« ¡Cuidado con Ernesto Alejo! ». Ese fue el consejo que yo, como periodista recién graduada a los pies de una primera cobertura importante, no debía subestimar. Era la inauguración del festival Para Bailar en Casa del Trompo de 2018, terminaba el pasacalle y Ernesto había halado la pita como cada año.

Así, en medio del furor, y con mis cañones apuntando a la defensiva lo conocí. « ¡Qué linda tú eres!, ¡qué andrógina! », me desarmó, y yo, acabada de rapar y semejando un puercoespín , lo tomé como loco.
Claro, ¡hay que ser un loco para entrarle a la vida como él lo hace! Hay que creerse rey, héroe y salvavidas. En todos estos aspectos él tiene razón. Lo es.
Ernesto no es el hombre más humilde que conozco, pero puede que sí el más sincero. No tiene miedo a decir y menos a hacer, a soñar en grande, a romper los cánones establecidos, a decir ESTRENO MUNDIAL en un contexto que prefiere los eufemismos.
Cada diciembre convierte a la ciudad más santa y clara de Cuba en la capital de la danza. Su empeño no lo frena ni una pandemia. Su pacto con el público «trompero » no tiene fecha de caducidad, y 16 años después se mantiene con la misma frescura y novedad.
Nació y creció en el más humilde de los hogares, y su madre, una gran mujer a la que tanto le debe, le inculcó el amor por la lectura, por el arte, los deseos de crecer y los trucos para sobreponerse a los obstáculos que la vida te impone, a encontrar soluciones donde otros ven problemas.
«Yo llegué a esta ciudad un buen día siendo agroquímico en Suelos y Fertilizantes, y conocí a un hombre increíble que hoy es presidente de este país y que creyó en mi obra y me ayudó a hacer realidad mi sueño ».
Veinticinco años después, le seguimos agradecidos por intentarlo, por derrumbar molinos y regalarnos Danza del Alma, el Trompo y su risa. Ernesto no es el hombre más humilde que conozco, pero puede que sí el más testarudo y trabajador.
Decidió llevar la danza al pueblo, convertir las calles en el más lujoso de los teatros, rescatar un viejo manicomio y llenarlo de música y baile.

«Honrar, honra », decía el Apóstol, y como siempre nos regaló una clase de sabiduría y humildad.
Hoy, en la Sala de los Escudos del Gobierno Provincial se dio una muestra de ello. Dos premios, la condición de Personalidad Distinguida para Alejo y el Escudo de Armas para su hija «Danza del Alma », me saben a poco para un hombre que vive y siente el arte; pero constituyen, sin lugar a dudas, el sencillo homenaje de los villaclareños para él.
«La obra de Ernesto Alejo en estos 25 años es ya un patrimonio intangible (...) Y junto a esa obra artística que se defiende por sí misma, está la obra de su vida diaria como hombre, su postura ardiente y decente, y a veces altisonante para combatir todo lo que se salga de este espacio de pulcritud que hemos decidido proteger contra viento y marea », dice Roxana Pineda a nombre de los miembros de la Uneac.

Y para ser un hombre acostumbrado a los grandes teatros, a las luces, a las tablas, a ser el centro, conocedor de sus méritos, toma el micrófono y no hace más que hablar de su madre que con solo segundo grado le enseñó el valor de los libros y de su humilde casa en Encrucijada.
Quizás ya yo esté loca como él, pero para mí, esa también fue una clase de humildad.
Palabras para Ernesto
Palabras de Roxana Pineda, presidenta de la Uneac en Villa Clara, por los 25 años de la compañía Danza del Alma.
En momentos donde está en juego el prestigio de la institucionalidad cultural cubana; esta institucionalidad que nace con el triunfo de la Revolución digo Revolución con todas sus palabras y sin miedo: Revolución, serían inadmisibles el acomodo, la falta de un sentido profundo de lo que somos y hacemos, la banalidad o el coqueteo de cualquier índole con todo lo que no sea calar hondo, desde una visión crítica, la complejidad de nuestro tiempo. Sin salirnos del territorio de la ética, un verdadero artista se expresa en su obra, y es ahí, sin complacencia y con responsabilidad de lo que significa su voz en tanto símbolo de un imaginario colectivo, donde puede tramitar un diálogo real, sin concesiones, pero coherente y diáfano.
Este ha sido un año odioso y lo sigue siendo. Para quienes pensamos que Cuba ofrece, aun en medio de miles de dificultades que enturbian nuestra capacidad de soñar, un espacio de afirmación humana, y que es aquí donde queremos construir los sueños que se aplazan, la vida nos coloca delante de una encrucijada: resistimos los embates de tantas oscuridades y tozudos y valientes permanecemos fieles al sentido de independencia y de participación crítica, o saltamos a otro territorio donde quizás la vida pueda transcurrir sin tantos sobresaltos, aunque eso signifique perder también el ancla al alma. Es una decisión personal que entraña una declaración de principios. Como Aquiles frente a su destino. O muere joven y en la gloria, o goza de una vida larga y anodina. Y estoy hablando ahora con poesía, que es la única forma que tiene el arte para decir y pelear.

No me importan las batallas, no me importan las dificultades, no me importa cada momento de ira porque los que tienen que hacer bien las cosas prefieran no buscarse problemas. No me importa enfrentar la estupidez cotidiana, como diría uno de los bailarines íconos de Danza del Alma; no le importa sufrir el estrés porque son pocos los que se alistan al trabajo de rigor, al pensar, al sufrir por un gesto, por la falta de ritmo o la nulidad intelectual. No le importa, digo, porque estoy hablando de Ernesto Alejo, mi compañero de viaje, mi socio de tantos desvelos por la suerte de este país donde hemos decidido permanecer y batallar porque sí. Como Lilita Padrón o Noel Sáez, que nunca han reclamado favores personales y han dedicado sus vidas a construir un país más digno, más poético, donde la vida sea un pasaje por el que vale la pena vivir. Y nadie les paga por eso. Y muchas veces, aquí mismo, han recibido como respuesta el silencio y hasta el desprecio. Pero nada los ha hecho desistir, porque es imposible asesinar la poesía. Y Ernesto Alejo, como Lilita y Joel, son sembradores de poesía.
Estas son mis palabras para Ernesto Alejo. Que me perdonen sus bailarines si es a él a quien dedico este grito de solidaridad poética. Es que él, como Joel o Lilita, son obreros incansables de este país de la poesía, que es Cuba. Y son ellos, con sus ataques de pasión y sus obras de vida, quienes hacen posible sentir el orgullo de acompañarlos, quienes hacen posible romper la soledad cuando todo parece derrumbarse. Pero no se va a derrumbar porque no vamos a permitirlo. Seríamos muy tontos si renunciáramos al derecho de vivir en poesía.
La obra de Ernesto Alejo en estos 25 años es ya un patrimonio intangible, como la de Joel, a quien le dedica este estreno de Cuadrillas... Y junto a esa obra artística que se defiende por sí misma, está la obra de su vida diaria como hombre, su postura ardiente y decente, y a veces altisonante para combatir todo lo que se salga de este espacio de pulcritud que hemos decidido proteger contra viento y marea.
Gracias, Ernesto Alejo, por ser quien eres. Gracias por estar ahí. Gracias por ser parte de este tejido que hoy seguimos diseñando para que los jóvenes no se queden sin referencias poéticas.
Que se vaya este 2020. Que se vaya lejos. Que la tristeza de tantas pérdidas ilumine este camino que seguirá poblado de rosas y de malas hierbas. Por suerte para nosotros, mi hermano, porque sería muy aburrido vivir una vida larga y anodina sin molinos de viento que derribar.