Cada 2 de febrero, las calles de mi pueblo se visten de rojo y azul, los gallos y los gavilanes pasan a ser mis animales favoritos, y la música principal es la artillería de los fuegos artificiales mezclada con conga. Muchas personas hacen posible, año tras año, la celebración exitosa de esta tradición en el poblado de Vueltas, perteneciente al municipio de Camajuaní, así como en el resto de la región centro norte de Cuba.
Carlos Alberto Espinosa González, el Químico, como todos lo conocen, es uno de esos seres que hacen que la festividad ostente la categoría de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Mi primer contacto con él fue cuando comencé décimo grado en el centro mixto Andrés Cuevas, donde imparte clases de Cultura Política. No tuve la suerte de ser alumno suyo, pero sí la de oír sus anécdotas. En su trayectoria no solo sobresalen las tizas, sino también una destacada labor como ecologista, que lleva paralela a su entrega al barrio Occidente Jutíos, del que es abanderado, lo que lo convierte en una de las caras de la Parranda voltense.
Hoy, ya no tan jovenzuelo, me cuenta, en una de las aulas de su escuela, que como profesor de Química perteneció al Destacamento Pedagógico Internacionalista Che Guevara, que partió para Luanda, Angola, en 1984. Por aquellos días el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz le dio la tarea de redactar el diario del Contingente. Tras ser galardonado su grupo como Vanguardia, el Químico fue entrevistado por el entonces novel periodista Leonardo Padura, el cual lo describió como «escuálido y vivaz». «Esa descripción no fue del todo de mi agrado, yo era un muchacho, pero causó algunas risas». Así se refirió el profesor a la anécdota.
«Desde siempre he tenido ideas respecto a la conservación del medio ambiente», me contó. El hecho de cursar el Instituto Preuniversitario Militar (IPUM) Lizardo Provenza Sánchez, en Manicargua, lo «pulió» como químico —de ahí el apodo— y lo formó como Político-Juvenil. «En ese entonces me empapé mucho sobre los movimientos de ecología, de las plantas, de exploradores. Este último fue el que más llamó mi atención.

«Cuando comencé a trabajar en el Instituto Politécnico Agropecuario Batalla de Las Villas, fundé el Grupo Caburní, que toma el nombre del primer salto de agua que estudiamos en el macizo montañoso Guamuhaya. El grupo se dedicó a investigar la calidad de las aguas y los suelos. Era muy atractivo para los muchachos y algo novedoso, aparte de darle salida a la asignatura».
—Pero ¿cómo se convirtió en parrandero?
—Provengo de una familia parrandera: los Espinosa y los González de la línea mía aquí en Vueltas siempre fueron Jutíos. Con 13 años de edad comencé a trabajar en los talleres de carrozas como tarea de la ESBU Rubén Martínez Villena, que ubicaba en los barrios a los estudiantes que no podían ir a las escuelas al campo. Por primera vez tuve contacto con el yeso y el engrudo, y más adelante asumí otras labores, ya que nos destinaron a hacer trabajos mayores de decoración.
—En sus inicios en el barrio, ¿hubo personas o hechos que marcaron su trayectoria?
—Tuve la oportunidad de trabajar con María, la Gata, una mujer que por su carácter se había ganado este apodo, pero aprendí de su perfección y disciplina. El primer mes fueron muchos los cocotazos que recibí.
«El primer contacto con la bandera identificativa fue a los 25 años, una asignación del barrio. Yo le tenía terror a la bandera aquella, porque te vuelves la cara del barrio, pero había que sacrificarse, y hasta los días de hoy, soy quien lleva la insignia.
«También estuve a la sombra, desde mis inicios hasta que se retiró, del maestro Cumba Colón, líder del barrio y una personalidad del poblado, con el cual compartí vivencias que estarán conmigo siempre. El maestro me confiaba proyectos y tenía concesiones que fomentaron mi espíritu de arraigo hacia los Jutíos.
«No solo trabajaba en los talleres, fui varios personajes de carrozas, solo una vez el principal, cuando, por mi alta estatura y a petición de Cumba Colón, me tocó interpretar un brujo en una carroza Viaje a la URSS, de temática soviética, donde mi sombrero era una pieza central de la estructura de alta complejidad.
«Con el fin de ayudar al barrio, muchacho al fin, me infiltré en los Ñañacos, lo que me costó disgustos en la casa, que luego supieron que seguía siendo Jutío. En aquella época el fanatismo se vivía más fuerte que ahora. Al mismo tiempo, se robaron un muñecón insignia de los Ñañacos, un gallo gigante, el cual amaneció en mi casa y quedé como culpable, sin tener nada que ver en el asunto. Este tipo de jaranas son típicas entre los contrincantes. Fui descubierto como infiltrado y luego, cuando salí en el carroza, recibí un tomatazo de parte de algún Ñañaco», recordó entre risas.
—¿Con la reestructuración del barrio y el retiro de Cumba Colón, siguió trabajando con los Jutíos?
—Esta etapa coincidió con el Período Especial y también mi entrada en el pre militar, así que solo asumí la preparación de los changüíes y la bandera. Por unas publicaciones para un concurso que presenté a través del IPUM, recibí un premio de Literatura. Entonces, la nueva directiva comenzó a contar conmigo para la revisión de la redacción de las leyendas. Hasta llegué a asistir a las grabaciones de los audios en la emisora CMHW, lo que para mí era un mérito.
—¿Nunca ha formado parte de la directiva de los Jutíos?
—No, yo no me siento con capacidad de dirigir el barrio. Para ser el administrador tienes que ser un amplio conocedor, así como tener muchas relaciones. Yo, si me tengo que trepar en un poste, me trepo o simplemente pego papeles, pero no me veo en condiciones de asumir la directiva.
—¿Cuál es su trabajo actual en el barrio?
—Además de portar la bandera en los changüíes, ayudo en su preparación y en la seguridad de los instrumentos, los estandartes y las banderas. Aunque sin ser de la directiva tengo la libertad de opinar, por toda mi experiencia y dedicación.
—¿Cuál ha sido para usted el mejor proyecto de los Jutíos?
— El ciervo blanco, del año 1989, para el cual pedí una liberación en las Fuerzas Armadas Revolucionaias, con el propósito de ayudar en su fabricación. Sin embargo, el mismo día del desfile me habían concedido un viaje a la Unión Soviética y no pude verlo en marcha. Además, el proyecto fue el retiro definitivo del maestro Cumba Colón. Significó mucho para mí, pero tengo el regocijo de que cuando regresé, hasta los propios Ñañacos hablaban de la majestuosidad de la carroza.
—¿En qué cree que se diferencia la Parranda de Vueltas de otras?
—La Parranda en Vueltas es perfeccionista y le ha dado a las personas una alta cultura. Las personas saben de civilizaciones, diferenciar las características que las rigen. Es diferente por el hecho de la gente, la idiosincrasia del voltense, es tan única y maravillosa.
—¿Cuán distinta cree que es la parranda hoy?
—La parranda, no solo en Vueltas, ha perdido cosas esenciales, como el secretismo. Hoy el pueblo conoce con antelación cuáles son los temas, se ha perdido el factor sorpresa. Los voltenses ya no son los verdaderos protagonistas en el trabajo parrandero. Hoy mismo, casi todos los trabajadores que están fabricando las carrozas son contratados de otros pueblos que también tienen la tradición. Ya que es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, hay que respetar lo básico de la parranda.
«También hay que destacar, como aspecto positivo, la gran organización que hoy tienen los barrios, los equipos de trabajo permiten que no solo una persona cargue con casi toda la responsabilidad, como era antiguamente».
—¿Cómo un ecologista puede defender la parranda?
—Puede que luego de la parranda el pueblo se sumerja en suciedad y basura, pero yo siempre he abogado por crear conciencia en las personas, aunque es muy difícil y nunca los resultados han sido los mejores. Pero ambas cosas van intrínsecas en mí, y nunca las desligaré.
—¿Cómo define lo qué ha sido para su vida el Barrio Jutíos?
—A mí el barrio me dio cultura, disciplina e identidad. Siempre me han preguntado «¿Si tu familia se mudó para La Habana, por qué tú no?». Por eso digo que, si hay en Vueltas un parrandero nato, soy yo. Podré ser el Químico, el profesor de Cultura Política, pero a la hora de la parranda, soy parrandero. No sabré bailar en una rueda de casino, pero soy capaz de bailar en una conga.