En una entrevista que por alguna razón no fue publicada, el voleibolista Marlon Yant Herrera me confesaba cómo su mamá, la tres veces olímpica en baloncesto Grisel Herrera Méndez, le había servido de inspiración y motivación para convertirse en deportista.
De asistir a los venideros Juegos Centroamericanos y del Caribe de Barranquilla, Marlon novato del año en Villa Clara en 2017 pudiera convertirse en campeón, como su mamá en Maracaibo 1998.
Hace poco más de un mes la guantanamera Idalmis Bonne Rousseaux, residente en Santa Clara, me hablaba con orgullo de su familia. Ella intervino en las citas estivales de 1992, 1996 y 2000 como parte del relevo 4x400, y su primogénita Daisuramis Bonne, quien vive en la principal urbe villaclareña desde que tenía 13 años, ya tuvo dos experiencias de este tipo en Londres 2012 y Río de Janeiro 2016.
En Veracruz 2014, esta última disfrutó de un título Centroamericano y del Caribe como su mamá en 1993 y 1998. Pero la cosa no queda ahí. Me contó Idalmis que otra hija suya fruto de su relación con el destacado vallista villaclareño Yoel Hernández Reyes viene empinándose como futura campeona: Zulia Hernández Bonne, que en el Mundial de cadetes del pasado año conquistó medalla de bronce en triple salto, con un registro de 13 metros y 29 centímetros.
Se recuerda el caso de la estelar lanzadora de softbol Estela Milanés Salazar, asistente a los Juegos de Sydney 2000, madre de Yoenis Céspedes Milanés, un pelotero que en la actualidad se desempeña en las Grandes Ligas.
Resulta interesante la cantidad de jugadoras hijas de deportistas que han pasado por la selección nacional de voleibol.
Rosir Calderón Díaz, medallista de bronce en Atenas 2004, es el retoño del enlace amoroso de Erenia Díaz Sánchez, integrante del equipo que bajo la tutela del difunto Eugenio George se impuso en el campeonato mundial de 1978, y Luis Felipe Calderón también fallecido, entrenador del equipo Cuba de voli.
Igual sucede con otras dos ganadoras de las preseas de bronce en el deporte de la malla alta en la capital griega. Me refiero a Nancy Carrillo de la Paz y Yaima Ortiz Charro. Ambas son hijas de dos de las integrantes del primer elenco olímpico femenino cubano de baloncesto que acudió a Moscú, en 1980: Sonia de la Paz Galán y Matilde Charro Mendoza, hijas del boxeador Nancio Carrillo y el baloncestista Lázaro Ortiz Herrera, respectivamente.
Finalmente, una pareja de madre e hijo que, aunque no son cubanos, hicieron historia en los Juegos de Río de Janeiro, el 7 de agosto de 2016, al competir por primera vez en una misma Olimpiada: la georgiana Nino Salukvadze, de 47 años, y su hijo Tsotne Machavarianni.
La Salukvadze acudía a su octava Olimpiada desde Seúl 1988, y experimentó gran alegría, porque mientras ella lidiaba en pistola de aire 10 metros prueba en la que concluyó en el puesto 47, su retoño se batía en pistola de 25 metros y culminó en el lugar 19.
«Estoy muy feliz de representar a Georgia, pero un millón de veces más feliz como madre porque mi hijo ha conseguido estar aquí. Está empezando ahora y estoy más nerviosa por él. En la Villa Olímpica soy su madre, pero cuando estamos en el lugar de tiro soy su mentora », contaba orgullosa la deportista a la prensa internacional sobre Tsotne, de tan solo 18 años, uno menos que ella cuando se proclamó campeona olímpica en Seúl.