción? », preguntan casi todos. Paciencia, paciencia, paciencia…

Nos recuperaremos, podrí­amos confiar en eso. Solo que en algunos lugares, como estos pueblitos de Remedios, esa recuperación avanza demasiado lenta, para las necesidades de los pobladores.    

*Por costumbre, una buena parte de la población se refiere a «ciclones », aun cuando el evento hidrometeorológico en cuestión sea un huracán de categorí­a 5, como «Irma ».

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