Los agradecidos que acompañan

«Se necesita ahora más que nunca, templos de amor y humanidad que desaten todo lo que hay en el hombre de generoso y sujeten todo lo que hay en él de crudo y vil».

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Liena María Nieves
Liena Marí­a Nieves
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02 Abril 2020

Tania se le fugó a la muerte con la voluntad y el susto de un pájaro herido. No se supone que la madre de un bebé de dos meses tenga cáncer. Que casi se muera. Que no pueda amamantarlo porque la enfermedad le borró medio torso y le dejara la voz en un hilo, ¡a ella, la de la risa que desintegra el silencio como un mazazo contra un muro de porcelana! Pero Tania pudo, y le estafó once años al punto final de su vida. ¡Demasiada mujer para quedarse a medio camino!

Sin embargo, el suyo no fue un combate de un solo soldado. Su doctor le prometió que un dí­a irí­an juntos al Cobre a agradecerle a la Caridad y que, juntos también, «bajarí­an » un trago largo de ron, de esos que te arrullan y aletargan, y te sacan las sonrisas más tontas y los juramentos más sinceros. «Yo no tengo manera de devolverles el favor, pero cada vez que bese a mi hijo me acordaré de ustedes y les mandaré el ashé de Orula y la gracia de Cachita ».

Aplausos por los médicos que luchan contra el COVID-19Y Tania no olvida. Ahora, menos. Antes de las nueve de la noche, ella y su familia salen a la acera. Las palmas le chocan y rompen la mudez de la calle desnuda. Aviva a los vecinos, espanta el espanto, y la voz que fue una hebra de sonidos es hoy una cuerda tirante y gruesa, un instrumento para el agradecimiento y la esperanza: « ¡Bravo mi gente! »; «más alto, más alto, para que nos oigan »; « ¡GRACIAS, CUBA! ».

La escucho noche tras noche, mientras aplaudimos   desde lo alto de nuestro tercer piso, y le explico a mi niño que con ese gesto el mundo enví­a un mensaje sin palabras a cada trabajador de los servicios de Salud. «Y a mi Nato ». Y yo que « ¡claro, a tu abuela también! ». Y a Charo mi brillante amiga del pre, doctora en New York,  que con letras rápidas y nubladas me respondió la única pregunta que se me ocurrió hacerle: «Por ahora estoy bien. En una semana, no sé ».

Y a Yadira, en España, que llora en el baño del hospital donde trabaja. Y a Alexander, el enfermero de manos pálidas y ojos hermosos, negado a aceptar la resignación de los ecuatorianos pobres que ven en la muerte un designio doblemente inevitable para los de su clase. Y a los doctores que en unos dí­as traerán al mundo a la hija amada de una amiga amada. A los que tocan puertas, a los que sostienen manos, a los golosos que perdieron el apetito y a los que fuman por el estrés.

«Se necesita ahora más que nunca, templos de amor y humanidad que desaten todo lo que hay en el hombre de generoso y sujeten todo lo que hay en él de crudo y vil ». ¡Ay, Martí­! Por ellos, y hasta que el mundo rí­a de nuevo, aplaudiremos.

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