Peripecias en la botella

La suerte en esto de hacer señas a los vehículos la heredé de una incondicional amiga, con la cual podría escribir un libro con todas las peripecias reales y maravillosas vividas durante la experiencia universitaria.

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Ilustración de Alfredo Martirena sobre coger botella para la transportación.
(Ilustración: Alfredo Martirena)
Nileyam Pérez Franco
Nileyam Pérez Franco
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28 Octubre 2023

Luego de cinco años de entrega, no solo conseguí el título de licenciada en Periodismo, también salí de la casa de altos estudios villaclareña con una especialidad en la habilidad de coger botella. La suerte en esto de hacer señas a los vehículos la heredé de una incondicional amiga, con la cual podría escribir un libro con todas las peripecias reales y maravillosas vividas durante la experiencia universitaria.

Sin embargo, los traumas con el trasporte continuaron y creo que llegará el momento en que sea capaz de realizar un doctorado en dicho asunto, mientras cada mañana apuesto por cumplir con la jornada laboral. El primer reto del día consiste en salir de mi pequeño Macondo y burlar sus ficticias vueltas. En la famosa línea de Camajuaní, comienza la segunda parte de una historia con todos los elementos de una clásica tragedia. Apenas llego a la ciudad santa y clara, mi mente se abstrae de la realidad en busca de una buena botella de regreso, que han escaseado durante estos últimos meses de limitaciones y eventualidades.

Miro el reloj y calculo los minutos que me quedan en la reunión para precisar si logro llegar a casa, esta vez, antes del oscurecer. Con la odisea de los tiempos, olvido hasta las despedidas de los compañeros de trabajo y el café para la catarsis de amigos quedó cancelado. Bajo las escaleras con rapidez y ni recuerdo la debilidad muscular crónica en las piernas. El sol me castiga en la extensa cola para los carretones de caballo. Camino de una esquina a otra con la ansiedad de que asome un esbelto corcel y desaparezca el sudor que corre por todo mi cuerpo, a causa del intenso verano, que, obstinado, no termina de abandonarnos. Distingo a lo lejos el mío y de inmediato lo convierto en un asunto personal; ya llega mi turno para abordar el histórico medio de transporte utilizado en Cuba desde los tiempos de la colonización española.

Con la desesperación de alcanzar la circunvalación de la Carretera a Camajuaní, saco los habituales 20 pesos en aras de agilizar la trayectoria. «Son 40 pesos, si quiere irse», comenta el cochero. El resto de los pasajeros completan la cifra, y yo, que solo pienso en la dichosa botella; agrego otros dos billetes a los que se habían quedado en mi mano perpleja.

El trote del animal martilla mi conciencia e intento encontrar una justificación al absurdo incremento del pasaje. Vivimos el día a día y los precios no bajan de la cima del cachumbambé en tiempos de crisis para el mundo; pero la acción abusiva del cochero no resulta admisible. La conciencia pública sufre transformaciones, y lamentamos la pérdida de valores de una sociedad hostigada por cuestiones económicas y medida a través de las plataformas virtuales.

En el pasado subsisten las respuestas colectivas y comunitarias. A la orden del día están el individualismo, el miedo, la xenofobia, los muros, las vicisitudes, el egoísmo; que en el buen cubano lo podemos resumir con la popular frase «sálvese quien pueda». Semejantes palabras pueden convertirse en un principio de supervivencia. Tristemente, muchos las asumen como lema cotidiano, mientras idealizan culpables y responsables por el complejo panorama, en lugar de contribuir a las necesitadas soluciones grupales.

La ley del más fuerte reina en la mencionada rotonda. Me coloco detrás de numerosos médicos y enfermeras, que, después de una guardia, realizan señas débiles. Agito mi mano con desesperación y espero a que algún conductor lo note y se compadezca. Invoco a los vehículos estatales que apoyan la transportación de forma gratuita en la ciudad de Santa Clara. Rezo a Dios, a la Virgen y a cuanta deidad pueda ayudarme en mi trayectoria.

El sol arde con violencia. Los rayos traspasan la sombrilla y no encuentro posición cómoda para una columna reconstruida y con jorobas. Después de 2 horas y 23 minutos, detiene la marcha un carro de la Empresa de Telecomunicaciones de Cuba (Etecsa). Me monto aturdida, aún con la idea ingenua de que fuese una alucinación; pero no, es real. Suspiro, mientras ajusto el cinturón de seguridad y consuelo mi alma, porque no todo está perdido.

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DANIEL EL DE MANUELITA

Viernes, 15 Diciembre 2023 15:03

He leido este comentario suya periodista y una vez mas pienso en que el problema del transporte en nuestro pais y especificamente en nuestra provincia, a pesar de las limitaciones con el combustible, los neumaticos, baterias y partes, piezas y agregados, pudiera estar mejor. Lamentablemente no es asi y ademas de las carfencias qyue todos conocemos existe una que es fundamental y que no tiene nada que ver con la perdida de valores, de principios revolucionarios, de compañerismo, de humanismo y de no se cuantas cosas mas todas subjetivas. Si salir de Santa Clara para su zona de residencias es un problemas, imaginese usted como salir desde las cabeceras municipales hacia las zonas rurales. Es mas desconsolador aun, es una odisea. Los que tienen que organizar la situacion del transporte, no cogen botellas, andan en carros del estado, esos son los que no recogen pasaje, no organizan a los transportistas privados, no controlan los precios, son los que permiten que se cobre hasta 1200 pesos desde el reparto Jose Marti hasta el Hospital Infantil. En fin es una cadena de eslabones que no tienen conciencia y al paso que vamos cada dia habra menos de todo y me refieron a la conciencia y otros valores. Aun asi veo una solucion muy sencilla al problema y cual es: Pues simplemene separar de los cargos a los actuales funcioanrios del transporte, desde el nivel provincial, hasta la ultima estrucura de direccion incluyendo a los inspectores y poner cuadros jovenes y revolucionarios que quieran ayudar para que personas como usted pueden viajar y cumplir con su trabajo. Ese es el punto.