
Que los periodistas somos aguerridos. Que portamos en nuestra palabra la voz del pueblo. Que nos sumergimos en lo profundo, hurgando las causas del meollo para soñar una Cuba mejor... Esos son elogios que recibimos a diario. Sin embargo, quisiera que, por curiosidad, alguien diera vuelta a la moneda y la otra cara, el lado oculto, saliera a relucir.
«Somos de la misma semilla », comentario publicado el sábado 31 de marzo, dedicado al maltrato en las instituciones estatales, suscitó una polémica. Los trabajadores del Coppelia de Santa Clara, en voz de su administradora y por vía telefónica, hicieron llegar la inconformidad con que el nombre del centro fuera incluido en ese contexto. Paradójicamente, las opiniones de otros lectores alabaron con creces lo escrito.

El comentario iniciaba con la experiencia de un señor que, justo a la entrada de Coppelia, había sido víctima de un mal servicio. La escritura de la historia, con matices de crónica, fue tildada por sus detractores como «novela » sensacionalista.
Desconocían, quizá, que el género comentario admite ciertas libertades estilísticas, que no rompen con la verosimilitud de lo contado. Si era una tira o no la que obstaculizaba el paso de los clientes, si estaba o no el piso mojado o la acera sucia por la llovizna, si era día de lluvia o de sol… no constituían elementos relevantes en el texto. Lo trascendente de la historia, lo que nos incumbe, es que algo anda mal en la prestación de los servicios en Villa Clara, y esa verdad repica como un secreto a viva voz.
Pero sucede que un considerable número de directivos asumen la crítica como rasguño verbal a sus respectivas instituciones y forman una «cacería de brujas » contra el sujeto que protagonizó la «lesión ». Intentan localizar al «culpable », llaman una y otra vez al teléfono de la redacción, interrumpiendo la rutina e, incluso, localizan el número privado del periodista.
Es válido esclarecer que estamos a favor del derecho a réplica. Pero las vías han de ser las idóneas: una cita con la dirección del centro, o una carta vía correo ordinario o electrónico, pudieran coadyuvar a la conciliación entre las partes implicadas.
Sin embargo, no ayudan ni ofensas por teléfono ni cuestionamientos a la institución, ni otros tantos asuntos que encabezan una larga lista de hechos que a diario debemos enfrentar. Y en suma, poner en duda la misión y visión del medio transgrede los límites permisibles.
A diario, abordamos un sinfín de problemáticas: unas tantas ligeras; otras, polémicas; algunas más calientes, como diríamos en buen cubano. No obstante, ninguna de ellas responde a una cuestión personal del que las desarrolla, sino que forman parte de la responsabilidad que asumimos como profesionales de la noticia.
Nuestro medio de prensa tiene claro su papel como portavoz oficial, y no cita deliberadamente hechos aislados, a priori. Aun cuando utilicemos recursos estilísticos específicos para hacer un poco más atractivos los textos, lo escrito aquí resulta de un estudio premeditado que tiene su respaldo en las fuentes de información.
Pero lejos de aceptar las críticas y autorreflexionar sobre las fallas, muchos de los implicados se limitan a cuestionar nuestra profesionalidad y experiencia. O intentan encubrir esas ciertas y determinadas deficiencias obstaculizando las pesquisas que puedan argumentar mejor la realidad cuestionada, y para ello usan el pretexto de «no hacerle juego al enemigo ».
Que los periodistas somos aguerridos. Que portamos en nuestra palabra la voz del pueblo. Que nos sumergimos en lo profundo… Sí, platónicos elogios, pero hay más: criticar oportunamente, sin dobles intenciones; llamar por su nombre las cosas, evitar la autocensura, desterrar los temas tabúes en la comunicación; ello también lo cargamos a la espalda.
Existen orientaciones por parte del Buró Político del Partido Comunista de Cuba que estipulan las bases de la política informativa cubana y respaldan nuestro trabajo. Sin embargo, es necesaria una ordenanza mayor que nos obligue a todos a aceptar y pensar que esta prensa, la nuestra, no existe para hacer daño; pero que eso no significa llenar las páginas de alabanzas inmerecidas y retóricas vacuas. Y por ninguna razón, la cultura de la crítica y el debate que se promuevan en nuestro medio de prensa han de asumirse como síntoma de un periodismo festinado e irresponsable.
Por eso lo digo, lo repito: somos de la misma semilla. No para cubrirnos las fallas y justificar, cual sinrazón, lo mal hecho. Somos de la misma semilla porque cada uno de nosotros forma parte de este proceso infinito de germinar juntos, codo a codo, para construir troncos, ramas y frutos de este árbol inmenso y hermoso que es la Patria.