Mario Balmaseda debería escribirse en mayúscula. Cada letra. Ese nombre atesora tantas vidas que al escucharlo o leerlo no puede pensarse en un solo hombre. Uno tras otro se agolpan en la memoria sus tantos personajes. Ninguno igual al anterior. Todos incapaces de pasar desapercibidos ante los espectadores. En él está grabada buena parte de la historia del teatro, la televisión y el cine cubanos.
A Mario Balmaseda podemos verlo en cualquier esquina de La Habana, en los libros de Historia, en los clásicos de la literatura dramática. Es más que un nombre, es leyenda para quienes disfrutaron de sus numerosos rostros, y escuela para los que dedican sus días a la interpretación.
Actorazo, ser humano de estatura inmensa, primer cubano en ser acreedor de los premios nacionales de Teatro, Televisión y Cine, falleció este sábado con la certeza de saberse admirado y aplaudido por su público durante los más de 50 años que dedicó al mundo del arte.
Después de haber pasado la academia militar y estudiar construcción en la escuela de Artes y Oficios de La Habana, este creador de talla grande llegó a las tablas con el circo Santos y Artigas, en el Teatro Martí, donde su madre trabajaba como declamadora. A partir de ese momento su vínculo con la actuación sería inquebrantable.
Formó parte de las brigadas de Teatro ObreroË—Campesino, estudió Dramaturgia en los talleres del Teatro Nacional de Cuba y en la República Democrática Alemana, con el Berliner Ensemble, grupo fundado por Bertolt Brecht, y que sin dudas marcaría la trayectoria profesional de Balmaseda.
En el teatro, donde no solo fue actor, sino que también dirigió y escribió varias obras, sus personajes más recordados fueron Andoba y Lenin, con lo cual quedó demostrada su versatilidad.
Lejos de encasillamientos y superficialidades, fue un creador que supo asumir cada rol con autenticidad, de ahí que su nombre en el elenco, fue siempre para el público garantía de calidad.
En el universo televisivo dejó como legado sus interpretaciones en Juan Quin Quin, Un bolero para Eduardo, La gran rebelión y En silencio ha tenido que ser. El agente de la seguridad del estado, Reinier, su personaje en esta última teleserie, quedó impregnado en el imaginario popular cubano.
También el séptimo arte de la Mayor de las Antillas se prestigió en innumerables ocasiones con la presencia de esta figura cuya grandeza profesional hizo brillar a la gran pantalla de nuestro país.
El hombre de Maisinicú, De cierta manera, El brigadista, Se permuta, En tres y dos, La inútil muerte de mi socio Manolo, La primera carga al machete, Entre ciclones, La obra del siglo, y otras tantas más de 30 han quedado como testimonio de su talento indiscutible para transitar de una vida a otra con maestría y entregarse a su profesión como muestra de respeto a los espectadores.
No obstante, podríamos decir que Baraguá fue el filme que lo colocó, definitivamente, en el cenit de nuestro cine. Su caracterización de Antonio Maceo caló en el pueblo que ya lo admiraba, y que a partir de ese momento lo guardaría siempre en la memoria como el Titán de Bronce.
En su honor, deben abrirse los telones, encenderse las pequeñas pantallas, repletarse las butacas de los cines para que la buena creación artística como la que signó su carrera continúe anidando en esta Isla, en la tierra de Mario Balmaseda, protagonista de una obra imperecedera, útil, como debiera ser siempre el arte. (Laura Mercedes Giráldez)